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En su oficina Buster estaba revisando los perfiles de los nuevos aspirantes que querían tener una audición para así poder pertenecer al elenco del teatro, ojeaba también varias representaciones que podía realizar en el mismo. Estaba en una pequeña contrariedad, él quería tener alguna obra en su remodelado teatro que no tuviera nada que ver con sus cantantes estrella, como antes. Buster, sin embargo, sabía que esa fue una de las razones por la que el primer Teatro Moon cayó en bancarrota: los demás animales no se interesaban mucho por obras complejas.

Entre los currículos de los aspirantes y las posibles obras que la Srta. Crawley le había llevado puntualmente esta mañana, encontró una carta. Inspiró un poco nervioso al verla, otra carta de Fur Records. La tomó y la abrió.


Para el propietario del Teatro Moon.

La corporativa Fur Records le informa con mucho entusiasmo que recibimos su respuesta en cuanto a la aceptación de nuestra propuesta sobre ir y buscar talentos en su teatro. Como pequeño incentivo para los que interpretarán sus números y para el dueño también, además de la oportunidad de firmar con nosotros, le ofrecemos un premio en metálico de 250.000 dólares para el ganador y la misma cantidad para la comitiva del teatro. Esperamos que sea motivación suficiente para obtener grandes números.

No me decepcionen.

L


A Buster por poco no le dio un infarto al leer la carta. Estaban ofreciéndole semejante cantidad de dinero solo como un «pequeño incentivo», ¿entonces qué sería uno grande? Se levantó de su asiento y fue corriendo hacia donde estaba la Srta. Crawley, pero no la encontró allí.

—Las bambalinas —musitó para sí, recordando que hoy era jueves, el día del ensayo previo para el número del fin de semana. Lo más probable era que la lagartija estuviera dejando las cosas listas para que cuando los demás llegaran, tuvieran todo al alcance. Si no mal recordaba hoy le tocaba a Mike.

Bajó como una exhalación las escaleras, con el corazón latiéndole desbocado, recordándole que sentía esa misma adrenalina cuando escapaba de sus acreedores en los tiempos lluviosos del teatro. Al llegar al piso de abajo corrió tras bambalinas y encontró a la Srta. Crawley junto a Eddie, moviendo algunas cosas de escenografía.

—Srta. Craw... ¿Eddie? —se extrañó; su amigo volteó a verlo.

—Hey, Buster, ¿qué tal?

—¿Qué haces aquí? —le preguntó.

—Vine con Nana para...

—¡¿Nana está aquí?! —se sorprendió—. ¿Cómo por qué? —La pregunta le pareció estúpida luego de hacerla, Nana tenía la inquietante costumbre de pasarse sin avisar algún día del mes para ver una presentación, en el que técnicamente es socia, del teatro. Inspiró e hizo un gesto con la pata—. ¿Dónde está?

Eddie señaló por sobre su hombro el escenario.

Buster asintió y fue hacia allí. Nana estaba de pie, erguida con clase y orgullo, como siempre hacía, con sus ropajes de seda purpura y esa especie de turbante; miraba con una calma casi celestial los palcos del público, luego soltó un suspiro retrospectivo. Tal vez recordando sus tiempos aquí, caviló él. Y entonces una idea descabellada le pasó por la mente.

¿Descabellada? No. Era brillante. ¡Brillante!

—Hermoso, ¿cierto? —dijo con voz tranquila, mirando la magnificencia del teatro. Sonrió inspirando un poco, siempre pasaba que cuando veía los palcos, sea de este o del teatro anterior, se ponía un poco emocional

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