TERCERA PARTE HIJOS DEL VIENTO 1 . La extraña responde

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 Cuando terminé de leer la carta eran casi las nueve de la noche. Hacía frío y se había hecho de noche. Un enjambre de sentimientos encontrados zumbaba en mi cabeza mientras regresaba a casa. Por un lado, me sentía feliz de que él no hubiera dejado de quererme, y orgullosa, a la vez, de haber sido buena para él. Por otro, me sentía muy triste por lo que le había sucedido, y le admiraba por todo lo que había luchado. Sin embargo, me enojaba que no hubiera confiado lo suficiente en mí para contarme quién era. Por supuesto, hubiera sido diferente. ¿Me habría enamorado de él si me hubiera dicho que no tenía nada? No lo sé. Tampoco nos habíamos visto tantas veces y en mi cabeza yo me lo había inventado más que conocerle, pero lo que no esperaba es que él también se hubiera inventado a sí mismo. Me sentía muy agitada. A pesar de las bajas temperaturas, estaba sudando y el interior de mi camiseta estaba empapado. Mi corazón latía de manera irregular y frenética. A mi alrededor, en la oscuridad los árboles parecían crecer a mi paso y cernirse como garras sobre mí. Solo el aire puro de la noche conseguía darme algo de sosiego. Mientras caminaba hacia mi casa ensayaba formas de comenzar mi respuesta y de comunicarle que no pensaba ir; le mandaría un correo electrónico esa misma noche, explicándole por qué no me reuniría con él en Praga. En mi cabeza el texto manaba, fluido; había miles de razones por las que aquello era una locura. Por supuesto, pensaba en Javier, en mis padres, en el dinero, en perder días de clase... pero sobre todo pensaba que mi corazón no lo resistiría. Estaba segura de que podría sufrir un ataque de nervios al verle, o uno peor si tuviera que despedirme de él, o si no le encontrara; a fin de cuentas, ya me había mentido una vez. Era lo mejor; cuando hube decidido que declinaría su invitación, conseguí recuperar la tranquilidad. Triste, pero aliviada, porque de alguna manera podría cerrar ese capítulo de mi vida con una conclusión, fuera la que fuese, en vez de guardarla para siempre en mi recuerdo con un gigantesco interrogante. Cuando llegué a casa, me disculpé por mi retraso y, aunque mis padres me miraron con preocupación, me dejaron ir a dormir sin dar más explicaciones. Debieron ver en mi cara que necesitaba descansar. Javier quería darme las buenas noches por Skype, pero le dije que me quería acostar cuanto antes. Me llevé el portátil a la cama y abrí el correo. En el destinatario puse la dirección que me había dado, que me parecía la de un extraño, Juan689@gmail.com, y comencé a escribir. Querido... (¿cómo debería llamarte?) Una vez te dije que había muchas cosas de mí que no sabías y me respondiste que tú también ocultabas cosas. Creo que esta es una buena ocasión para contarte todo lo que tú no conoces de mí, pues tiene mucho que ver con mi decisión. Antes de entrar en detalles quería decirte que no estoy enfadada contigo, que siento muchísimo todo por lo que has tenido que pasar y que me hubiera encantado que nos hubiéramos conocido en otro tiempo, quizá en otro lugar, donde todo hubiera sido más fácil. Desde que desapareciste de mi vida ha habido muchos cambios, la mayoría malos; no por tu culpa, sino por mi carácter. También ha pasado algo muy bueno y es que Javier y yo estamos juntos. Tu intuición era acertada, después de todo. Él es el responsable de que ahora esté mucho mejor. Desde la muerte de mi hermano, padezco una forma de ansiedad generalizada que interfiere ni aunque fuera un día. Solo de pensarlo se me hace un nudo en la garganta. Del mismo modo, subirme a un avión (cosa que jamás he hecho porque siempre me ha aterrorizado la idea) y plantarme en una ciudad desconocida sin el consentimiento de mis padres es algo que creo que mi corazón no podría soportar. Si no conoces lo que es la ansiedad, ni has tenido cerca a nadie que la padezca, seguramente todo lo que te digo te parecerán tonterías. O quizá no, porque eres inteligente y sensible y posiblemente te dieras cuenta de algo el día de Nochebuena. En cualquier caso, esto, que puede parecer un capricho o un miedo estúpido, es lo que dicta las páginas de mi vida, una lucha constante contra el miedo. Siempre tengo la sensación de estar perdiendo. Por otro lado, me cuesta perdonar que me hayas mentido. Entiendo tus razones, yo también te he ocultado cosas de mí, pero no he ido tan lejos como tú. Nada o casi nada de lo que me has contado sobre ti tiene algo que ver con la verdad. Alexei ni siquiera existe, o si existe, es producto de tu imaginación y de la mía. Además, cuando desapareciste después de Nochebuena lo pasé muy mal. No pienses que te guardo rencor. Lógicamente, no puedo imaginar lo mucho que habrás sufrido desde que llegaste a Madrid, sé que tus explicaciones llegaron tarde, sé que Javier me ha ocultado la verdad, quizá pensando en lo que era mejor para mí... Pero no querría pasar por lo mismo otra vez. Ha sido demasiado duro y creo que no podría soportarlo. Por todo esto, me siento incapaz de acudir a tu encuentro, y además, hay muchas personas a las que no quiero herir. Espero que lo entiendas. Te besa, Laura Puse el cursor sobre el botón de «Enviar» y tomé aire. Releí el correo electrónico; por muy sincera que hubiera sido, era la voz de una extraña. Sin pensarlo más, le di a «Enviar». Cerré los ojos y me arrebujé en el edredón. Se me escaparon algunas lágrimas, que aplasté contra la almohada. Me dormí diciéndome a mí misma que era lo mejor. Me desperté dos horas más tarde, arrepentida de haber enviado ese correo, y con la certeza abrumadora de que debía ir a reunirme con él. Y que debía hacerlo cuanto antes. Me sorprendía mi nueva determinación; era como si alguien me dictara, desde algún lugar desconocido, cuáles debían ser mis pasos. Era una determinación que huía de todas las razones para no hacerlo, y que al mismo tiempo, era mucho más poderosa que todas ellas. Era una locura, pero sabía que si no me reunía con él lo lamentaría toda la vida. Cogí el ordenador y busqué vuelos que salieran hacia Praga cuanto antes; si quería llegar al mediodía a la plaza de la Ciudad Vieja no tenía mucho tiempo, el vuelo tardaba tres horas en llegar al aeropuerto de la ciudad, llamado Václav Havel. Con tan poca anticipación, el más barato costaba unos doscientos euros; en aquel momento, yo solo disponía de los treinta de mi paga semanal. Necesitaba dinero y no sabía cómo conseguirlo. Pero no era fácil, mis padres no tenían caja fuerte, ni eran partidarios de guardar billetes en casa. Por supuesto, podría vender algo sin que se dieran cuenta, pero apenas teníamos nada de valor y eso requeriría un tiempo; solo los ordenadores que había en casa, o quizá la tele, podrían transformarse en algo de dinero, pero era una opción poco viable. Por fin, se me ocurrió lo que podría hacer. Me levanté de la cama y tan sigilosamente como pude, me acerqué al recibidor; como siempre, allí estaba tirado de cualquier manera el bolso de mi madre. Saqué su cartera y de ella, su tarjeta; conocía el PIN porque me había enviado a comprar al supermercado muchas veces. Me vestí, salí de puntillas de la casa, cerré la puerta con lentitud y me lancé a la calle; eran las cuatro de la mañana y no había nadie, solo el viento silbando agresivamente sobre el asfalto. Llegué al cajero, y dudé sobre la cantidad; al final saqué el límite, seiscientos euros. Por mucho que supiera que me estaba equivocando, que aquello no podía ser bueno para nadie, quería volver a verle y eso era más importante que cualquier otra cosa. Dejé la cartera en el bolso. Amparada por la luz del portátil, llené una mochila con lo básico: unas cuantas mudas, un libro ( Historias extraordinarias , de Roald Dahl) y todo el Pax que tenía en el cajón de la mesilla de noche. Antes de abandonar mi habitación pensé en dejar una nota a mis padres, para que no se preocupasen, pero como ninguna excusa me parecía razonable, me fui sin más. También sentí que estaba engañando a Javier. No solo por escaparme a otra ciudad para reunirme con otro, sino porque acababa de descubrir que si una carta de Juan bastaba para alejarme de su lado, quizá no le quería tanto como le había hecho creer. Por otro lado, sentía como una deslealtad que, habiéndome visto sufrir tanto con la desaparición de Alexei, no me hubiera confesado la verdad sobre él. La urgencia del viaje me dispensó de seguir pensando en Javier. Cogí el metro para llegar al aeropuerto y allí compré mi billete a Praga en metálico. No quería que mis padres rastrearan el gasto por internet. Solo había estado en Barajas una vez, para recibir a mi padre de un viaje, y me sentía como una fugitiva, como si todo el mundo me mirase. Comencé a leer para evitar pensar en que, dentro de pocos minutos, iba a estar dentro de un pájaro de metal que surcaría el aire a diez mil metros de altitud y novecientos kilómetros por hora. Ahora me abrocho el cinturón. Las azafatas acaban de dar las instrucciones de seguridad y me han hecho sentir más miedo aún que antes. El avión comienza a rodar por la pista y me siento viva, y aterrada, y muchas cosas más a la vez. Noto cómo despega sus ruedas del suelo y se eleva hacia las nubes y, sin embargo, en vez de estar aterrorizada, miro por la ventana, veo que la ciudad se va quedando pequeña bajo mis pies y por una vez me siento libre, como si en otra ciudad yo también pudiera ser otra.

ANOCHECE EN LOS PARQUES   - ANGELA ARMERODonde viven las historias. Descúbrelo ahora