Capítulo 41 " Chevalier Gustave de Saint Jouvent"

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Cárdigan seguida de Claudine salió de uno de los pasillos y llegó a la amplia cocina del castillo, miró a su alrededor y por un momento aspiró el aroma que llegaba, sin poderlo controlar algunos recuerdos llegaron a su mente, recuerdos de su infancia cuando de manera rebelde y sin permiso se colaba hasta esos rincones para que, en complicidad con la cocinera, vaciara a puños los grandes depósitos con dátiles y nueces de castilla, para llevárselos secretamente a sus habitaciones. No pudo evitar una leve sonrisa ante aquellos recuerdos, aunque mirando bien esa cocina ahora parecía haber encogido un poco. Pero era normal, tenía mucho tiempo de no pisar esos rincones del castillo pues su madre se lo había prohibido: «Una niña como tú no debe convivir con esa gente»... Sacudió la cabeza y miró nuevamente descubriendo en una mesilla al fondo a un individuo que devoraba algo que parecía ser un trozo de carne, volvió a recorrer el lugar con la mirada y comprobó que no había nadie más.

Volteó hacia Claudine que permanecía a corta distancia en suspenso, con una seña le indicó que la esperara, ante la cual Claudine hizo un gesto de negación, pero Cárdigan enfatizó la orden en silencio, su postura se irguió y caminó hacia el centro de la cocina quedando aun alejada y a un costado del hombre y con voz serena preguntó:

—¿Está usted bien atendido?

El hombre de negro pareció sobresaltarse un poco ante el rompimiento del absoluto silencio que existía, pero sin voltear contestó:

—Sí, aunque el vino de Alba es mucho mejor que esto que me han servido.

—Si gusta puedo ordenar que le sirvan del vino para invitados especiales y no el que es para la tropa.

El hombre reaccionó de inmediato ante las palabras volteando hacia su interlocutora y poniéndose de pie para hacer una pequeña reverencia al tiempo que expresaba una disculpa:

—Lo siento Señorita, pensé que era una de las cocineras...

—No se preocupe, siéntese por favor, no quiero interrumpir su cena. —dijo Cárdigan con tranquilidad.

—Para nada, no interrumpe nada.

—Insisto, tome asiento, es más si no es mucho mi atrevimiento ¿Me permitiría acompañarlo?

El hombre, que hasta ese momento tenía la vista hacia el suelo, la levantó, encontrándose con los claros ojos de Cárdigan. La miró por un momento y exclamó algo intrigado:

—No creo que eso sea correcto, pero si usted insiste... —Y con un ademan ofreció la silla que estaba frente a la que él ocupaba.

Cárdigan camino despacio sosteniendo la mirada de aquel hombre, no sentía miedo a pesar de su apariencia agresiva y poco alineada.

Tomó asiento y el individuo se sentó frente a ella observándola con una mirada escudriñadora, sonrió un poco y preguntó a la vez que mostraba una garrafa:

—¿De verdad me ofrecería un vino más decente que esto?

Cárdigan sonrió, dio un par de palmadas y exclamó —¡Claudine!

La chica que permanecía oculta en el pasillo, salió de inmediato.

—¿Si señorita?

—Trae para nuestro invitado un poco de vino de la cosecha para invitados.

El hombre volteó hacia la chica que llegaba y le propinó una sonrisa al tiempo que guiñaba un ojo.

La chica se estremeció ante el guiño y desapareció al tiempo que el hombre regresaba la mirada hacia Cárdigan y sin titubeo inquirió:

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