Capítulo 30 "Una visión"

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Rádulf se despidió del Conde y se internó en su casa, se sentía bastante adolorido así que decidió recostarse. Por su mente con dificultad pasaban todos los sucesos del día, un sabor amargo inundaba su boca al recuerdo de Esteban y muchas inquietudes ante la supuesta conspiración, sin embargo el sueño y el cansancio lo vencieron.

Sin lograr tener un una noche reparadora el día llegó y con él, otra jornada de trabajo, ya repuesto del golpe Rádulf se dirigió a la casa del Conde, un nuevo brío parecía acompañarle y la verdad no era para menos, en su mente ya solo un acontecimiento era importante: Cárdigan estaría en Lavalle y seguramente a escasos metros de él.

El tema de Esteban ya no se tocó, el trabajo de organizar todo era bastante demandante y los día transcurrieron como agua para la mayoría del personal a cargo del Conde, excepto para Raúdulf que le parecía que el tiempo languidecía y su ilusión tardaba en llegar a buen puerto, además de una emoción que se incrementaba a cada momento.

Un día antes de la visita, por la mañana llegó una avanzada de 12 guardias por parte del Duque de Alba para el refuerzo de la seguridad, aunque desde la muerte de Esteban ya no se había detectado ninguna actividad extraña es todo el pueblo.

El Conde de Lavalle asignó a Rádulf el acomodo en el pueblo para la tropa y las posiciones de guardia, además de algunos asuntos fuera de la visita que tenían que ser atendidos, por lo que después de encontrarles alojamiento y mostrarles sus lugares y la taberna para su preparación antes del trabajo, se internó en el despacho del Conde para su pelea con papeles y números...

Pardeaba la tarde, el sol en su descenso lo teñía todo con tonos naranja, las aves iniciaban un turbulento y desordenado coro de graznidos, cantos y silbidos retornando a sus nidos.

Rádulf perdió la concentración al escuchar un murmullo extraño que superaba al natural ruido del finalizar de la tarde, se detuvo en su quehacer y se concentro en aquella actividad que parecía ir en aumento, de prono escuchó el ruido algunos cascos de caballo entrando al patio, se extraño, se levantó y se asomó por aquella ventana en la que descubriera los principios de los amoríos de Lavalle con Mariana. Pudo distinguir que cuatro hombres descendían de sus caballos y el Conde salía a su encuentro, por la enredadera no veía muy claro pero uno de ellos le dijo algo al Conde y éste desapareció de su visibilidad, no tardó mucho en escuchar palmas y arreos en el recibidor y como la gente comenzaba a moverse, eso interpretaba con el oído cuando la puerta del despacho se abrió, el Conde entró apresurado y le dijo:

—Se ha adelantado gente de Floresta, ¿ya está enterada el ama de llaves de los acomodos?

—Si señor ya lo sabe.

—Está bien, —repuso el Conde— no salgas de aquí hasta que yo te lo indique. ­ —y dicho esto desapareció cerrando la puerta.

Rádulf se movió nuevamente hacia la ventana, asomándose discretamente con una curiosidad creciente, la que no tardó mucho en despejarse. A los pocos minutos llegó un fino carruaje cubierto, que rodeó un poco en el patio y se detuvo de costado a la ventana, pasaron algunos instante antes de que la puerta se abriera y de pronto una mujer bajó, el corazón de Rádulf se aceleró al descubrir aquella delicada figura con sencillo vestir: «¡Es Claudine!» se dijo sorprendido, al tiempo que su corazón comenzaba a latir más fuerte, después de ella bajó otra dama con las mismas ropas que su amiga y ambas se pusieron a ambos lados de la puerta, Claudine extendió la mano y una fina dama bajó del carruaje, la respiración de Rádulf que hasta ese momento se aceleraba, se detuvo de golpe, por la posición veía a la dama de costado, un delicado vestido amarillo pálido, ajustado por el talle, con holán inferior semicircular, la manga era larga y remataba en aplicaciones con pedrería de color turquesa, el cuello era cuadrado con un discreto escote también enmarcado con la misma aplicación y una cabello castaño rojizo... «¡Cárdigan!» murmuró al borde de la emoción. En ese momento la dama giró quedando casi de frente a la ventana y en un gesto de escrutinio recorrió con la mirada el lugar, y por un momento pareció fijar la mirada hacia la posición de Rádulf, que sintió que su cuerpo se petrificaba, en ese momento apareció el Conde y cubrió su visión, saludó cordialmente y con un ademán cedió el paso a la invitada, seguida de sus damas, Rádulf solo pudo ver por escasos par de segundos como caminaban hacia la entrada principal, antes que los perdiera de vista.

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