Capítulo 22.

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-¡JAMES!, JAMES KINNAIRD, ¿DÓNDE DEMONIOS ESTÁS?

Bajé corriendo las escaleras, una castaña de ojos color miel, idénticos a los míos me esperaba en la sala. Busque con la mirada al remolino, me extrañaba que no estuviera ya haciendo un desastre en el lugar.

Caminé hasta la chica y la abrace con fuerzas. Seguía siendo mi pequeña niña, aunque solo sea cinco años menor que yo.

-¿Dónde...?

Mis palabras quedaron en el aire cuando una ojiazul, entro bruscamente a la habitación.

-Está en el auto. No bajara hasta que tú vayas por él.- sonreí.

-Otra cosa hubiera aprendido de la gran Lissa, pero no, es igual de orgulloso y obstinado.

-¿Qué esperabas? Es mi hijo.- me guiñó un ojo y camino hasta mí. Me envolvió en sus delgados, pero fuertes brazos; unos que me han dado refugio y consuelo en los días más tristes.

-Te extrañé mucho.- dije sin soltarla.

-Lo sé, pero no más que yo.- nos separamos.

-¡Vaya!, por lo visto extrañaste más a tu amiga que a tu hermanita.- hace una mueca graciosa.- regresemos a México Lissa, ya no quiero estar aquí.

-Sabes que de las dos a ti te quiero más.- susurré en su oído.- eres mi favorita en el mundo.-

-Escuchaste eso Lissa. Soy su favorita en el mundo y me quiere más que a ti.

-Traidor.- murmura, Lissa.

-Yo... será mejor que vaya por el demonio.- camino hasta la puerta principal.

Hombres vestidos con traje negro, gafas de sol, manos libres y otros con un walkie talkie. Se encontraban en el gran portón que quedaba a sesenta o setenta metros de la casa. Otros estaban revisando el perímetro, no debía dejar que nadie pasara. No fotógrafos, ni locas de la prensa pidiendo sacar información. Nadie.

Una Suburban negra estaba estacionada en el camino que lleva a los autos a la puerta principal de la casa. La puerta derecha trasera se encontraba abierta, unos pequeños piecitos estaban colgando del asiento. Me acerqué a la pequeña cosita, tan pequeña y puede armar una guerra solo con uno de sus berrinches.

-Hola, campeón.- hable con voz dulce.- ¿me extrañaste?

Giró a verme. Una tierna y hermosa sonrisa apareció en su angelical carita. Dejándome ver una dentadura blanca y pequeña, aun si algunos dientes.

-Si.- contestó con el peculiar tono de los infantes, pero con palabras entendibles, bastantes para ser un niño de casi tres años.

Estiró sus brazos, cortos y pequeños. Una risita salió de entre sus labios tan parecidos a los de Lissa.

Lo tomé en mis brazos, enredo los suyos en mi cuello al mismo tiempo que escondía su carita en el mismo lugar. Tome su mochila de Mickey Mouse; en la que acostumbra a guardar ropa de repuesto, chupón, biberón y cosas de ese estilo. Entramos a casa.

-Chiflado.- murmuro Dayana, cuando pasé a su lado.

-Déjalo Dayana, no empieces.- intervino al instante, Lissa.

-Lamento que tengas que soportar esto diariamente.- dije con sorna.

-Cállate o me arrepentiré de hacerlo.- dijo severa.

Su tono burlón no pasó desapercibido, jamás se arrepentiría de hacerlo; los ama con todo su corazón, aunque a veces quiera encerrarlos, o ponerles un poco de cinta en la boca. Pero ¿quién no?

Loco Posesivo © |Editando.|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora