Capítulo 44 "Verdad y pausa"

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El Conde de Lavalle había cabalgado por algunos minutos cuando se encontró con un grupo de soldados con la insignia de Floresta que al verlo detuvieron su paso acelerado y el que parecía venir al mando se dirigió hasta él.

—¿Usted es el Conde de Lavalle si no me equivoco?

—Así es. —Respondió con algo de dificultad.

Al escucharlo el guardia se dio cuenta que estaba herido y ordenó que fuese atendido al tiempo que preguntaba:

—¿Qué ha sucedido? El Duque nos ha enviado con urgencia, nos dice que han sido emboscados.

—Bueno yo he llegado cuando la revuelta estaba en marcha y la he culminado, debo decirle que no queda nadie vivo allá.

—Pero... ¿Y el Duque de Alba?...

—Falleció.

—Como lo siento... veníamos a darle apoyo, mi Señor nos dijo que lo había defendido con honor.

Lavalle suspiró ante lo dicho... Realmente las circunstancias hacían del Duque de Alba un héroe o un mártir, nada más lejano de la realidad, pero no era necesario discutir acerca de ello con aquel guardia, así que simplemente asintió con un ademán al tiempo que solicitó ayuda para que lo acompañaran al castillo de Floresta.

Dos guardias le fueron asignados para dicha tarea mientras el resto continuó el camino con la intención de rescatar los cuerpos.

....

Rádulf siguió las indicaciones y pronto encontró el lugar descrito: la casa, no tan pequeña como la había imaginado se encontraba en un paraje con vista al mar, no tenía más que un pequeño murete de piedra que delimitaba la propiedad, la casa estaba pintada de blanco con techos de paja en medio de una verde ladera.

«Realmente es un lugar pacífico» se dijo, mientras se cercioraba que no había gente alrededor. Bajó del caballo y se dirigió a la entrada: una puerta de gruesa madera con herrajes y el escudo de floresta tallado en el dintel que era también de madera.

Con algo de temor tomó la aldaba y toco tres veces... el sonido pudo escucharse claro en aquel paraje solitario, pero ningún otro sonido le siguió a este... repitió la operación y el resultado fue el mismo. Entonces con precaución corrió el picaporte, el cual se encontraba libre de candados... Empujó la puerta no sin antes recorrer con la vista a su alrededor y ésta cedió con un leve rechinido. Se internó en aquella casa, lo primero que encontró fue un amplio salón tapizado de madera que despedía aquel olor característico del cedro. Sobre una de las paredes colgaba un gran tapiz que contenía una imagen de las nereidas o ninfas del mar.

El mobiliario era de cierta forma sencillo, pero robusto: una mesa para 12 personas y algunos sillones sobre un gran tapete, frente a una chimenea con leños listos para ser usados, al lado de la puerta un perchero vacío y una pequeña mesita.

Rádulf detuvo su mirada en ella al descubrir una carta solitaria sobre ella. Se acercó y la tomó, estaba sin sello ni remitente, después de dudar un poco la abrió...


"Rádulf:

Espero pueda leer esta carta, lo cual significará que todo ha salido según lo planeado.

He enviado a un sirviente de confianza durante la noche para que preparara este lugar y dejara este mensaje.

Siento mucho por todo lo que ha pasado, por esa acusación falsa y su encierro, pero sobre todo lamento mi comportamiento ante nuestro primer encuentro, comprenda que ha sido desconcertante.

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