14 . Pedazos

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 Un tono. Dos tonos. Tres. Y así hasta que la llamada se interrumpe. Es la vigésima noche que llamo, y nadie coge el teléfono. Siempre a la misma hora. No por capricho o por superstición, si no porque mi madre, justo antes de acostarse, entra en el baño a desmaquillarse y a ponerse sus cremas, siempre a la misma hora, a media noche. Aprovecho para deslizarme en el dormitorio de mis padres mientras papá sigue medio adormilado delante del televisor y saco mi móvil del cajón de la mesilla de noche, donde mi madre lo tiene escondido (no se ha roto la cabeza pensando en un lugar). Espero intranquila mientras veo la luz bajo la puerta del baño, justo al otro lado del pasillo, pero de momento no he conseguido hablar con Alexei. En ocasiones, como hoy, los tonos se suceden hasta que se interrumpen, y otras veces se oye la voz que dice que el teléfono está apagado o fuera de cobertura. La primera noche llamé con ilusión, pero ahora ya lo hago con desesperación, aunque al mismo tiempo mi insistencia me hace sentir penosa. Han pasado veinte días, y no le he visto en la biblioteca, ni me ha cogido el teléfono. Él, además, no me ha llamado, ni me ha puesto ningún SMS. Es obvio que estaba jugando conmigo, que quiere librarse de mí, pero me rebelo, me niego a asumirlo. ¿Qué he podido hacer para repelerle tanto?¿Quizá le ha decepcionado mi forma de ser? ¿Solo le gustaba mi cara cuando no había nada detrás? Por supuesto se me han ocurrido otras posibilidades más novelescas, pero no me gusta ser piadosa conmigo misma, y creo que es hora de asumir que pasa de mí. Pero llamar, ese acto mecánico, es lo único que me une ahora a él. Él me preguntó si le llamaría y eso es lo que hago. Guardo con sigilo el teléfono y me voy a la cama. Al cerrar los ojos, regresa el vaho saliendo de sus palabras y de las mías, el frío en la ropa y el calor del fuego en la punta de los dedos, la llama de la chimenea danzando en sus ojos azules. Solo quisiera entender por qué. Esta mañana me he levantado con temblores y he tenido que tomar media pastilla más de Pax para deshacer el nudo en mi pecho. Estos días también he tenido terribles pinchazos en el vientre y un persistente dolor de cabeza, como un clavo hundiéndose en el lado derecho de mi frente. Al parecer, alguien ha decidido que no bastaba con estar triste todo el rato, sino que además me ha de doler físicamente que Alexei ya no esté. Pero a la media hora, cuando voy sentada en el autobús, Pax hace su efecto, la realidad comienza a suavizarse por los bordes y los dolores se van aminorando hasta desaparecer. Veo el mundo como si estuviera en el interior de una pecera y me gusta.Así me paso toda la clase de Literatura. Hoy leemos en voz alta «El Licenciado Vidriera», de las Novelas Ejemplares de Miguel de Cervantes. La voz de mis compañeros suena al principio como una nana que pudiera inducirme al sueño, pero me concentro y al oír la historia entro completamente en el relato del pobre licenciado, un estudiante que enloqueció tras beber una pócima de amor. Después de ser envenenado creyó que todo su cuerpo era de cristal y que, a causa de ello, cualquier cosa podría quebrarle en mil pedazos. Me siento identificada con el protagonista. Como él, yo también bebí esa pócima sin querer, y como él, yo con mi tristeza, con el cuerpo que me duele, con las ganas de que el tiempo se acabe, también me siento apunto de romperme en mil pedacitos pequeños, tan pequeños que nadie pueda recomponerlos ni, si hay suerte, saber que una vez existí. Pienso que el dulce es el único remedio a este ataque de autocompasión y voy ala cafetería del instituto a comprarme un cruasán de chocolate. Mi psiquiatra me tiene desaconsejado comer pasteles porque dice que eso puede desestabilizar mi estado de ánimo, pero eso es lo que pretendo. Después de todo, a una no la dejan todos los días, después de pasar una noche a tres grados en una casa abandonada. Estoy pagando cuando viene Leticia, una de las integrantes dela Triple L, y se pone a seguirme hasta que salgo al patio. Por su mirada eso obvio que no quiere nada bueno, y que me echa la culpa de que su amiga esté expulsada.
—Dame la cartera.
—No.
Me coge mi cruasán de chocolate y me lo restriega por toda la cara. Oigo risas a mi alrededor. Después le da un buen bocado y me da muchísimo asco ver cómo mastica con la boca abierta, cómo sus dientes amarillentos trituran el hojaldre y la crema de chocolate.
—¿Vas a hacer que me expulsen por robarte el bollo? —me pregunta. Y entonces hago algo que no entiendo muy bien, pero que desearía haber hecho hace mucho, mucho tiempo, y que me gustaría haber hecho muchas, muchas veces. Le pego un empujón y ella, sorprendida, cae al suelo mientras el resto del cruasán se le pega en el cuello de la camiseta y se mancha. Oigo el ruido que hace su cabeza al golpear el suelo del patio, y me recuerda al de un coco que cae de una palmera.
—¡Te vas a arrepentir de esto, cerda! —me grita, y sus amigas la ayudan a levantarse. La maestra de Literatura, que lo ha visto todo desde la puerta de entrada a las aulas, me mira sorprendida y no tarda en preguntarle a Leticia si se ha hecho daño. La chica se retirala mano de la nuca manchada de rojo. Y la verdad es que no siento nada, ni alegría ni pena, me da igual. Me resulta completamente indiferente. Poco después, Leticia, con una venda en la parte posterior de la cabeza, y yo, estamos sentadas en el despacho de la directora, que me mira alucinada.
—Parece que siempre estás donde están los problemas —dice, sin apartar sus ojos de mí.—Quiso robarme la cartera. Después me quitó el cruasán. Y me lo restregó por toda la cara.
—Y tú la empujaste.
—Sí, porque se lo merecía.
—Yo no he hecho nada de eso —replica Leticia—. Y ahora por su culpa tengo que ir aun hospital a hacerme pruebas. La mujer la mira, impasible.—¿Tuviste algo que ver en la broma que le gastaron a Laura hace unas semanas? Ella no responde.
—Puedes marcharte —indica la directora, y la chica se va, no sin antes dedicarme una mirada llena de odio. Yo reprimo mis ganas de sonreír. Sienta muy bien no estar asustada las veinticuatro horas del día.
—¿Por qué la has empujado? —pregunta la directora. Porque Alexei no contesta, quiero responderle. En su lugar, la miro en silencio, ganando tiempo para encontrar una respuesta convincente y que no me haga parecer una loca.
—Estoy harta de que se metan conmigo. Sé que no debería haberlo hecho, pero no lo he podido controlar.
—¿Todo bien en casa?
—Sí.
—¿Quieres contarme algo?
—No.
—Sé que has tenido problemas con Lorena y con sus amigas.
—Supongo que entiendes que no puedes tener este tipo de conductas en el centro... ni aunque creas que tienes razones para ello.
—Lo entiendo.
—Me gustaría que la próxima vez que tengas un problema con ellas, vengas y me lo cuentes.
La directora, por primera vez desde que la conozco, parece una persona y no un robot.
—No es un tema del que me guste mucho hablar... pero muchas gracias.
—Que no se vuelva a repetir, o tendré que expulsarte a ti también. Y no me gustaría.
—No volverá a pasar, no se preocupe.
Las dos esbozamos una sonrisa de compromiso. Me levanto y me marcho. Por el pasillo mis compañeros de clase me miran como si nunca me hubieran visto; es sorprendente el efecto que tiene haber empujado a una integrante de la Triple L. En algunos rostros, de los más pringados, encuentro solidaridad e incluso admiración. En los de sus amigos, distancia y algo parecido al respeto. Casi estoy deseando pegarme con alguien otra vez para que me manden a casa y poder leer todo el día en pijama, bajo el edredón, en un invierno perpetuo. Así la vida tendría sentido. No sería esta sucesión de hora sin soportables y conversaciones banales. Veo por el tipo de pensamientos que me sacuden que no he comido suficiente chocolate para levantar mi estado de ánimo. Lo que mejor se me da cuando siento pena es generar más pena aún.Por fin acaban las clases y Javi me está esperando.
—¿Te has convertido en Vin Diesel y no me has dicho nada?
—Calla, que te meto.
Los dos nos reímos. Voy a responder cuando veo a Alexei en la reja de salida del instituto. Ha venido a buscarme.   

ANOCHECE EN LOS PARQUES   - ANGELA ARMERODonde viven las historias. Descúbrelo ahora