Capítulo 19

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-Debes dejarlo, una mujer como tú no puede aceptar algo así. Entiende, no lo mereces.

-Le dije que hubiera preferido saber que murió, antes de haberme enterado de su engaño. Te imaginas, si la persona que amas muere en un accidente o quizás alguna enfermedad repentina te lo arrebata de las manos; el destino no le daría tiempo para que pudiera traicionarte.

Manuel seguía limpiando los higos, mientras se acordaba de la conversación que tuvo con Marta, la fundadora del restaurante y mamá de Ricardo.

Parecía que este día el Chay Hium quedaría mejor que en otras ocasiones, los higos tenían un sabor suave y no tan dulce; estaban tan tiernos que había que quitarles la piel con una delicadeza artística. Su color era de un rosado claro, apenas perceptible, cargado de múltiples y diminutas semillas; su aroma se dejaba sentir cada que la hoja del cuchillo le desnudaba la piel.

-Marta, déjalo ir.

-No. Manuel, tú no lo puedes entender. Sé que en realidad, lo perdí desde hace mucho tiempo.

-Marta.

-Le pedí que no se fuera.

-¡Pero qué estabas pensando!

Su sangre empezó a teñir gota a gota uno de los higos, sin haberse dado cuenta.

-Ya se cortó, señor.

Hasta ese momento en que Rosi entró y lo vio, pudo percatarse de que se había cortado un dedo. Con total calma, como si no le importara, dejó el cuchillo y el higo manchado y se fue a la tarja para lavarse la herida. 

-¡En mi hijo!

Le contestó Marta con un grito, estallando en llanto.

Mientras veía cómo el agua se llevaba la sangre de su dedo por la coladera, su pecho le traía al presente el dolor de aquel instante.

-¿Quiere que le traiga el líquido que compró el señor Ricardo para las heridas, Don Manuel?

Rosi se le acercó de inmediato, para auxiliarlo.

-Gracias.

Y de la misma manera salió de la cocina por el medicamento.

-Ya te cortaste.

-Esto no es nada, comparado con el dolor que el imbécil de Esteban te ha causado.

-¡Manuel! Sea como sea, es mi marido y nunca dejará de ser el padre de Ricardo.

-¿Y él, lo sabe? Sabe que su padre fue capaz de traicionarte.

-No, claro que no, todavía es un niño. Y no puede enterarse de todo esto. Entiendes, por eso es que le pedí que no se fuera.

Rosi llegó con un frasco pequeño de color café oscuro, recubierto con una cinta azul

-Aquí tiene Don Manuel. ¿Quiere que le ayude?

La sangre parecía no quererse contener, sin embargo cerró la llave del agua y le dio la mano a Rosi para que le colocara el medicamento.

Marta tomó una servilleta de color marrón y le envolvió la mano, apretando la herida muy fuerte para contener la sangre. Manuel la observaba conteniendo todas las sensaciones que se desataban en su pecho.

-Marta... yo.

Ella levantó su mirada y se encontró con una serie de palabras que se arremolinaban en los labios de Manuel, queriéndose expresar, queriendo gritarle en ese momento todo lo que se había guardado por tantos años.

No digas nada, le dijo, mientras envolvía los labios de Manuel con su dedo índice y su dedo medio. El tiempo se detuvo, el silencio se hizo presa del entorno y de ambos. Marta había caído en total confusión, pero ya nada importaba. Puso sus labios sobre los de Manuel, sin que éste pudiera reaccionar. Esto era algo que él había esperado desde el primer día que la vio entrar en el salón de  clases donde estudiaron juntos la carrera, y aunque para él era como un sueño, sabía bien que no iba a poder aspirar a algo más. Sin embargo su deseo fue más fuerte y se perdió junto con ella en ese beso tan confundido como arrebatado.

La sangre le dejó de brotar, en cuanto Rosi terminó de colocarle el medicamento.

-Pues sí que funciona, verdad señor.

Como a manera de respuesta, se hizo presente una pequeña lágrima del ojo izquierdo de Manuel, el recuerdo había sido fulminante.

-Gracias Rosi, puedes seguir con tu trabajo.

-Señor, a veces es bueno dejar que las palabras se escapen y se lleven consigo el ardor y la acidez que nos consume el alma.

Manuel sólo levantó la mirada, lleno de melancolía y de nostalgia, sin nada más que decir. La pequeña entendió que éste no era el mejor momento para que hablara.

-Si algún día quiere platicar con alguien, puede confiar en mí. Con su permiso.

Dicho esto, salió de la cocina, dejándolo con su herida y con sus recuerdos.

-Sé muy bien lo que sientes, lo que siempre has sentido por mí. Y también sé que tú nunca me habrías traicionado. Pero también me queda claro, que ese sentimiento que tienes hacia mí, nunca hubiera podido ser correspondido de la misma manera. Te quiero tanto... pero con un cariño de amigos, con ese cariño como de hermanos. Manuel, en el corazón no se manda. Y el mío, se fijó de la manera más absurda y estúpida en el peor de los hombres, me enamoré de ése, del que incluso accedí a embarazarme para poder mantenerlo a mi lado.

Manuel, perdóname si me dejé llevar por mis impulsos. Quisiera que este beso se quedara como un bello recuerdo para ambos. Un recuerdo, en el que pude sentir de nuevo, después de muchos años, lo que significa que un hombre te bese con pasión, con deseo, con amor. Y en tu caso...

-En mi caso, yo le pondré el calificativo que deba ser.

-Señor, entró de nuevo Rosi en la cocina, el Señor Ricardo va llegando y vine a avisarle tal como me dijo que lo hiciera.

-Gracias Rosi, puedes retirarte.

Se limpió los ojos y a punto estuvo de salir, cuando el dolor y sus recuerdos le impidieron dar más pasos. Se quedó de pie, observando la cocina de lado a lado; parecía como si el tiempo no se hubiera ido y la escena del beso hubiera ocurrido en ese instante.

-Buenas tardes Manuel, estamos a tiempo para prepararlo todo. En un momento más llegará el señor Juan José y quiero que todo esté listo para comer con él. ¿Qué te pasó en la mano?

-Nada, me corté mientras preparaba los higos. Pero no te preocupes, ya Rosi me puso del líquido que compraste el otro día.

-Bien. ¿Me ayudas a bajar las cosas de la camioneta? Casi está todo listo.

-Sí, claro.

Chay Hium (Platillo de un asesino)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora