Capítulo 38 - El centro comercial

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La muchacha volvió a sacarles ventaja en terreno, tropezando con cada rama posible sin llegar a caerse, por cerca de dos cuadras más. De los demás, Ivan y Natalya parecían ser los únicos en tener problemas con correr entre tantas raíces, pero se las arreglaban para seguirles. Kiku saltaba de raíz en raíz, nuestra protagonista saltaba pisando en los espacios entre estas y Arthur intercalaba como si estuviera acostumbrado.
Debía ser por el entrenamiento militar.

La persiguieron hasta que se detuvo frente a una gran edificación cubierta de plantas, árboles y enredaderas. Se giró y les miró desesperada, indicando que lo que sea que estaba pasando, ocurría ahí dentro.
Al cabo de unos segundos llegó la camioneta, y los demás se bajaron.

—De acuerdo, ¿qué demonios sucede? —inquirió Alfred.
—¿Crees que seguiríamos aquí si lo supiéramos? —espetó Natalya.
—Eso depende de lo que esté pasando. —comentó Arthur a un lado, ganando una mirada de la bielorrusa de "¡¿de qué maldito lado estás tú?!".
—¿Podrías decirnos qué sucede, frau? —le preguntó Gilbert a la muchacha.

Ella le miró, y parecía querer decir algo.
Pero no pronunció palabra, y al parecer eso la angustió más.

—Necesitamos que te tranquilices, ¿bien? —le miró amablemente la ucraniana, poniendo una mano en su hombro.— No podemos ayudarte si no sabemos qué pasa.

La muchacha tragó saliva varias veces, como si batallara por hablar, hasta que levantó la vista a la rubia frente a ella, aún en pánico.

—M-Maleantes... encontraron a m-mis hermanos y... y grupo... —tartamudeó, una expresión de angustia en su rostro que indicaba que se estaba frustrando.
—¿Unos maleantes encontraron a tus hermanos y su grupo? —trató de traducir el francés, a lo que ella asintió rápidamente, algo aliviada.
—¿Y los tienen atrapados adentro? ¿Hay una pelea? —continuó el canadiense.

Ella negó con la cabeza, tragando saliva, y le miró.
Se preparó para hablar.

—A-Atrapados... todos... —se las arregló para decir.
—¿Todos? ¿Viajas con un grupo grande? —se sorprendió Yao, y ella se giró a verle, asintiendo. El chino miró a la (nacionalidad).— Hay que hacer algo.

(T/N) asintió y pensó. No podían entrar todos, así que lo mejor sería preguntar por los que estaban dispuestos a entrar. Tendrían que entrar armados y separados, y repartiría intercomunicadores si alguno de los que no tenían decidía acompañar.
Miró al grupo.

—De acuerdo, entraremos. —los escaneó con la mirada.— Yo voy a entrar, pero no podemos ir todos. ¿Hay alguien que prefiera quedarse?

Todos pensaron un rato, y al cabo de unos segundos Peter levantó la mano.

—Yo me quedo, no quiero entrar. —anunció.
—Bien, —asintió la joven, mirando al resto.— ¿alguien más?
—Yo, prefiero quedarme aquí. —declaró la ucraniana, preocupada.
—Yo igual. —se unió el francés, y el chino asintió, indicando que también se quedaba.
—Entonces yo me quedaré por si algo pasa. —se sumó Gilbert.

(T/N) asintió con determinación y entró al camper, saliendo con intercomunicadores que repartió entre los que no tenían. Se colgó armas del cinturón y sogas, por si las moscas. Repartió armas entre los que no tenían que iban a entrar y le encargó una automática de 9mm al albino.

—Cuídalos. —le dijo.
—Puedes contar conmigo, schön. —le guiñó un ojo el prusiano.

Ella volvió a asentir y se volteó a ver a los que iban a entrar con ella.

Agua, por favor [Hetalia]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora