Préstame tu fuerza

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Esa noche tuve un sueño; soñé que me encontraba en un bosque y llevaba puesta la misma ropa que utilizaba antes de comenzar con mi viaje por Kanto. Corría persiguiendo una especie de esfera, quizás un pokemón, no lo sé... Recuerdo haberlo visto antes, pero no sé bien en qué situación. Un sonido similar a una súplica en la lejanía me hizo frenar la marcha, perdiendo momentáneamente a esa cosa de vista: «Chicos, ¿dónde están?» chillaba aquella vocecita aniñada.

Busqué con la mirada su lugar de procedencia pero sin resultados. Al cabo de unos segundos comprendí que tanto la voz como el pokemón habían desaparecido. Pero de pronto, un nuevo berro inundó el ambiente al proclamar en un grito «¡Mamá!»

Corrí hacia el sitio de donde provenía buscando el sonido y la esfera... ¡Ah, ya lo recuerdo! Era un Poliwag y yo avanzaba preguntando por él. Si, así era.

Atravesé unos arbustos espesos empujándolos con las manos para que sus gajos no arañaran mi cara y al momento de transpasarlos llamando al pokemón por su nombre, la vi: en simples palabras, ella era un ángel acobachado a los pies de un inmenso árbol. Su pelo castaño, sus ojos brillantes por las lágrimas, el color blanquecino de su piel y su vestido tan bonito con un sombrero de paja que lo complementaba perfectamente dándole la apariencia de un ser lleno de magia y encanto, como aquellas doncellas de los pokecuentos que solía contarme mi mamá antes de dormir... Ella era la imagen de la perfección convertida en una preciosa niña.

Sabía que no debía acercarme abrúptamente, no era mi plan asustarla. Había oído una vez a una amiga de Daisy, la hermana de Gary, comentar que cuando viajaba con sus pokemóns intentando ser una buena entrenadora, los chicos solían acercarse a sacarle plática con los argumentos más estúpidos, y eso con frecuencia la llevaba a rechazarlos.

 Había oído una vez a una amiga de Daisy, la hermana de Gary, comentar que cuando viajaba con sus pokemóns intentando ser una buena entrenadora, los chicos solían acercarse a sacarle plática con los argumentos más estúpidos, y eso con frecuencia l...

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Debía decir algo elaborado, inteligente, sagaz, gracioso o al menos... al menos algo sincero.

—¿Qué estás haciendo? —pregunté logrando con tan poco llamar su atención. ¡Perfecto!—. Soy Satoshi, ¿y tú? —Pero ella se limitó a observarme con dolor y miedo marcados en el rostro—. ¿Qué pasa?

—Me duele la pierna...

—¿Estás bien? —Qué pregunta estúpida, ya parezco uno de esos chicos. ¿Qué me ocurría? ¡Lo estaba estropeando!—. Ya sé, esto ayudará.

No podía más que improvisar. De mi bolsillo extraje un pañuelo viejo que me habían dado por si me llegaba a sangrar la nariz (cosa que solía ocurrirme en aquellos días, pero ya no más... lo juro), y con él envolví delicadamente la rodilla de aquel ángel hasta hacer un nudo.

—¡Listo! —Pero ella aún así no pudo levantarse a causa del dolor—. Este es un buen hechizo, ¡sana, sana, colita de rana!

Esperé la mejor reacción, más aún mis improvisaciones no dieron resultado. —¡Hay! No tiene caso, no puedo ponerme de pie. —Chilló ella desesperada.

Alcanzaré mi objetivo (Amourlove)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora