Capítulo 3**

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El tiempo transcurrido no era algo en lo que se preocuparan en lo absoluto los ángeles y los demonios. Ken había pensado en tomar un receso, pero resultó ser más obligatorio, debido a los errores que había cometido con sus protegidos. Así que para despejar sus ideas y tratar de corregir sus errores del pasado, decidió iniciar de nuevo, regresar a sus principios, buscando y explorando todo lo que el mundo de los humanos le ofrecía.

Aunque en lo único en lo que se enfocó, fue en el hecho de que Leo, no lo dejara mucho tiempo sin su compañía. Sin darse cuenta se volvieron cercanos, no al grado de llamarse amigos, pero si conocidos de la misma dolencia por así decirlo.

— Llegas tarde — dijo Leo girando su torso al sentir su presencia, soltando el barandal de su habitual punto de encuentro.

— Bueno, el que parecía urgido por verme eras tú... además tengo otras cosas que hacer — le respondió Ken acercándose a él.

— ¿Cómo cuáles? Sentarte a tejer — Leo se burló.

— ¡Qué gracioso!... Pero aunque no es de tu incumbencia, fui a ver si...

— No, mejor no me digas — lo interrumpió siendo muy borde al mismo tiempo.

Leo giró su rostro de nuevo al frente, mientras Ken sintiéndose a la defensiva agregó.

— Eres raro ¿lo sabías? — dijo con la mirada fija en el perfil de Leo.

— Yo no soy el que habla con un demonio — respondió mirándolo también — teniendo un centenar de amigos allá arriba.

— ¿Un centenar de amigos? Para alguien como yo, eso no es tan sencillo, al menos ya no lo es — dijo con algo de decaimiento en la voz.

— ¿Por qué, mataste alguien? — Leo volvió a burlarse.

— No, pero si vas a seguir con tus chistes baratos, tal vez será mejor que me vaya — dijo Ken al mismo tiempo que se giraba un poco molesto listo para marcharse.

En un movimiento rápido de la muñeca, Leo se lo impidió tomándolo del brazo y halándolo hacía él, acción que hizo sin darse cuenta. Le gustaba estar con Ken y molestarlo por supuesto, solo que aún no sabía bien el porqué.

El silencio se hizo presente, entonces Ken pudo ver de primera mano el intenso color de los ojos de Leo, así como aquel diminuto lunar debajo de su ojo derecho, el cual lo hacía ver un tanto «adorable», incluso para ser un demonio. Por el contrario, Leo pudo notar por la proximidad de sus rostros, la forma tan marcada de los abultados y rosados labios de Ken, los cuales tenía cerrados en una línea perfecta.

El ambiente se cargó de tensión, porque los dos parecían estar hipnotizados uno del otro; sin dejar de mirarse. Incluso parecía que ambos parpadeaban al mismo tiempo porque ni así el contacto se perdió, al menos por unos intensos minutos. Minutos en los cuales Leo, se vio imaginándose como sería el tocar los labios de Ken con sus dedos, para proceder después y hacerlo con sus propios labios, o cómo los podría delinear suavemente con su muy experta lengua, mientras el ángel se encontraba a expensas del demonio.

— ¿Ya te grabaste mi rostro? — lo oyó decir a lo lejos, saliendo del trance en el que había caído.

— Solo te di el tiempo suficiente para que hicieras lo mismo con el mío — respondió Leo soltándolo esta vez.

Ken dio un par de pasos lejos de Leo, aun retándose con la mirada. Una ráfaga de aire repentina movió sus cabellos y ni así se inmutaron, porque lo que fuera que estuviera pasando en sus interiores no dejaba que ninguno de los dos moviera ni un solo músculo; esa era la primera vez que les ocurría algo parecido y la curiosidad se había hecho cargo de mantenerlos expectantes.

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