Capítulo 13

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Sentado en un pequeño banco verde, aterciopelado, jugando con un una copa de vino en la mano y un cuchillo de corte fino en el piso; observaba la ciudad desde su departamento M0 26268; en términos simples una altura considerable, si tomamos en cuenta que cada letra del abecedario era un piso del edificio. El número seguido de la letra, correspondía al número del departamento, habiendo de contar siete por piso iniciando en el cero; y la serie siguiente de cinco dígitos, una extravagancia simbólica del arquitecto, en la que proponía que cada dueño colocara el número de su preferencia. Como lo dije antes, una extravagancia del arquitecto con la finalidad de personalizar cada uno de los departamentos.

Soltera, veinte años, sin novio, el último lo había dejado un año atrás; huérfana de padre y con una madre autoritaria a la que abandonó después de una pelea fuerte a los dieciocho años de edad. Todo un caso digno de un análisis psicológico. Pero lo que importaba, es que era linda y su belleza parecía venir de la esencia misma de Fátima.

Un sorbo más a la copa de ese vino oscuro, luces parpadeantes reflejándose en sus ojos, luces que nacen de una ciudad oscura en constante movimiento, con sonidos cotidianos y uno que otro destello inesperado.

-Delicioso, todo ha estado delicioso, Ricardo.- Todavía alcanzaba a escuchar esas palabras de Gabrieal, brotando con ese aroma de satisfacción de sus labios; las escuchaba y las tenía presentes como si fuera ese preciso momento.

-Nunca había probado la carne casi cruda.

-¿Lo dices por el trozo de carne que te comiste?.. No estaba cruda en su totalidad, estaba sellada.

Su mirada iba y se perdía en ocasiones en el piso de madera, mientras que sus pensamientos le robaban la atención; recordar como Gabriela ingería cada bocado, como trituraba los alimentos con cierta delicadeza. Era una imagen exquisita, que creaba en su memoria una dulce tierna fantasía.

-Y el Steak Tartar ¿te gustó?

-Sí, aunque tenía una consistencia... un poco...

-Cruda. Esa sí era carne cruda...

Y sabía a ti. Sabía igual que tu cuello; tan suave, tan delicado, con una esencia tan natural que me invitó a derramarte esa gota de vino que huyó hasta tu pecho.

Gabriela; Fátima. No importaba el nombre, podía culminar todo; por fin. Una vez más. Tan sólo una vez más como con Zelina, como con Yaneth, como Amanda, Shania, Carmen... Como con María Fernanda; quien junto con Gabriela, eran las más parecidas a Fátima y las que mejor cubrían el perfil de la misma.

-¿Qué haces, por qué te levantas? Reposa la comida.

-Quería ayudarte a levantar los platos...

Ahí estabas, una silueta finamente esculpida, cual delicada presa que no imagina que va a ser devorada; con los hombros echados hacia atrás, confiada y a su vez, erguida y serena. Con esa mirada que aún ahora me llena de intriga, de la que emana una especie de perversión selecta que sólo se obtiene con los años, pero con ese sello de inocencia que sólo se tiene a tu edad. Estoy casi seguro, que ni tú misma tienes idea de lo que puedes alcanzar con tu mirar.

En ese instante, ya no pude más, me abalancé sobre de ti; con toda cautela como un buen leopardo, sabiendo que si se iniciaba la cacería y no estaba a la distancia correcta, podría correr tras de ti sin alcanzar el objetivo deseado.

Me fui acercando muy despacio, tus brazos se estremecieron al contacto de mi mano, al de mi copa que de manera grosera, rozó tu piel sin su permiso. Ésta de la que ahora estoy bebiendo y que me acompaña hasta tu recuerdo. Tu cuerpo sufrió un shock, un escalofrío que hizo acelerar el pulso de tus sentidos. Sí. Podía vibrarlo. Estabas acorralada entre la mesa y mi ser; no podrías escapar aunque quisieras. Aunque yo ya sabía con total certeza, que ni siquiera ibas a intentarlo; el leopardo, seguro de sí mismo, había asestado.

Chay Hium (Platillo de un asesino)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora