15. Tanto que no sabes

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Javi insiste en que quiere conocerle y por la forma en que lo dice, veo que está decidido y que no hay nada que pueda hacer para impedirlo. Así que nos acercamos los dos, juntos, a la salida. Alexei me sonríe, como si nos hubiéramos visto ayer mismo, y también le sonríe a él, con la confianza de los príncipes, de los despreocupados, de los que están seguros de poder ponerse el mundo por montera; los que creen que gustar a los demás es solo cuestión de proponérselo. Bajo el brazo lleva un ejemplar de Siddhartha, de Hermann Hesse. Pero es viejo y cuarteado, y no lleva el adhesivo de la biblioteca. No me besa, ni en los labios, ni en ningún sitio. Simplemente, me aprieta el brazo con brevedad. Quizá le corta la mirada inquisitiva de mi amigo.
—Hola, Laura.
Javi nos mira muy serio, tanto, que hace que el momento sea más incómodo aún.
—Javier, te presento a Alexei. Javier y Alexei se dan la mano. Alexei, cordial. Javi, como si el mundo le debiera una explicación. Le piso y rápidamente entiende que debe cambiar la cara. Algo parecido a una sonrisa se dibuja en su rostro, y de nuevo se parece al chico amable y risueño que acostumbra a ser.
—He oído hablar mucho de ti— dice.
—Eso, en mi caso, casi nunca es bueno —replica Alexei, y los tres nos reímos.Hay un silencio incómodo.
—¿Te importa si no me voy contigo hoy?—pregunto.
—Tus padres están esperando que te lleve a casa —dice Javi.
—Ya encontraré la manera de avisarlos. Les diré que...
—Está bien, haz lo que quieras —decide Javi. Le sonrío, agradecida.
—Si vas a inventarte algo, cuéntamelo antes de soltárselo. No te metas en más líos —me dice, señalándome con su dedo índice
—. Y tú, compórtate —le espeta a Alexei, y mi sensación de vergüenza se multiplica por mil. Vencido, como un sheriff rodeado de pieles rojas que cogiera su caballo y se marchara campo a través, Javi se aleja de nosotros, y me dedica una última mirada antes de salir del recinto del instituto. Una mirada de curiosidad, pero también de tristeza.
—¿Es tu guardaespaldas? —pregunta Alexei.
—No, es mi mejor amigo —contesto.
—Espero que no te haya molestado lo que he dicho, solo es una broma. Tiene pinta deser majo... un poco jefecillo, pero majo.
—Claro que no. Pero es una especie de hermano mayor para mí. Era el mejor amigo de Felipe... Mis padres le conocen bien y suele cuidar de mí, especialmente cuando tengo un mal momento.
Alexei se ha dado por aludido al oír lo del mal momento.
—Me gustaría hablar contigo y explicarte algunas cosas. ¿Vamos a dar un paseo?
Después de mucho caminar, nos hemos detenido en el Arco de Moncloa. Está atardeciendo y más allá de la curvatura del feo monumento franquista, las nubes son rosadas y violáceas, aunque el azul empieza a asomar en el horizonte. A pesar de que quería hablar, durante todo el camino Alexei se ha limitado a cogerme la mano y apretármela con fuerza. Ajenos al frío, nuestros dedos estaban ardiendo por la presión que hacían unos contra otros. Las calles están llenas de luces navideñas, que siempre me provocan una mezcla de alegría y pena. Alegría porque siendo una chica de interiores como yo soy, la perspectiva de estar en casa con mis padres y celebrar buenas comidas e intercambiarnos regalos me gusta. La pena, obviamente, porque siempre hay una silla vacía que parece más grande en las ocasiones solemnes, y porque a mi madre siempre se le escapa una lágrima al entrar en el Año Nuevo y ver que su hijo mayor no está allí para contar uno más. Pero intento pensar en la parte positiva, porque a pesar de los problemas, seguimos estando juntos, recorremos de la mano el puente entre un año y el siguiente, comiendo las uvas, y tragándonos los especiales de las televisiones hasta que nos caemos de sueño. Alexei y yo nos hemos sentado frente al arco, y aunque el tráfico de salida y de entrada a la ciudad rugía a nuestros pies, su efecto ha resultado casi sedante, y hemos estado unos minutos mirando los coches, las nubes, las luces y los contornos de los límites de la ciudad, como si en lugar de ser un atardecer rodeado de vehículos y polución hubiera sido la vista idílica de una hermosa playa abandonada en los confines del mundo. Me ha besado la mano, sin soltarla ni un momento, y parece que por fin se dispone a hablar.—He sido un gilipollas.
Le miro, sin saber qué decir.
—Pensaba que tendrías una excusa más currada. Silencio.
—Pensé que te habría atropellado un tren, o que habrías tenido un accidente en la academia.
—Esa hubiera sido una excusa perfecta—dice él, con una sonrisa triste.
—¿No sabes si quieres estar conmigo?—le pregunto yo sin poder evitar que la voz se me quiebre como a la pavisosa llorona que soy. Él me clava su mano en la rodilla, con urgencia.
—Mírame. Eso no lo digas ni en broma. No tiene nada que ver con eso.
No me lo creo.
—No me gustan los juegos, ni las bromas. Hay cosas que tú no sabes de mí, Alexei. Tengo mal perder. Me tomo las cosas muy a pecho.
—Me he portado mal, pero no tiene nada que ver contigo. O quizá sí, pero no es lo que tú piensas.
—Déjate de adivinanzas. Si no te gusto, déjame estar.
Coge mi cara y la vuelve con suavidad hacia él. Me besa en los labios, sin pasión, solo con cariño y paciencia.
—Tienes que creerme. Aunque me cuesta confiar en él, no puedo resistirme.
—Entonces ¿por qué has desaparecido tantos días?
Alexei calla, como si estuviera haciendo acopio de valentía para responder.
—Eres demasiado buena para mí.
Le miro como si se hubiera vuelto loco.
—¿Me tomas el pelo?
—No. Yo a tu lado no soy nada —me.dice.No puedo entender; a lo mejor es que él también está un poco loco.
—No sé qué haces conmigo —admite, avergonzado.
—Jamás hubiera pensado que eras un chico sin autoestima. Desde luego no lo pareces.
—Hay muchas cosas que tú no sabes de mí, Laura, y te aseguro que yo lo digo enserio, no como tú.
—Yo... yo tengo problemas. Y tú tienes problemas. Y qué más da. A mí solo se me olvidan cuando estoy contigo —digo, y pienso de repente que, sin saber cómo, me he convertido en la fuerte de esta relación.
—No soy nadie. Apenas existo. Y de alguna manera, solo existo cuando estoy contigo. Lo demás es una huida continua —dice, mirando a algún lugar en el infinito de la noche que se abate sobre nosotros.No sé por qué dice esas cosas. Pero ahora soy yo quien coge su mano y la besa.
—Si no fuéramos nadie, podríamos ser invisibles juntos y nuestra vida sería más fácil.
Por fin nos reímos, y algo de tensión se libera con nuestras carcajadas.
—¿Qué les vas a decir a tus padres?
—Que no llamen a la policía, pero quizá es demasiado tarde ya.
—Quiero conocerles. Quiero que te dejen pasar más tiempo conmigo.
Ahora casi se me ha parado el corazón.   

ANOCHECE EN LOS PARQUES   - ANGELA ARMERODonde viven las historias. Descúbrelo ahora