Abrí un ojo en una tienda de campaña. La luz del amanecer traspasaba con timidez sus costuras. A mi lado, Alexei roncaba. También había una mujer muy mayor, de unos ochenta años, con el pelo hecho una enorme rasta blanca. En el mismo instante en que me desperté, los múltiples dolores de todo el cuerpo me hicieron recordar el olor a coco. Pero me sentía cómodo. A pesar del frío en el exterior, dos gruesas mantas me tapaban, y mi cabeza reposaba en un mullido almohadón. La mujer se incorporó. —Buenos días, chaval —me saludó con la voz ronca, como si se hubiera fumado mil pitillos a la vez. —¿Cuánto tiempo llevo durmiendo? —Casi día y medio. Pero te hacía falta. Alexei también abrió los ojos. —Te presento a Úrsula. Asentí con la cabeza y le di las gracias por haberme acogido. Salimos al exterior, y me di cuenta de que estábamos en una especie de cuesta llena de césped, desde la que se veía un gigantesco puente, majestuoso al amanecer. —El viaducto de la calle Segovia. Antes, había muchos suicidas —dijo Alexei—. Después pusieron mampara y ya no. Úrsula tenía un pequeño hornillo portátil. Nos preparó unos cafés solubles con unos bizcochos, soletillas, dijo que se llamaban, que nos supieron a gloria. Envuelto en las mantas, saboreando la bebida caliente y el azúcar de las pastas que se iban tronchando por la presión de mi lengua, mientras veía el tráfico en la neblina de la mañana, me sentí casi feliz. —En el año 1876 la hija de un conde se enamoró de un tabernero —empezó a decir Úrsula—, los dos sabían que su amor estaba prohibido, pero estaban tan enamorados que pese a todo, se decidieron a casarse, aunque ello supusiera que fueran a ser pobres para siempre. La víspera de la boda, que iban a celebrar en una parroquia que hay no muy lejos de aquí, la joven hizo una maleta con todas sus pertenencias, y escribió una carta a sus padres, explicando sus planes y pidiéndoles por favor que respetaran a su marido. De puntillas, la chica bajó las escaleras del palacete en el que vivían, con tan mala fortuna que fue sorprendida por sus padres. Al confesar de quién estaba enamorada, su padre dijo que jamás lo permitiría; que antes la obligaría a ingresar en un convento que permitir que humillara su nombre ante todo Madrid. Encerraron varios días a la chica, que estuvo sin poder comunicarse con su novio, al que rompió el corazón, porque pensó que ella ya no quería casarse con él. Al séptimo día, la chica les dijo a sus padres que quería darse un paseo y respirar un poco de aire puro. La madre la acompañó. Las dos sentido. —¿Y qué pasó entonces? —pregunté. —Saltó. Alexei escuchaba con el ceño fruncido. —Pero sus ropas se quedaron enganchadas en la copa de un árbol, lo que amortiguó la caída, y no se mató. Sus padres recapacitaron y permitieron que se casara con su amor... Aunque eso sí, nunca volvieron a verla. Ella ya no formaba parte de la familia. —¿Todo eso es verdad? —quise saber. —Me lo contaba mi abuela cuando era pequeña y subíamos esta calle, cargadas con flores para venderlas en el mercado de la Puerta de Toledo. Me miré en la taza de latón. Todavía tenía restos de sangre en la cara. —No te preocupes por eso. Tú quedar como nuevo —dijo Alexei. A las ocho y media, cuando el sol ya se había asomado entre las nubes, llegamos a la Casa de Baños de Embajadores. Alexei me explicó que por quince céntimos podíamos ducharnos, siempre y cuando tuviéramos jabón y toalla. Él tenía en su mítico cacharro «para todo», así llamaba al carrito que llevaba hasta arriba de cosas, y por suerte yo también tenía en mi bolsa de deportes. La taquillera nos dio sendos tíquets con los números de ducha que nos correspondían. —¡Agua en la nueve! —grité, como me habían instruido para hacer, y el agua caliente cayó sobre mí como una bendición. Al principio, sin presión y templada, y después, vigorosa y caliente. Las costras de sangre seca se desprendían de mi piel, de mis rodillas, de mi pelo y cuero cabelludo, y círculos de color rojizo dibujaban espirales que desaparecían por el desagüe. Me enjabonaba con dificultad, pero el dolor era tolerable; aquellos bestias no me habían roto nada. Por supuesto, el brazo me dolía mucho más. Los veinte minutos de agua caliente me sirvieron como un bautismo, la promesa de una vida nueva. Sin embargo, cuando me peiné en la sala común, donde Alexei se estiraba la barba a bruscos tirones, vi en el espejo que los golpes me habían amoratado la cara y que, mientras tuviera ese aspecto, solo él y quizá amigos suyos como Úrsula querrían acercarse a mí. Alexei se aproximó a mí mientras yo examinaba la gama tonal que se extendía por mis mejillas, mi nariz y mis ojos. —Tú debes decir: tenías que haber visto al otro.
![](https://img.wattpad.com/cover/104770813-288-k210087.jpg)
ESTÁS LEYENDO
ANOCHECE EN LOS PARQUES - ANGELA ARMERO
Novela JuvenilLa vida de Laura no es fácil. Cuando su hermano murió súbitamente dos años atrás, su mundo se hizo añicos. Entonces empezaron las visitas al psicólogo, las píldoras, la sobre protección de sus padres y, lo peor de todo, el bullying en la escuela. Si...