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La rutina de Johnny cuando se levantaba era la misma, no quería perder la costumbre. Se levantó a las siete de la mañana como todo los días, bajó a la primera planta del garaje y practico con la pera para estirar los músculos, momentos después se fue trotando hasta el gimnasio que quedaba a dos calles de allí y entrenó con las pesas. Tomó un desayuno ligero y siguió con las pesas, había desarrollado esa necesidad de hacer ejercicio de su padre, quien desde pequeño le insistía que debía formase una figura para intimidar, para que nadie quisiera meterse con él, y la repetición de dicha rutina se le hizo costumbre hasta el punto que debía hacerlo al menos una vez por semana para sentirse bien.

Terminó la rutina con las pesitas y luego de relajar los brazos, sacó su móvil de la chaqueta que estaba sobre el banquillo del gimnasio y vio la hora. 10:24. Era una hora normal para llamar a Ash y ver si podían practicar, ya tenía una canción en mente con la guitarra para su número y quería ver si podría intentarlo. Marcó el número de la puercoespín y esperó. Un timbre, tres, cinco, siete; buzón. Se extrañó, llevaba poco tiempo conviviendo con ella, pero algo que sabía muy bien era que Ash siempre contestaba.

Se mantuvo alternando la mirada desde su celular hacia el otro juego de pesas que le faltaba por practicar, unas más grandes, mientras decidía si ir ahora o si ir después. Suspiró a la vez que se encogía de hombros, tomó la chaqueta de cuero negra, se la colocó y salió del gimnasio.

Era mejor ir a practicar.

Así ganaría.

Así estaría con Ash. No era que le gustara estar con ella, bueno quizá un poco, era que parecían amoldar con una sencillez increíble. Las clases de ambos siempre eran a plazos, a veces ella primero, a veces él. Ella iniciaba con las notas del piano mientras él la iba guiando, diciéndole qué tecla tocar o de qué forma hacerlo, y cuando le tocaba a él con la guitarra ella era la que le explicaba.

Se subió a su camioneta, quitó el freno de mano, movió la palanca de cambios y pisó el acelerador; el vehículo avanzó con un rugido del motor.

Cuando llegó al complejo donde vivía Ash bajó del vehículo con el móvil en la mano, cerró con llave la pick up y le puso la alarma, por esos lugares no era probable que se la robaran, aunque nunca estaba de más ser precavido. Luego de ignorar el mensaje de los osos apremiándole por el supuesto pago, se encaminó hacia el complejo.

Llamó de nuevo. Nada. Eso no era normal. Frunció los labios y volvió a llamar, nada. Tocó la puerta de entrada esperando que alguno de los demás vecinos del complejo se apiadara de él y abriera, lo más probable era que Ash estuviera dormida.

—¡Ash! —gritó. No pasó nada—. ¡Ash!

La llamó otras cinco veces y en cada una de ellas nada pasó. Ahora sí estaba empezando a preocuparse, que ella no contestara el teléfono y que no lo escuchara pegando los gritos que daba, era extraño. Demasiado. Miró a ambos lados de la acera, acercándose a la puerta. No había nadie, bien, era mejor que nadie lo viera. Sacó un fino alambre de su bolsillo, lo dobló y lo introdujo en la cerradura de la puerta, no era un método ético para entrar, pero si no lo veían no era ilegal.

La puerta se abrió con un suave chasquido y entró. Caminó por el pasillo hasta que llegó al departamento de Ash y tocó, a la primera le puerta se abrió: estaba entreabierta.

—¿Ash? —dijo dubitativo; nadie respondió.

Empezó a caminar por el lugar buscándola, no estaba en la sala, tampoco en la cocina, solo le faltaba revisar la habitación. Se detuvo frente a la puerta, estaba por jugarse la vida en ese momento, si resulta que ella estaba allí podrían pasar dos cosas: o que esté dormida y no se entere de nada o que esté despierta y aparezca un joven desaparecido en las noticias de mañana. Se armó de valor y abrió, no había nadie.

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