Capítulo 25 "Vino y visitas inesperadas"

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Rádulf pasó los siguientes cuatro días en un trabajo solitario, los días pasaban y el Conde no aparecía, ya sabía que estaba en la huerta y que Mariana estaba con él.

Llegó como de costumbre a la casa del Conde y se encontró con que un par de empleados lo esperaban, y al verlo acudieron a él.

—Nos manda el señor Conde a decirle que quiere que le consiga unas botellas de vino, de preferencia la rioja o de jerez y nos ha pedido que se los llevemos en cuanto los tenga.

Rádulf asintió con una mueca y salió de la casa seguido por los sirvientes. Se dirigió primero al expendio de Don Antonio, quien se jactaba de vender cualquier cosa, pero no encontró los vinos requeridos, así que se dirigió a la taberna de Don Eugenio.

—¡Rádulf que milagro! ¿Qué diantres te trae por aquí? —escuchó inmediatamente que entraba.

—Buen día Don Eugenio, pues ya lo ve con encargos del Conde.

Hablando y diciendo el sujeto salía detrás de la barra y con dificultad se abría paso entre las mesas para al final con su colosal barriga intentar dar un abrazo apretado a Rádulf, quien fue literalmente aplastado por dicha humanidad.

Después del sofocón y sin dejar que digiera palabra le preguntó mientras lo llevaba hacía la barra:

—¿Qué has visto a mi hija en Floresta? Me han dicho que estuviste por allá ¿Qué hacías?, ¿Ya eres tan indispensable que el Conde te lleva a todas partes? Dime: ¿Has visto el paseíllo del Duque y su corte?, creo que ya sabes que Claudine ha entrado a sus servicios. Rádulf, Rádulf te ves cansado, déjame servirte un vado de vino, sé que es muy temprano y tu tomas poco pero te hará sentir mejor, pero ¿porqué no hablas? dime algo.

Rádulf sonrió moviendo la cabeza.

—Si Don Eugenio, he visto a Claudine en Floresta y si supe que entro al servicio en el palacio, si estuve ahí por cuestiones del Conde, aunque no soy indispensable, no vi el paseo porque regresé antes y no estoy cansado simplemente me dejó sin aire...

Don Eugenio lo miró sorprendido ante la última frase para después soltar una estruendosa carcajada, mostrando una impecable dentadura debajo del bigote de morsa que enmarcaba la boca.

—Y dime: ¿En qué te puedo ayudar? —Preguntó mientras servía en un vaso una buena ración de vino.

—El conde requiere algunas botellas de vino de la rioja, no sé si usted tendrá o si no algo de vino de jerez.

—Pero toma, que este trago no te lo voy a cobrar —Inquirió mientras se alaciaba el bigote con postura de estar pensando.

—La rioja... me parece que tengo un barril, no tengo botellas ¿la compañía del Conde es dama o caballero?

—A qué curioso me salió usted Don Eugenio. Es una dama.

—Bueno es que debo saber, y si es una dama entonces deja que llene unas cinco botellas porque el barril se lo enviaría si fuera fiesta de caballeros. Espera que tengo que ir a la bodega. Pero ¡Toma, toma! que no te hará daño. —Y se perdió con dificultad por atrás de la taberna.

Rádulf suspiró y dio un sorbo a su vaso, Don Eugenio era un buen hombre pero bastante parlanchín, le tenía estima, además que era el padre de Claudine a quien consideraba una gran amiga. Se recargó en la barra y observó el lugar, a su entrada no le había dado tiempo de ver nada por la apabullante bienvenida y se dio cuenta que en un rincón había una mesa ocupada. Era un solo hombre que parecía absorto frente a varios tarros de cerveza, el individuo pareció percibir que era observado y levantó la mirada, Rádulf instintivamente levanto un poco su vaso en señal de saludo y dijo:

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