Capítulo 33 "Las cartas"

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Claudine caminaba a toda prisa; con la llegada del Duque y toda la comitiva, nadie se había percatado de su salida, sin embargo su corazón latía a toda prisa y sentía que la observaban o la seguían. Atravesó un par de callejuelas hasta llegar al pequeño parque, donde se encontró con algunas personas que circulaban, tuvo que aminorar el paso y tratar de comportarse normal, para no levantar sospechas, una vez que las perdió de vista, comenzó a caminar más rápido, dio vuelta en una esquina y se dispuso a tomar la ruta hacia la Huerta del Peñón, cuando una voz se escuchó a sus espaldas...

—¿Claudine? —sintió que su corazón se detenía, giró un poco y su rostro cambió de inmediato.

—¡Padre!

—¿Qué haces aquí mi niña?, ¿ha llegado ya el Duque?

Ella corrió y se abrazó a Don Eugenio, quien la también la abrazó tiernamente dándole un beso en la frente y con sus manos regordetas la tomo de las mejillas mirándola fijamente:

—¿Qué pasa?, ¿pareces asustada?

—Sí padre, han pasado cosas malas, pero ahora no puedo contarle, tengo que hacer un encargo de la Señorita Cárdigan y es urgente.

—¿Puedo ayudarte en algo? —preguntó Don Eugenio preocupado. Claudine lo pensó un poco y respondió:

—No padre, será mejor que no intervenga, me dio mucho gusto verle pero debo darme prisa.

—Me preocupas, pero está bien mi niña, cuídate mucho.

Claudine ya se disponía a partir cuando se detuvo y preguntó:

—Oiga padre, si arrestaran a un hombre ¿Dónde lo llevarían? —Don Eugenio puso cara de sorpresa, pero al ver la cara de su hija se limitó a contestar:

—Si lo han arrestado guardias del Conde, estaría en las mazmorras de la alcaldía.

—¿Y si han sido guardias del Duque de Floresta? ­—Inquirió Claudine.

—En ese caso lo más probable es que se lo lleven a Floresta aunque podrían usa igual las mazmorras si están de acuerdo con el Duque. ¿Pero qué pasa? Me estas asustando.

Claudine se acercó nuevamente a su padre y le dio un beso en la mejilla diciendo.

—Estese tranquilo por mí, ya se enterará. —Y dicho esto dio la vuelta y continuó su camino, seguida de la mirada angustiada de Don Eugenio.

Salió del pueblo y se encaminó hacia la casa de Rádulf. No era una distancia grande, a lo mucho un par de kilómetros, pero se le hizo eterno.

Al llegar no tuvo problemas para entrar a la vivienda, ya que la puerta tenía por cerradura una pequeña cuerda para mantenerla emparejada. Al ingresar miró para todos lados de la estancia que fungía de comedor, estudio y recamara. No pudo evitar un suspiro y exclamar en vos baja «Ah mi querido poeta, hombre tenias que ser, esta casa es un desastre», encontró con la mirada un cajón con papeles y se dirigió hacia él, comenzó a hurgar encontrando un fajo de papeles atados con una cinta blanca, aunque no distinguía el sello de floresta, quitó el listón y abrió la primera carta, leyó por un momento y una suave sonrisa se dibujó en sus labios, acarició la carta y murmuró: «Karime, eras dueña de un buen corazón y lo dejaste ir», sacudió la cabeza y ató nuevamente aquel fajo de misivas. Seguía su búsqueda en el cajón cuando el ruido de un caballo que se acercaba a galope hizo que su corazón latiera más fuerte y más aún cuando el sonido se detuvo al parecer muy cerca de la entrada.

Instintivamente buscó donde ocultarse, pero la morada era de una sola habitación, sin embargo encontró con una mirada una gruesa manta que fungía como cortina y daba hasta el suelo, por lo que con agilidad se ocultó detrás de ella justo cuando la puerta se habría.

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