Capítulo 24 - Al fin fuera

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Sentada sobre la tierra, rodeada por los brazos del ruso en un protector abrazo y acabando de salir del laberinto en una desesperada carrera contra la muerte junto con el chino; la (nacionalidad) se percató de que ninguna bala estaba cayendo cerca de ellos, o cayendo siquiera. Al recordar que el inglés había estado de pie frente a ellos, se asustó.

No los estaría cubriendo, ¿verdad?

Movió su cabeza del pecho del joven para poder mirar un poco sobre su brazo, aferrándose a la espalda de su abrigo mientras temblaba, sintiendo sus propias quemaduras arderle.
No esperaba ver lo que vio.

Sonó un cuarto disparo a segundos del tercero, y Arthur seguía de pie, dándoles la espalda. Solo habían pasado cinco segundos desde que ella y el asiático habían salido del laberinto y ya había cuatro cuerpos tirados frente al inglés, lejos, cerca de la salida.
Pudo ver a un par de maleantes, pistolas en mano, asomando sus cuerpos por el arco de entrada, aun corriendo tras los dos que se les habían escapado. Se oyeron dos disparos ensordecedores seguidos, el cuerpo del inglés se movió ligeramente hacia atrás como si le dieran un leve empujón y ambos sujetos cayeron a la tierra.
El último maleante apareció y, tras un séptimo disparo, acabó tendido al lado de los otros seis.

El silencio reinó por unos instantes en donde ellos estaban. La joven estaba perpleja, y observó cómo el rubio bajaba uno de sus brazos con un fusil de asalto en su mano y con la otra sacaba una pequeña cosa oscura y metálica de su bolsillo.
Con un movimiento de pulgar desprendió una argolla de la cosa metálica y arrogó la misma cosa sin cuidado al centro de la ruma de cadáveres que obstruían la entrada.
A los instantes, una explosión se levantó frente al arco de entrada y todos los cuerpos salieron despedidos cinco metros hacia los lados, dejando la salida despejada.

El ruso abrazó a la joven apenas más fuertemente mientras ella no sabía qué pensar acerca de lo que acababa de ver. Después de todo, Arthur era un soldado y debía estar entrenado para eso, pero...
Simplemente no podía verlo como algo normal. Sabía que en el estado del mundo, era matar o ser matado, pero aun así ella había preferido tomar la ruta pacífica y evitar cualquier conflicto posible. Nunca se le había pasado por la cabeza, pero ahora que lo pensaba, era muy probable que todos los que estaban ahora con ella (o al menos la mayoría) hubieran tenido que matar en algún punto. Ivan, por ejemplo, tuvo que haberle disparado a algún maleante cuando entraron al edificio para recuperar el galón y salvar a los de "Killa", ¿no es así?
Decidió aceptar el hecho de que ellos mataban por necesidad y para sobrevivir y no por otras razones y se aferró temblando al abrigo del ruso, quien acarició sus cabellos con una mano en un intento de calmarla un poco.

El inglés enganchó el fusil de asalto en su espalda en un solo movimiento y desabrochó su máscara, colgándola de su mochila.
Sacudió su cabeza y dio un profundo respiro, exhalando larga y lentamente mientras se daba la vuelta y encaraba a los demás.

—Me alegro de verlos en una pieza. —comentó con una pequeña sonrisa, viendo al chino y fijando la mirada en la joven.
—Uh... gracias, por... eso. — habló Yao, no muy seguro de cómo referirse a lo que acababa de suceder.
—No tienen por qué agradecer, sé que es difícil agradecer una matanza. — sonrió cansado en dirección al asiático. — ¿Falta alguien? — preguntó, mirando a la joven.
—Sí... el hermano de Alfred. — dijo ella con algo de esfuerzo, pues le ardía la garganta.

El rubio asintió, y se dispuso a sacar algo de su mochila, aparentemente perdiéndose en sus pensamientos.

(T/N) sintió cómo el ruso suavizaba su abrazo, alejándose apenas de ella. Aunque por un segundo hubiera preferido permanecer así, la joven sabía que había cosas que hacer.
Se apartó del oji-violeta y lo miró a los ojos, a lo que él le dedicó una pequeña sonrisita que le decía que debía continuar con la búsqueda del hermano del estadounidense.

Agua, por favor [Hetalia]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora