Capítulo 8

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Buenos días... Enrique. Éstas fueron las primeras palabras que escuchó El Chef al abrir la puerta, en punto de las once de la mañana; horario que habían acordado, para cada uno de los ensayos, en caso de que se quedara con el personaje.

Ahí estaba él, de pie, sorprendido por la imagen que le proyectaba Gabriela; ahí, esperando para poder pasar, como retratada bajo el marco de la puerta. La tenía enfrente, justo como el día en que se había ido a despedir de él, en el mismo lugar, y vestida de la misma manera. Era como si de verdad hubiera regresado del otro mundo.

En su pecho, se dejó sentir un enorme vuelco, parecía que la energía de todo su ser, en cualquier momento se desplomaría; no lo podía creer, no podía ser tan cierto que aquella mujer que tenía en frente, fuera tan parecida a Fátima; y es que de no saber que su amada había sido hija única, hubiera asegurado que Gabriela era su hermana gemela.

La miró por varios segundos, mismos que se sintieron eternos, como si cada uno se alimentara de minutos interminables. Incluso, ya no había tenido importancia que le llamara Enrique, fuera quien fuera ese personaje, él no podía ocultar la dicha de que esta encarnada Fátima estuviera en la entrada de su departamento, dándole los buenos días.

-¿Qué sucede Enrique, ahora tú no tienes nada qué decir?

-...Pase usted, Gabriela.

Ella entró con una aparente seguridad en sí misma, aunque el nerviosismo, (que trataba de ocultar de manera muy profesional) le recorría de los pies a la cabeza, y le aceleraba el corazón que palpitaba como si fuese una bomba de tiempo a punto de estallar. Se dirigió hacia la sala y se sentó a un lado del sitio donde El Chef tenía sus tres pequeñas y emblemáticas carnívoras.

Lo miraba, esperaba una respuesta para seguir con la representación que había quedado pendiente, el día anterior.

El Chef cerró la puerta a sus espaldas y la volvió a mirar, toda entera, completa; estuvo a punto de perder la calma y de abalanzarse a sus brazos, quería besarla, comerse cada una de las células que la conformaban; quería saciar sus deseos, llenar ése vacío que le habían sembrado el tiempo y la desgracia.

Sin embargo todo estaba estructurado, todo tenía un planteamiento y no quería echar a perder lo que hasta ahora había logrado, no quería que todo esto (que se había planteado como un hermoso sueño) se convirtiera en otra más de sus pesadillas terrenales. La miraba, y sólo sentía: cómo su respiración se desaceleraba.

-¿Le gusta? Señor Director.

El silencio del Chef no lograba romperse, pero a Gabriela, la ansiedad la estaba matando.

-Es una propuesta que quería enseñarle para el personaje de Fátima. Pero, si no le ha convencido...

-Está bien Gabriela. Está bien... ¿Desea un vaso con agua?

-Sí, gracias.

Se dirigió a la cocina por el agua, mientras su ser recobraba la tranquilidad necesaria y sus palabras, la precisión para continuar con la farsa.

-Quería pedirle una disculpa por lo de ayer, me sentí como una tonta y la verdad es que no me di cuenta del momento en que usted -con tanta experiencia- hizo ese cambio de la realidad a la ficción. Y... y...

El Chef volvió con el agua, escuchando el nervio con el que Gabriela quería disculparse y viendo cómo se deshacía en darle una explicación. Esto lo ayudó a recobrar la confianza y a darse cuenta de que otra vez, tenía el control de la situación en sus manos.

-Disculpas aceptadas, Gaby.

Por fin un poco de alivio. El hecho de que la volviera a llamar Gaby, era el claro reflejo de que las aguas estaban volviendo a su cauce; y el tono con el que lo decía era un bálsamo para sus oídos. Aun así, en ella existía la necesidad, quizás, de una disculpa, ya que en lo más profundo de su ser, sabía que lo sucedido el día anterior no había sido del todo su culpa, incluso, estaba segura, de que no había existido culpa alguna.

-Ahora dime: ¿Por qué hiciste esto?

-Hacer ¿Qué?

-Por qué decidiste presentarte el día de hoy, vestida de esa manera.

No, no de nuevo, pensó Gabriela. No podía generarse un ambiente como el del día anterior. Esta vez, la respuesta tenía que ser, la correcta y lo más asertiva posible.

-Digamos que empiezo a entenderlo, Don...

-Ricardo... -Dijo interrumpiéndola- llámame así nada más, Ricardo.

Mientras Gabriela meditaba envuelta en una sensación rara, combinando la sorpresa con la confusión, El Chef, por fin había liberado la necesidad de revelarle su verdadero nombre. Y no sólo eso, era la primera vez, la primera mujer de todas las que habían estado en sus manos después de Fátima, a la que le decía como se llamaba en realidad. En el caso de Shania, quien también lo supo, no fue El Chef quien se lo dijo, sino Manuel, cuando tuvo la necesidad de presentarlos en el funeral de sus papás.

-¿Ricardo?

-¿Tú de verdad te llamas, Gabriela?... Todos en este medio tenemos un nombre artístico... ¿O no?

Gabriela no terminaba de salir de su asombro.

-Entonces, ¿Enrique Galar es...?

-Cuando hablemos, "técnicamente" de trabajo, o si nos encontramos en exteriores, podrás y deberás llamarme... así, pero no cuando interactuemos con tu personaje o cuando hablemos de nosotros en particular, de acuerdo.

-Pero ahora estamos hablando "técnicamente" de mi personaje, ¿no es así?

La pregunta fue directa y se agudizó en el pecho de Ricardo. Estaba perdiendo de nuevo el control. Sentía que había un error en el que estaba cayendo.

-Bien, desde hoy en adelante, cada vez que cruces esa puerta y para cualquier asunto, seré Ricardo, ¿de acuerdo?

-Está bien... Ricardo.

-Bien. Entonces, podemos empezar.

-Sí... ¡Ah! Y yo sí soy Gabriela, todavía no tengo un nombre artístico diferente; Gabriela González Dávila, Ricardo.

Chay Hium (Platillo de un asesino)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora