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Estuve una semana esperando a que volviese y era como si no lo hubiera hecho, la notaba más distante que nunca, parecía como si no estuviese, como si fuese alguien inexistente para ella, como un fantasma.

El sonido de la música me despertó, estaba solo, nadie agarraba ni rozaba mi piel, nadie, solo yo, me giré para ver dónde estaba ella, a poco metros de mi vi su camiseta negra de tirantes, estaba abrazada a Clara cual koala, me había cambiado, ya no la hacía falta.

¿Debería darla el beso de buenos días tal y como hacía cada día? ¿Debía levantarme y no mirarla a la cara?

No sabía que tenía que hacer, ella misma me había pedido espacio, no quiso darme ninguna razón pero no era muy difícil de adivinar sus pensamientos y a pesar de haberla preguntado y que ella misma me negase la mayor, yo sabía perfectamente porque quería que nos separásemos.

Decidí seguir sus órdenes y sin ni siquiera mirarla me levanté de la cama y me dirigí a la cocina, abrí la nevera y cogí la última botella de leche que quedaba, bebí varios tragos a morro y la tire en la basura, fui al almacén y cogí un par de magdalenas, les quité el envoltorio y empecé a comerlas

-Buenos días -dijo Bea a todos los que nos encontrábamos en la cocina mientras andaba por el pasillo.

¿Vendría a abrazarme como solía hacer por las mañanas? ¿Me daría su habitual beso en el cuello?

Nada, no hubo nada, a pesar de haberla mirado durante un buen rato ella giró la cabeza para tan si quiera tener contacto visual conmigo, estaba claro, para ella había desaparecido.

Me hubiese gustado poder abrazarla y explicarle la conversación que tuvimos detenidamente, la noche anterior habíamos bebido y ambos no conseguimos expresar lo que realmente pensábamos.

Yo por mi parte quería dejarla las cosas claras, quería explicarla que no sentía lo mismo que ella, que yo únicamente quería una amistad, pero me hubiese gustado decirla que a pesar de ello podíamos continuar como siempre, que no me preocupaba lo que ella pudiese sentir por mi, que eso no cambiaría nada entre nosotros, pero no pude, y ahora ya era tarde,

Terminadas las magdalenas me dirigí al baño, me limpié los dientes y fui al vestidor a cambiarme de ropa, ahí me la encontré, estaba dormida en el sofá, era preciosa mientras descansaba, con el pelo alborotado, sin maquillaje, era perfecta, no sabía el porqué, pero a medida que pasaban los días la encontraba más guapa.

De puntillas para no hacer ruido cogí mi ropa y empecé a cambiarme, no me importaba hacerlo delante suya, ya lo había hecho antes y entre nosotros dos había confianza, bueno, ya no sabía si la seguía habiendo.

En el marco de la puerta me giré para volver a ver su rostro con tan mala suerte que tropecé con la alfombra cayéndome de bruces contra el suelo, el estruendo de la caída hizo que Bea se despertase pegando un salto que hizo que se separase del sofá.

-Perdona, me he caído -me disculpé desde el suelo mientras alargaba mi mano para que la cogiera.

-Vale -me respondió con total seriedad mientras salía de la habitación.

Me parecía bien que quisiese distanciarse para poner en orden sus sentimientos, pero ella no era así, ella no dejaba a las personas tiradas, no, me negaba a pensar que había vivido en una mentira durante varias semanas.

Como pude me levanté del suelo y me giré para ver si alguien había sido testigo de mi incompetencia, por suerte nadie se encontraba en el baño en el momento del suceso, salí de ahí y me fui al jardín para descansar junto a Clara y Miguel.

-¿Con vosotros también está rara Bea? -les pregunté después de un rato en silencio

-Ehh -no sabían que decir, únicamente se miraban mutuamente

Quien no arriesga no ganaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora