Capítulo 31.

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Contenido adulto.

Nunca me había sentado a pensar en todos los errores que he cometido a lo largo de mi vida y es que, a pesar de no llevar una vida tan larga, he cometido errores de los que me arrepiento.

Uno en especial es el que vino y puso mi mundo de cabeza; una simple niñita cuatro años menor que yo, me arrebató la poca confianza que me quedaba hacia mí mismo.

‹‹ -Sé que te gustará. Solo una vez y no lo pediré de nuevo.

¿Cómo es que había llegado a este punto? Una niña de solo diecinueve años se me estaba ofreciendo como si de mercancía se tratase, no era algo ilegal, pero yo era cuatro años mayor que ella y un hombre que no estaba buscando ningún tipo de compromiso (aunque ella solo quería que las cosas pasaran una vez), estar con ella sería algo que me comprometería de muchas formas.

¡Maldición!

No había manera de ignorar esa mirada inocente, solo era una nenita, pero dentro sabía que ella era una completa diabla, la maldad en la inocencia, era una chica sucia disfrazada de santa. Eso era lo que me había cautivado desde el principio.

-No. Vete a casa, pequeña, tu mami debe estar buscándote.- me burlé.

-No, señor Kinnaird. No me iré de aquí hasta conseguir lo que quiero.

-¿Qué es lo que quieres?

-Ya se lo dije.

-Me temo que no será posible. Tienes idea de lo que me estas pidiendo, eres solo una niña, me meteré en problemas si algo te pasa y no me apetece tocar un cuerpo tan pequeño como el tuyo.

Mentira.

Su cuerpo era muy bonito, me derretía por tocar cada centímetro de él, disfrutar su calidez y suavidad pero... no había nada que me lo impidiera, ella estaba aquí por voluntad propia, las cosas solo ocurrirían una vez y listo.

-Pero...- pensaba en alguna excusa, pero nada salía de sus labios. Sabía que ningún hombre disfrutaba un cuerpo pequeño, o al menos eso era lo que muchos decían.

-No hay peros, pequeña. Vete a casa.

Tenía que ser fuerte, no podía caer ante una niña y sus encantos inocentes.

Caminó hasta mí y se sentó en mi regazo. Odiaba que las mujeres hicieran eso porque parecían unas zorras, pero ella lo hizo con tanta gracia que me pareció de lo más lindo y sensual del mundo.

-Pero yo no le diré a nadie. Prometo hacer todo lo que tú me digas y moverme como a ti te guste.

Si, esa fue la gota que derramo el vaso.

Sus pequeños labios rosados, se acercaron a los míos y se unieron de manera lenta, algo dentro de mí se encendió, un deseo bastante potente se apoderó de mí.

La llevé a casa, no podía arriesgarme a llevarla a un hotel y que las noticias corrieran el rumor de que soy un maldito pedófilo, aunque sí lo era, ella no era una menor de edad pero, seguía siendo un inocente.

La besé de manera desesperada. Una hoguera, eso parecía mi cuerpo en ese momento, estaba extremadamente caliente y necesitado de ella. Su delicadeza cuando me tocaba solo me hacia querer estar dentro de ella, pero debía tener cuidado, no quería lastimarla, necesitaba ser amable.

Quité su ropa, prenda por prenda; su blusa rosita fue lo primero que desapareció de su pequeño y delicioso cuerpo, seguido de la falda dejando al descubierto el conjunto de lencería que había elegido para mí.

Loco Posesivo © |Editando.|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora