Capítulo 4

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Al llegar al café sabían que tenían la encomienda de convencer al otro, y mientras que ella sentía que no iba a ser una tarea fácil, él estaba seguro de que no volvería a perderla.

Ambos habían llegado a ese lugar con un propósito distinto, aunque con el paso de las horas, se iban a unificar, volviéndose complementarios el uno con el del otro. Él se dio cuenta de que no iba a poder callar ni esconder por mucho tiempo sus deseos, pues estaba empezando a sentir una atracción tan real por Gabriela, por esta nueva Fátima-Gabriela que la vida le había depositado en sus manos. Y ella, por su parte, se estaba ilusionando con la personalidad del Chef, con esa voz tan melodiosa y llena de calma; con esa gracia con la que se expresaban sus manos al hablar, y con esa mirada, pigmentada con la miel con la que, al parecer, le habían dibujado cada uno de sus ojos.

Sin darse cuenta, se estaba perdiendo en él; parecía, incluso, que su sueño había pasado a segundo término. Le había nacido ya un enorme deseo de conocerlo a fondo, devorándose, de ser posible y de un sólo bocado, toda su esencia. Esperando poder descubrir el por qué se estaba ganando un cierto porcentaje de su necesidad.

Y sí, de repente regresaba a su propósito inicial, pues también tenía la enorme esperanza de que pudiera ser, en realidad, quien la lanzara al estrellato.

Una vez dentro, y acomodados, tomó la palabra para invitarle algo especial, no sin antes pedir su consentimiento, el cual le fue concedido envuelto en un asombro lleno de curiosidad y gusto extraño.

-Gabriela: me he tomado el atrevimiento de pedir por usted ya que me gustaría que probara una de las mejores ensaladas que se le pudo haber ocurrido a un chef, al menos en la opinión de un servidor; y puedo asegurarle que ni yo la habría hecho mejor. Espero de igual forma, que sea un buen complemento para su ensalada, la compañía de un servidor.

-De modo que también sabe cocinar.

Sin darse cuenta, había caído en un error, debido a su profesión real.

Me gusta. Dijo sin ahondar de más, un tanto cuanto de manera titubeante.

Gabriela pudo notarlo, sin embargo había algo en este personaje extraño que la hacía sentirse cada vez más atraída. Se había podido dar cuenta de que así como ella poseía grandes capacidades histriónicas, este hombre que la empezaba a cautivar, podía ser capaz de construir todo un personaje, tanto en un sentido estricto de técnicas actorales, como por el excelente manejo de las gestualidades que ya desearían muchos de sus conocidos y colegas. Pero a su vez, ciertas dudas se le empezaron a cruzar: ¿En verdad será este hombre el Señor Galar? Si lo es, tendría en sus manos la oportunidad de su vida al haberlo descubierto e incluso estar cenando a su lado, pero de no ser así, por lo menos le gustaría descubrirlo para estar a la par y tener la oportunidad de decidir qué y hasta dónde iba a estar dispuesta a jugar. De cualquier forma, el momento se estaba presentando tan placentero como para estropearlo con preguntas fuera de lugar. Si era o no, lo descubriría en su momento y entonces sabría cómo actuar.

El mesero llegó primero con dos copas de vino y una sencilla botella: "Sangre de Cristo".

-Espero sea de su agrado señorita Gabriela.

Para ese momento, ella se encontraba sumergida en una especie de trance, en el cual sólo podía tener respuestas corporales o gestuales para las preguntas del chef. Estaba absorta en una sombra contemplativa.

-El sabor de este vino es lo más parecido a la bebida que esconde nuestra fuente vital. Me imagino que de ahí le viene el nombre.

Y es de una extraordinaria similitud a la sangre que se derrama de ese cáliz en que se convierte la piel joven y virginal, en una noche de Epifanía; en esa barrica de carne en la que se añeja, sin que deba pasar por ella mucho tiempo. Pensaba El Chef, mientras veía cómo ella seducía con sus labios aquella copa de vino tinto.

Chay Hium (Platillo de un asesino)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora