He esperado a que mis padres se acostaran para poder buscar a Alexei sin que nadie me moleste. He cenado sin abrir la boca, y mis padres han hecho lo que hacen siempre en las cenas: hablar de sus respectivos días e intentar involucrarme en la conversación. Yo estaba allí, pero mi mente estaba en otro lugar. De vez en cuando asentía, o decía algo para que pensaran que les escuchaba, y comía todo lo que me ponían en el plato, aunque no tenía nada de hambre y sentía estar muy, muy lejos de todo lo que ocurría en aquella cocina. Ahora, por fin sola delante de mi ordenador, me siento feliz ante la anticipación de poder averiguar más sobre él... Me imagino que no habrá muchos Alexeis que vivan en Madrid, y ninguno como él. Abro Facebook, y los primeros resultados son decepcionantes. Aparecen varios Alexeis, pero viven en lugares lejanos como Munich, Düsseldorf, San Petersburgo o Bucarest. Incluso hay una página dedicada al deportista Alexei Ramírez, un jugador de béisbol a quien se conoce como «el Misil Cubano» y que juega en un equipo de Chicago llamado los White Sox. Hay un par de Alexeis en Barcelona, otro en Valencia, pero ninguno es él. El resultado que más me interesa, aunque obviamente no es el que busco, es una página dedicada a Alexei Romanov. Me llama la atención por su nombre (muy pos moderno: Alexei Romanov Fan Club) así que la abro para distraerme de mi frustración. Hay una foto de Alexei Nikolayévich Romanov a los diez años. En ella aparece el joven zarévich (el heredero del zar) vestido de marinero, mirando de lado hacia la cámara, mientras está sentado en lo que parece una butaca forrada de damasco. Su mirada es inteligente, se puede decir que es un niño guapo; se agarra los codos con las manos en un gesto como de no saber posar que me enternece.Sigo investigando sobre su figura en Wikipedia. Descubro que fue hijo del zar de Rusia Nicolás II y de la zarina Alexandra y que tenía cuatro hermanas, todas ellas grandes duquesas: Olga, Tatiana, María y Anastasia. Descubro que Alexei estaba enfermo de hemofilia, y sus padres dudaban que alguna vez pudiera acceder al trono,porque su esperanza de vida era reducida. Pero su enfermedad no le impidió portarse como un niño normal, o al menos, parecerlo. En las fotos de la página, en la que aparece junto a un perro, de paseo por un bosque, o cortando leña con su padre, el zar, no se aprecia ni un atisbo de su enfermedad. De todos modos, no fue la hemofilia lo que acabó con él, si no los bolcheviques que asesinaron a toda su familia en la madrugada del 17 de julio de 1918. Alexei tenía catorce años cuando murió. Me quedo mirando una de las fotografías, pensativa. Por supuesto he oído historias, como las ha oído todo el mundo, de que los Romanov siguen vivos, pero escondidos en algún lugar. Que Alexei logró escapar, que Anastasia fue vista en los años cincuenta en unos grandes almacenes de Nueva York, y cosas así. El refinamiento del chico en las fotos me recuerda un poco al Lector: los ojos grandes, los labios carnosos, la mirada de inteligencia. Por un instante pienso en lo divertido que sería que él fuera descendiente de los Romanov, un pariente lejano del zarévich, y que estuviera allí, sentado frente a mí, sonriéndome, prueba de uno de los secretos mejor guardados de la historia. Pero enseguida vuelvo a la realidad: si bien es improbable que sea un Romanov, lo que está claro es que no está en Facebook y tampoco en Twitter. Aunque la cantidad de Alexeis que hay, muchos de ellos sin foto y sin información sobre su lugar de origen o residencia, no me permiten tener la seguridad de que él no se esconda detrás de uno de esos perfiles con fotos borrosas o de uno de esos avatares impersonales con forma de huevo. Por supuesto, me queda Google... pero tampoco encuentro ni rastro de él. Y es extraño, porque todas las personas que conozco, hasta las que menos hablan, hasta las más discretas, hasta las más jóvenes, todas tienen algún rastro en la red, sea en Facebook, Twitter, Instagram o en un blog... Pero si hubiera que fiarse de internet, parece que Alexei no existe. Me entristece no haber averiguado nada de él. Intento recrear el sonido de su voz susurrada, o la consistencia que tenía en el parque,cuando íbamos caminando hacia la salida, pero no es igual, sino la fotocopia de una fotocopia, y me siento como si me hubieran atracado, como si hubiera tenido algo precioso y se me hubiera colado por un agujero en el bolsillo. Apago el ordenador. Me gustaría dormirme pensando en el rato que he pasado con el Lector, y fantasear con un próximo encuentro, pero sé que no va a funcionar. Desde que tomo Pax, no tengo sueños. Antes de la medicación tenía pesadillas con el instituto, soñaba que se me caían los dientes, que me pasaba la corriente eléctrica. Resulta que mi subconsciente tiene imaginación de sobra para hacerme pasar por varias muertes traumáticas en sueños. Mi pesadilla favorita (por decir algo) es una en la que yo permanezco de pie en la playa, viendo el crecimiento de una gigantesca ola a mis pies hasta que toca el cielo y bate con fuerza en la arena, engulléndose. Tanto me agitaba en sueños que el psiquiatra me aconsejó que tomar a media pastilla antes de acostarme, y ahora, no me entero. Lo prefiero, pero en noches como esta, me gustaría tenerla posibilidad de soñar. Quién sabe si, en sueños, vería la cara y oiría la voz de Alexei mejor de lo que puedo recordarlas. Vuelvo a la cama. El pastillero está en la mesilla de noche. Lo abro, parto medio Pax, y lo cojo entre mis dedos. Lo miro con detenimiento. ¿Cómo es posible que una cosa tan pequeña pueda borrar todos mis sueños?
Decido que esta noche voy a pasar de la medicación y me acuesto.
Sueño con Alexei Romanov agarrándoselos codos y vestido de marinero.
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ANOCHECE EN LOS PARQUES - ANGELA ARMERO
Novela JuvenilLa vida de Laura no es fácil. Cuando su hermano murió súbitamente dos años atrás, su mundo se hizo añicos. Entonces empezaron las visitas al psicólogo, las píldoras, la sobre protección de sus padres y, lo peor de todo, el bullying en la escuela. Si...