9. El mundo se desvanece

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Hoy me he levantado con un mal presagio en el cuerpo. Me pasa muy a menudo, y según mi psiquiatra, estar convencida de que algo malo me va a pasar no es más que un síntoma de ansiedad. Pero hoy, más que otros días, me he levantado con un nudo de preocupación en el pecho. Apenas he podido desayunar, pero ha dado igual, porque mis padres se han ido de viaje a ver a una tía, que está enferma, así que a nadie le ha parecido mal que me haya ido de casa prácticamente sin probar bocado. La tentación de quedarme en casa ha sido fuerte, pero hoy hay examen de educación física y aunque lo odio, la perspectiva de recuperar el examen yo sola es aún peor que hacerlo con el resto de la clase, entre la que puedo camuflar más o menos mi torpeza.
El día va pasando con lentitud, como si cada hora, cada minuto, aumentara la posibilidad de que algo fuera a ocurrirme. Es difícil de explicar, pero cuanto más tiempo transcurre sin que nada suceda, más convencida estoy de que algo va a pasar. Pero no ocurre nada, aparentemente.Hoy ni Lorena ni la Triple L me lanzan miraditas agresivas, sino todo lo contrario. Me han saludado al entrar y no me han gritado «¡Aborto!» entre clase y clase. Tampoco me han tirado a la cabeza el borrador, ni ningún otro material escolar. Quizá el hecho de que Javi se haya liado con Lorena aporta a mi vida, aparte de un enfado que no logro dominar, una tregua con ella y con la Triple L. Inevitablemente, llega la temida hora de gimnasia. Tengo que hacer un circuito que incluye diez minutos de carrera,varios saltos de potro, plinto, volteretas clásicas y laterales y acabar haciendo el pino contra la espaldera. Ya le he dicho al profesor que yo no hago el pino, que ni siquiera lo intento, porque la sensación es que me lanzo de cabeza contra la pared y me desagrada. No sé si mis padres le habrán dicho que estoy en tratamiento o no, pero por suerte no tengo que darle más explicaciones quelas necesarias y acabo el circuito después de hacer una extraña voltereta lateral encogida. El profesor me mira con algo de lástima, igual que la mayoría de mis compañeros de clase, pero por suerte no hay risitas, ni susurros, ni miradas que me perdonen la vida... y toda esta corrección en mis tradicionales enemigas no hace si no inquietarme más aún. Supongo que, como otras veces, el profesor me aprobará por pena. Nunca he sido hábil, físicamente. Para mí, la torpeza es otra forma de inseguridad. Es como si yo fuera una turista dentro de mi propio cuerpo. En cambio Javi, tan fuerte y con tanto dominio de sus movimientos, debe de sentirse muy cómodo. Me desvisto con cuidado, dejo el chándal sudado en la taquilla, y me envuelvo en dos toallas, porque no me gusta que nadie me mire ni juzgue mi cuerpo. Me da la sensación de que, a mi alrededor, las compañeras de clase, especialmente la Triple L, están anormalmente calladas. El vestuario hoy tiene un aire de cementerio. Entro en la ducha y dejo que el agua caliente me haga sentir bien. Siempre hay algo en la ducha que me permite poner la mente en blanco, concentrarme en las sensaciones del agua al caer sobre mi piel. Salgo de la ducha y me acerco a mi taquilla. Cojo la mochila, la abro, meto la mano y cuando la saco, está completamente roja.No entiendo nada. Todo su contenido, la ropa limpia dentro de su bolsa, los libros, los cuadernos, el estuche, todo está teñido de rojo, como si un animal se hubiera desangrado en su interior. Tengo los brazos manchados de rojo, y las toallas también, y siento un escalofrío. Ahora sí, las veo a todas mirándome, pendientes de mi reacción. Busco mi chándal, para volvérmelo aponer, pero no está. De repente, siento como si el pecho se me llenara de aire, mi corazón comienza a latir cada vez más deprisa, como si fuera a reventar, y a mi alrededor todo da vueltas: las taquillas, los bancos de madera, los neones del techo, las baldosas del suelo... hasta que ya no veo nada. Lo último que oigo son unas risas crueles y me desmayo.
Un pitido constante me hace saber que estoy en el hospital. Abro los ojos y veo una luz alargada en el techo, tan intensa que me daña los ojos. Hay un bulto a la derecha, de pie, a mi lado, en la cama. Los neones traspasan los cabellos rubios, como si fueran hebras de oro. Una mano caliente toma mi mano y la aprieta. Unos ojos azules me sonríen.Quizá me he muerto y estoy en el paraíso.-Alexei -me oigo decir.-Alexei no, Javi -puntualiza mi amigo, y por fin despierto. Estoy en una habitación de hospital, pero no es Alexei quien está pasando la noche a mi lado, si no Javier.-Tus padres están de camino.-¿Qué hago aquí? -pregunto.-¿No lo recuerdas? Solo recuerdo el color rojo.-Te desmayaste en el vestuario. Una de las señoras de la limpieza te encontró inconsciente en el suelo... Te has dado un golpe en la cabeza al caer, pero no es nada. Me llevo la mano al cráneo. Noto un pequeño vendaje, pero no duele.-¿Por qué no me habías dicho que Lorena te hacía esas cosas?-Me daba vergüenza. Javier, por un momento, no sabe qué decir. Parece como si se estuviera callando algo importante. Al final, lo suelta.-Creo que esto es culpa mía -dice Javier.-No te entiendo.-He roto con ella. A lo mejor pensó que tú me habías contado lo que te hace.«Debería haberlo hecho», pienso. Pero no lo digo.-Le dije que tenías novia -confieso-, igual eso tampoco le hizo mucha gracia...Javier me mira divertido.-¿Por qué le dijiste eso?-Porque creo que te mereces a alguien mejor -respondo. Me mira con algo de sorpresa. Está acostumbrado a los piropos, pero parece que le resulta raro que alguien se preocupe de verdad por él.-Has dormido un montón -comenta, cambiando de tema.-A veces creo que me gustaría dormir toda la vida.-No digas eso. No es verdad. ¿Quieres que llame a tu amigo? A lo mejor preferirías que fuera él quien estuviera aquí. Aun a pesar de lo aturdida que me siento, noto que Javi está molesto. Supongo que a nadie le gusta ir al hospital a cuidar de una chica y que de sus labios salga el nombre de otra persona, pero no lo entiendo... Javi y yo nunca hemos tenido ese tipo de relación. Seguramente, no signifique nada.-No te pongas así. Además, no tengo su teléfono. Javi sonríe, como si esto le alegrara.-Pues la próxima vez que sueñes con alguien, asegúrate de tener su número. Para que no sufras, vamos.
Me sonríe y justo en ese momento aparece mi padre, con la preocupación impresa en el rostro.-Mañana mismo hablaré con el director.-No, papá, déjalo...Mi padre me estruja tan fuerte que me hace un poco de daño.-Esto no va a quedar así. La vamos a denunciar. Me cansa la simple idea de tomar ese camino.-¿Y mamá?-Está aparcando, ahora viene. Javi me besa en la frente.-Os dejo.-Gracias, Javi... por avisar, por venir y por todo.-Gracias -digo yo con un hilo de voz, y ahora me siento un poco como la dama de las camelias y la sensación tiene algo de interesante. Javi se marcha, y me quedo a solas con mi padre, que está furioso. Me doy cuenta de que ahora mismo su vida tiene sentido: tiene un enemigo que batir, algo que les de la monotonía de su matrimonio, del dolor silencioso de la pérdida de mi hermano y de las rutinarias horas de oficina.-Se van a enterar -farfulla-, esto no va a quedar así. Le voy a arruinar la vida a esa delincuente. Pero yo estoy harta de pensar en Lorena. -No merece la pena. Que le den -digo. Seguramente el contenido del gotero me hace ver el mundo de una forma demasiado indolente, pero no me importa. De hecho, me gusta. Entra mi madre y me besa la mano, con lágrimas en los ojos.-Nunca más volveremos a dejarte sola. Eso es justo lo que una persona frágil y dependiente necesita oír, y probablemente, lo peor para que alguna vez llegue a ser normal y autónoma. Viene la enfermera y me rellena el gotero. El neón se funde con la pared y me duermo.

ANOCHECE EN LOS PARQUES   - ANGELA ARMERODonde viven las historias. Descúbrelo ahora