Capítulo 2: El dulce pasado

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Se conocían desde hacía casi tres décadas, desde que ella tenía seis y él nueve. Se habían conocido casualmente, sin siquiera imaginar el largo camino que recorrerían.

La mujer pensó fugazmente que lo había amado a lo largo de tres vidas, al inicio cuando eran niños, y no sabía quién era él, luego cuando descubrió que era el príncipe heredero y sus caminos empezaron a torcerse y finalmente cuando fue el rey y supo que ya no podría tenerlo.

Y ahora estaba allí diciendo que había venido por ella.

Se habían visto por primera vez a la vera de un río, ella había seguido a los demás niños que habían ido a jugar allí, estaban haciendo una competencia de barcos con ramitas y estaba tan entusiasmada mirando que estuvo a punto de caer al agua; fue él quien lo impidió sujetándola torpemente de la larga trenza. En el apuro al ver resbalar a la niña fue lo único que pudo hacer.

Él había escapado de la vigilancia de sus tutores y había sido atraído por el bullicio de los niños jugando, se había acercado al río y había visto como la pequeña, inclinada sobre el agua, perdía pie.

Evitó que cayera y a pesar de la diferencia de edad, se hicieron amigos. Volvieron juntos a la ciudad y la acompañó hasta la pequeña posada que atendían los padres de ella. Ese fue el primer día.

Se volvieron a ver al siguiente día y al siguiente.

En ese entonces ambos gozaban de bastante libertad, los padres de ella trabajaban y durante varias horas la dejaban jugar echándole algún vistazo cada tanto.

En cuanto a él, aunque tenía muchas obligaciones, aún podía escaparse un par de horas al día de sus vigilantes, aunque un guardia sigiloso y benevolente con sus escapadas, solía custodiarlo a la distancia. Incluso su padre daba el visto bueno, llegaría un momento o en que debería dejar de caminar entre la gente del pueblo, pero ahora le servía de aprendizaje.

Así que los dos niños se reunían cada día, o tanto como fuera posible en donde se habían conocido, luego jugaban o paseaban por la ciudad mirando espectáculos callejeros o comiendo dulces y bollos de los puestos de comida.

Después de los días de lluvia en los que no podían verse jugaban en los charcos.

Los días de calor jugaban en los riachuelos, pescaban, hacían competencias de barcos o jugaban salpicándose agua.

Ella le había enseñado a jugar dados como lo hacían los niños del pueblo, él le enseñaba a leer.

A ella le gustaba dibujar. A él la música.

Cuando llegó el invierno se veían muy poco, pero disfrutaron sus encuentros y jugaron con la nieve.

Al volver la primavera se maravillaron al explorar rincones y encontrar flores, pájaros e insectos mientras el mundo renacía, y ellos iban creciendo.

Con el pasar del tiempo los encuentros eran más esporádicos. Byul había empezado a ayudar a sus padres en la posada con pequeñas tareas y Janeul cada vez tenía más horas de estudio y entrenamiento.

Cuando ella tenía doce años, empezó a notar que su relación estaba cambiando, se habían encontrado para ir al festival de verano, llevaba semanas sin verlo y lo primero que notó fue lo mucho que había crecido Janeul. No sólo estaba mucho más alto, con quince años, parecía mucho más maduro que alguien de su edad, Byul tuvo el feroz anhelo de crecer deprisa, sólo para que él no la dejara atrás. Tuvo miedo de la distancia, tuvo miedo de alejarse, de perderlo.

Lo observó durante unos instantes con el corazón inquieto, casi con miedo, hasta que él la vio.

-¿Ya estás aquí? Pensé que me tendrías esperando hasta el atardecer – bromeó al verla y ella esbozó una sonrisa.

La mujer del reyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora