Mis padres me miran muy serios y asombrados, como dos científicos viendo una partícula de un material desconocido a través de un microscopio. El alivio inicial que han sentido al verme llegar a casa a las nueve de la mañana, después de haber pasado la noche fuera, se ha convertido rápidamente en un estallido de cólera y después en un estado de tremenda confusión. Nunca había hecho nada parecido. Llamaron a la policía, al instituto, a Javier...y nadie sabía nada de mí. Anoche pensé vagamente en ellos, cuando, hablando con Alexei, le mencioné que mis padres jamás me dejarían volver a salir de casa... Pero después de lo que pasó, desaparecieron completamente de mi cabeza hasta esta mañana, a las ocho y media, cuando hemos amanecido abrazados, la luz del sol de primera hora entrando por las ventanas rotas de la casa, y un frío de muerte prendido en la ropa. Al despertarme me he sentido como si hubiera visto una película que me hubiera encantado pero mi primer pensamiento me ha devuelto a la realidad: «Ha ocurrido de verdad». Le he visto dormir, y me ha dado pena despertarle, parecía tan tierno e ingenuo como un niño pequeño. Pero tras ver los ochenta mensajes de WhatsApp y las treinta llamadas de mis padres me he dado cuenta de que tenía que marcharme enseguida. El teléfono seguía vibrando mientras terminábamos de vestirnos y salíamos a la calle. Él estaba muy tranquilo pero yo, imaginando a mis padres muertos de preocupación y anticipando su enfado, era incapaz de concentrarme en lo que decía y no paraba de mirar el móvil. Por fin les he puesto un mensaje diciendo que estaba bien y que en media hora estaría en casa.—¿Tu tía Margarita no está furiosa? —le he preguntado.—Ella es especial... y la tengo bien acostumbrada. A veces paso la noche por ahí, en casa de algún amigo o...—Alguna amiga. —He terminado yo la frase, con un nudo en el estómago. Ha enrojecido.
—No, no es eso.
Después ha dicho que si por su culpa mis padres no me dejaban volver a verla luz del día, él jamás sería capaz de perdonárselo.—Me gustaría decirte que exageras, pero yo... les tengo muy mal acostumbrados. Seguro que llevan toda la noche pensando que me he muerto.
Al oír esto su rostro se ha contraído en una mueca de tristeza.
—Lo siento.
—No es culpa tuya.
Hemos llegado a la estación de metro y nos hemos despedido con un beso en los labios.
—¿Me llamarás? —ha preguntado él.
—Sí —he contestado yo, pensando que quizá debería haber vacilado un poco para parecer más interesante, pero ¿a quién quiero engañar? Nada más entrar por la puerta, me los encuentro, la alarma en el rostro, la incredulidad en sus palabras. Me miran preocupados e impacientes, exigiendo una explicación, pero yo no tengo ganas de hablar ni de responder a sus preguntas.
—¿Dónde has estado?
—¿Con quién has estado?
—¿Se puede saber en qué estabas pensando?
—¿Por qué no cogías el teléfono?
No digo nada, lo que les preocupa profundamente, como si no reconocieran en mí a su hija.
—Necesito ducharme.
Cojo la ropa para cambiarme e irme al instituto, y atónitos como están, no dicen nada para impedírmelo. Me meto en el baño y abro el grifo de la ducha. Oigo voces. Mi padre dice que no sabe qué deberían hacer, que quizá habría que consultarlo con el psiquiatra. Mi madre alza la voz, lamenta que dos años no hayan servido de nada e insiste en que hay que castigarme. Mi padre no está de acuerdo.
—¡Tiene que entender que no puede hacer lo que le da la gana! —exclama ella. Abro más el caudal del agua, cierro la mampara y dejo de oír sus gritos. Mientras me visto, alguien llama con los nudillos.
—Cuando acabes, ven al salón, por favor —susurra mi padre, y la tristeza de su voz hace que me sienta fatal. Me siento en el sofá, expectante, ante mis padres. Mi madre tiene mi móvil en la mano, y se me escapa un grito.
—¡No!
—Un mes sin móvil. Un mes sin Internet. Un mes sin salir de casa.
Mi padre asiente. Parece que se han puesto de acuerdo y el caso ha sido sentenciado. Y no sé cómo voy a sobrevivir sin llamar a Alexei. Tendré que ingeniármelas para recuperarlo. Y encontrar la manera de hacerlo sin que se enteren.—¿Tampoco puedo ir a la biblioteca? —pregunto con mi cara más inocente. Los dos se miran, todavía enfadados.
—Que te acompañe Javier.
—Sin Javier, no vas a ningún sitio. De casa al instituto y del instituto a casa. Les digo que tengo que marcharme al instituto, pero los dos se quejan, dicen que no es justo, que han dejado de ir a sus respectivos trabajos y que ahora necesitan saber exactamente qué he hecho esta noche. Pero no digo nada. Y eso les desespera.
—Hija, ponte en nuestro lugar. Siempre has sido muy comprensiva —dice mi padre, apunto de perder los nervios.
—¿Te ha pasado algo? ¿Alguien te ha hecho daño?
No van a dejarme en paz hasta que hable. Les digo que no tienen nada de que preocuparse. Suena el timbre. Es Javier. Le han pedido que me lleve al instituto, así de rápido he perdido su confianza.
—Hija, si te hubiera pasado algo malo, nos lo dirías, ¿verdad?
—Estoy bien. Simplemente no me apetece hablar de ello —digo, y veo en su cara que mi respuesta les rompe todo lo que creían saber de mí. Recojo mis cosas y me dispongo a salir. Mientras estoy en mi cuarto metiendo los libros y los cuadernos en la mochila, puedo imaginar qué tipo de conversación están manteniendo con Javier. Cómo le piden que intente sonsacarme sobre lo ocurrido esta noche. Cómo se quejan de lo irresponsable que he sido y de la mala noche que les he hecho pasar. Y casi puedo ver la cara de adulto responsable de Javier mientras escucha todas estas cosas. En el camino, mi amigo respeta mi silencio. Sabe que no he respondido al interrogatorio de mis padres y su instinto le dice que debe utilizar otra táctica. Pero a medida que nos acercamos al instituto, puedo notar cómo le desespera mi silencio.
—No ha estado bien lo que has hecho.
Sigo caminando.
—¿En qué estabas pensando?— me dice, ahora algo cabreado. Pero una vez más, sigo sin responder. Las experiencias de esta noche son demasiado valiosas como para desgastarlas hablando de ellas. Como una foto antigua que pudiera romperse si la toqueteas demasiado. Mejor conservarlas en el silencio, como un tesoro secreto, oculto bajo tierra, fuera del alcance de los juicios y la mirada de los demás. No lo entenderían. Ni siquiera Javier podría entenderlo.
—Lorena sigue expulsada.
—Bien.
Así nadie me quitará la ropa en la clase de Gimnasia.
—Pero quizá sus amigas estén enfadadas. Lo mejor será que nos veamos a la hora del recreo.
—Puede, pero no te lo pienso contar.
Ahora es Javier quien me mira asombrado. Me siento muy mala persona de repente.
—Has estado con ese tal Alexei. ¿Me equivoco?
Llegamos a la puerta del instituto.
—Si te digo que sí, ¿me prometes no decir nada a mis padres?
—No te prometo nada.
—Por favor.
—Si vuelves a portarte así con ellos, se lo diré. Les hablaré de tu novio. Por su mirada está claro que esperaba que dijera que no es mi novio, pero mi silencio le irrita.
—¿Es tu novio?
—No he dicho que haya estado con él.
Ahora se ríe, dejándome por imposible, y terminamos de subir las escaleras.
—No hagas nada que yo no haría.
Antes de afrontar lo que queda del día, me meto en el baño y releo la carta que Alexei me escribió.
ESTÁS LEYENDO
ANOCHECE EN LOS PARQUES - ANGELA ARMERO
Fiksi RemajaLa vida de Laura no es fácil. Cuando su hermano murió súbitamente dos años atrás, su mundo se hizo añicos. Entonces empezaron las visitas al psicólogo, las píldoras, la sobre protección de sus padres y, lo peor de todo, el bullying en la escuela. Si...