Capítulo 27 "Aires de Intriga"

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El Conde saludó al guardia del Duque de Floresta quien correspondió con una inclinación y dijo:

—Señor Duque me han enviado con algunas cosas de la Señorita Cárdigan, las cuales ya han bajado y acomodado los sirvientes por instrucciones de su escriba, de igual forma traigo varios mensajes para usted del Duque de Alba. —Al tiempo que extraía de su alforja algunas cartas y se las entregaba.

El Conde las recibió e hizo el movimiento para entregárselas a Rádulf cuando el guardia aseveró:

—Vienen dirigidas a usted, se me dio la indicación que son personales. Además viene conmigo el joven Damián sobrino del Duque de Floresta, ya su escriba le ha asignado una habitación.

El Conde entregó de todas formas las cartas a Rádulf haciendo un guiño y dijo:

—Rádulf ponlas en mí despacho en un momento les daré lectura, primero quiero saludar al joven Damián, ¿Qué habitación le has asignado­?

—La de visitas que está pasando el jardín de la fuente.

—Bien... Oiga ¿Se quedarán varios días? —Pregunto el Conde al guardia­— No señor, de hecho partimos hoy mismo, solo lo esperaba a usted y tengo que hacer una diligencia, que por cierto mientras la hago quisiera que el joven Damián se quedara aquí un rato, regresaré pronto y partiremos entrando la tarde.

No hay problema, ¿quiere que Rádulf lo acompañe?

—¡No!, —Dijo en tono severo, para después suavizar su tono y continuar— No es necesario son... Cuestiones sin importancia.

—Está bien, marche a hacer sus encargos que yo saludaré al joven.

El guardia asintió y salió.

Una vez que desaparecía tras la puerta, el Conde se acercó a Rádulf y dijo en voz baja:

—Dame esas cartas y síguelo, toma mi caballo que se ha quedado en la entrada, no sé, pero tengo un mal presentimiento. Sé discreto.

Rádulf le dio las cartas y salió con precaución.

Cuando llegaba al patio vio que el carruaje salía ya de la casa, buscó el caballo del Conde pero ya no estaba, se dirigió con premura a la caballeriza y encontró a un sirviente a punto de desensillarlo, con un grito hizo que se detuviera y montando salió a toda prisa.

Al salir pudo escuchar aún el rodar del carruaje, por lo que se encaminó con precaución en esa dirección. Llevaba un paso tranquilo por lo que se tuvo que detener varias veces para no ser notado. De pronto el carruaje se detuvo frente a la posada de Doña Esperanza, prácticamente la única de la población, el cochero se bajo y entró, pero el guardia Gerónimo no bajó.

Rádulf se quedó expectante a distancia considerable, no esperó mucho ya que el cochero salió casi de inmediato, se asomó al interior del carruaje y después subió e inició el camino nuevamente.

Se dirigió hacia la salida del pueblo a paso más rápido, Rádulf se percató que era la ruta de su casa y también el camino hacia La Huerta del Peñón.

Su respiración se aceleró al pensar que tal vez al Duque le habían llegado rumores de las aventuras del Conde... de pronto el carruaje se detuvo en una curva junto a un viejo olivo, Rádulf también detuvo su marcha a buena distancia y aprovecho la curva para quedar algo oculto.

Entonces distinguió que un caballo estaba parado también junto al árbol y de su sombra salió un hombre de negro que se subió al carruaje, una escalofrío recorrió la espina dorsal de Rádulf, había reconocido por su pinta a aquel personaje, era el mismo que por la mañana saludara y quien le dijera palabras extrañas, su preocupación cambió de rumbo, quizá el asunto no tenía que ver con el Conde y tal vez el involucrado era él mismo. Fueron algunos minutos de tensión en los que por su cabeza pasaron mil teorías de lo que podría estar pasando, al final de cuentas el guardia era de el Duque de Floresta y no, gente del Duque de Alba, por lo que el asunto tendría que referirse a... Cárdigan y no a Mariana como temió en un principio.

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