Capítulo 27

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 Andrea y yo llegamos directo a la primera clase, por lo que no vimos a Marcos hasta la hora del descanso, él se acercó a la mesa comiendo un paquete de gomitas de ositos y al verme su expresión relajada se transformó en una de preocupación, Andrea hizo de todo con el maquillaje para hacerme lucir decente y esconder mis ojeras, pero al parecer no había funcionado tan bien como esperábamos.

—¿¡Pero qué demonios!? —se sienta frente a mí y acerca una de sus manos a mi rostro —Val, pensé que ya habíamos hablado de esto, sabes que no puedes estar desvelándote.

Lo miro apenada, no me gusta preocuparlo, él se levanta de su asiento y vuelve a acomodarse esta vez más cerca de mí.

—Enana, si te está pasando algo malo necesito que me lo digas, pero ya.

Sus manos en mi rostro, sus ojos fijos en los míos y comienzo a llorar, su mirada de preocupación no me deja actuar de otra forma. De inmediato rompe la poca distancia entre nosotros estrechándome en sus brazos, apoyo la cabeza en su hombro sintiendo la calidez de su chaqueta de cuero en mi mejilla, él acaricia mi cabello.

—Tranquila mi niña —susurra mientras acaricia mi cabello —llora todo lo que quieras.

Andrea se levanta, escucho que dice algo sobre ir por café y sigo llorando sobre la chaqueta de mi amigo.

—¿Me vas a decir qué te está pasando? —levanto la cara, él la sujeta entre sus manos para mirarme —¿Fabián te hizo algo? —agrega cuando no contesto.

—¡No! Él es un novio excelente Marcos.

—¿Entonces?

—No quiero hablar de eso —agacho la mirada él suspira notablemente frustrado —tú también tienes cosas de las que no quieres hablar y yo no te presiono —hablo un poco alterada.

—Pero yo no lloro y llego trasnochado al colegio Valentina Roos.

—Pero sí comes gomitas como un maníaco y actúas frío, cada quien a su manera con sus problemas ¿no? —él me mira dolido, sé que los dulces son el escudo que usa para tranquilizar su ansiedad, lo hace desde que éramos unos niños.

Él trata de excusarse, tomo su bolso, lo abro y vacío su contenido sobre la mesa dejando al descubierto muchas bolsas de gomitas vacías y algunas más llenas, me quedo mirándolo con seriedad.

—Sé lo que pasó con Andrea, ella me lo dijo Marcos —más dolor en su mirada, luego seriedad y esa mirada gélida, su escudo.

—¿Esta mierda me gano por querer ayudar a mi mejor amiga?

Su tono me alerta de inmediato, Marcos no es de decir groserías, al menos que esté realmente furioso por supuesto. Se ríe sin ganas, recoge todo lo que está encima de la mesa y luego de guardarlo en su bolso se levanta para irse pero antes voltea a verme.

—Lo de Andrea es mi problema ¿vale? —saca una gomita de la bolsa y se la come —estoy harto de que escudes tus problemas con los de los demás para hacerte la fuerte y alejar a la gente que se preocupa por ti...

—¿Y tú no estás haciendo lo mismo ahora? —le recrimino él se queda mirándome un momento pero luego se aleja sin decir nada más.

Andrea vuelve con dos cafés y se sienta a mi lado.

—¿Marcos se fue así por mi culpa? —bebo un sorbo de mi café.

—No, esta vez fue por mí, él no quiere admitir que está mal por ti y se enojó cuando se lo dije.

—¿Por qué hiciste eso Val? Marcos ahora está muy mal por mi culpa, lo menos que quiero es que se lo recuerdes.

—Lo sé, pero está comiendo dulces como cuando tenía ocho años y su novia lo dejó o su perro se escapó, sé lo que eso significa, no quiero verlo así —pone sus manos sobre su boca en expresión de asombro.

El gato y el ratónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora