XI

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Meena abrió la puerta de la oficina del Señor Moon cuando escuchó la voz de «adelante», no sabía por qué el koala la había mandado a llamar con la Srta. Crawley, sin embargo, no iba a negarse, solo esperaba que no fuera para hacer otro número, estaba demasiado centrada en practicar sus dos números, ahora que los tenía elegidos y se sentía a gusto con estos.

Entró. El Señor Moon, tras el escritorio, la miró con esa sonrisa que parecía desbordar confianza y positivismo y la saludó con un gesto de la mano.

—Meena —dijo, enérgico—, a ti era a quien necesitaba.

Ella dio unos pasos, dubitativa, hacia el escritorio.

—¿Sí?

—Sí, sí —asintió Buster, rebuscando entre los papeles que estaban en su escritorio, encontró un portapapeles y se lo estiró; Meena lo tomó, al verlo se le hizo parecido a una planilla médica: los nombres de todos estaban y junto a estos, dos recuadros—. Ahora que tan solo faltan diez días para el evento, necesito que les preguntes a los demás sobre sus presentaciones —solicitó— y las anotes allí. Ambos números, el básico y el nuevo. Y también anota el tuyo —añadió, tendiéndole un lapicero.

Meena se relajó un poquito, al menos no era un número, tomó el lapicero y en los dos recuadros junto a su nombre colocó ambas canciones que cantaría. Apretó el portapapeles contra sí y, luego de despedirse del Señor Moon y decirle que le traería los números, salió.

Al primer camerino que se dirigió fue el de Rosita y Gunter. En el camerino sonaba una canción que le recordó el solo de guitarra que le había oído hacer a Ash, cuando había venido buscando una segunda oportunidad y solo consiguió estar en el teatro como tramoyista; la canción tenía un ritmo, aunque intenso, pegadizo, y en cuanto a la cantada, ambos lo hacían muy bien. Tocó la puerta entreabierta y ambos cerdos posaron su atención en ella. Meena sonrió y se disculpó por interrumpirlos, luego les pidió los nombres de las canciones de sus números, explicándoles que el Señor Moon las necesitaba, estos se las dieron sin inconveniente alguno. Pop y metal sinfónico; curiosa combinación. Se despidió de ambos y salió.

Al llegar al camerino de Ash, no encontró a nadie, razonó entonces que, por lógica, ella debería estar en el de Johnny, y así era, el delicado sonido de un piano la guio. Ella estaba con el instrumento, tocando con el ceño fruncido, tal vez por la dificultad, y una sonrisa desafiante en el rostro, quizá porque lo estaba consiguiendo. Él estaba sentado en el suelo con las piernas cruzadas y sosteniendo una guitarra blanca con un diseño tribal negro, sin apartar la mirada de Ash y asintiendo a la vez que sonreía.

Eso le pareció tierno a Meena, la relación de ellos estaba mejorando de una gran forma, aunque aún no se podía creer que ambos no fueran nada. Bueno, siendo sincera, ella fue la que se hizo la película, y todo el día de ayer no sabía cómo mirar a Johnny, cuando este llegó con Ash quien ya se había recuperado. Trató de disculparse por haber asumido que ellos dos salían, pero el gorila la tranquilizó con una sonrisa y un gesto de la mano.

—No te preocupes —le había dicho. Meena había respirado un poco más tranquila al aclararse el malentendido.

Una vez que carraspeó para hacerse notar, ambos animales se acercaron a ella. La puercoespín se bajó del taburete del piano y el gorila se puso de pie, ambos caminaron hacia ella. Luego de que ella les explicara el por qué necesitaba las canciones de sus respectivos números, estos se mostraron contrariados.

—Yo no las tengo aún —dijo Ash, acto seguido se volvió hacia el piano y comenzó a tocar. La tercera tecla le sonó desafinada, soltó un juramento y volvió a intentar.

Johnny, en cambio, se mostró un poco más cooperador.

—Yo tampoco las tengo. —Dejó caer los hombros—. Estos días han sido complicados, Meena. Si no son las prácticas de guitarra, era darle a Ash las clases de piano, o si no es que ella enfermó. Casi no he tenido tiempo de pensar una canción, ni se digan dos. ¿Crees que puedas dárselas después? —preguntó con una sonrisa que era una súplica divertida.

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