Capítulo 37 "Dos mujeres"

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El sol comenzó a inundar praderas, bosques y aquel pequeño poblado, esa marea que al principio fue de tonos naranja apagado, poco a poco fue coloreando todo de más vívidos colores.

En la casa del Conde de Lavalle, ya había actividad, en el patio dos carruajes, eran cargados con las pertenencias de la hija de Floresta y se alistaban a salir. Al interior de la casa un aroma delicado de frutas e infusión a yerbabuena inundaba el ambiente.

En el amplio comedor Cárdigan y el Conde terminaban su desayuno en silencio hasta que la dama lo rompió.

—¿Se ha ido?

—Sí, salió ayer al caer la tarde, me comentó que iba a su ducado, que habían cambios y que tenía que atenderlos.

—¿Tiene idea de a qué se refería?

—La verdad no, señorita, pero no creo que sea bueno, estaba muy molesto. De hecho me preocupa usted, el viaje es un poco largo y el camino algo accidentado, he puesto a su cuidado mis mejores hombres, pero no tengo los recursos para competir con la guardia del Duque.

—No se preocupe por mí, en este momento soy una pieza importante para él, si me pasara algo antes de la boda no podría ejercer ningún reclamo por floresta. Al menos hasta la boda estoy segura.

—En eso tiene razón, pero, no está por demás cuidarla. —Cárdigan asintió con un movimiento y continuó—. Creo mi estimado Conde que por el momento lo mejor es que se quede aquí, nos mantendremos en comunicación.

—Como usted me indique, estoy completamente a sus órdenes.

—No sabe cómo le agradezco todas sus atenciones y toda su ayuda. —Dijo Cárdigan al tiempo que estiraba el brazo y ponía su mano sobre la del Conde—. ¿Todo está listo?

—Sí, puede partir cuando lo indique.

—Deme unos minutos y me iré. —Dicho esto, se incorporó y dijo con voz fuerte—. ¡Claudine!, ¡Claudine!...

—¿Si señorita? —Respondió Claudine entrando al comedor.

—Acompáñame.

Cárdigan salió, seguida de Claudine y se dirigió a donde hasta ese monumento había sido su habitación, una vez que entraron dijo:

—Claudine quiero relevarte de tus obligaciones.

—¿Cómo dice señorita? —Balbuceó la chica sorprendida.

—Sí, eres libre de quedarte aquí en tu tierra con tu padre, con tus familiares y amigos. Aquí tienes una suma importante de dinero como agradecimiento a tu trabajo y tu lealtad.

Y le entregó una bolsa con el dinero.

—¿Pero... señorita Cárdigan?, ¿he hecho algo malo?, ¿le he fallado en algo?, yo pensé que...

—Claudine, me has servido muy bien, no tengo ninguna queja, pero quiero que entiendas esto: desde este momento eres libre de hacer lo que quieras. ¿Lo entiendes?

Claudine la miraba completamente sorprendida, una sensación desagradable la inundaba, con un casi imperceptible tono de voz contestó:

—Lo entiendo...

—No te escuche... ¿Lo entiendes?

—Si señorita Cárdigan lo entiendo...

Cárdigan la observó por un momento, la chica se veía triste y desorientada, con un ademán la invitó a sentarse en la mesa; ella tomó asiento y retomó la palabra.

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