Aquella noche, cuando se durmió sola en la nueva cama, se dio cuenta de lo mucho que lo añoraba, Janeul era su mayor incertidumbre, y al mismo tiempo era lo único cierto, su refugio.
Él regresó tres días después, lo primero que notó Byul fue que se lo veía cansado, llegó justo al atardecer, así que hubo bastantes testigos de su llegada entre los huéspedes que comenzaban a llegar y reconocían al joven príncipe.
Pronto el rumor de que la frecuentaba se propagaría por toda la ciudad. Extrañamente habían vagado juntos durante años sin que nadie se percatara y ahora recibían toda la atención.
-¿Han sido días difíciles? – le preguntó ella cuando estuvieron a solas en el pequeño jardín.
-¿Crees que llegaré a ser un buen rey cuando llegue el momento?- preguntó él y se lo veía agobiado, era la primera vez que ella pensaba en lo joven que era Janeul y en las responsabilidades y deberes que cargaba sobre sus hombros.
-Sí, lo serás- dijo ella con seguridad y porque era Byul, él le creyó y sonrió.
Cenaron juntos y charlaron , la joven le mostró algunas pinturas que había hecho esos días y se relajaron ,permitiéndose ser un poco los que habían sido en el pasado.
-¿Está bien si me quedo hoy? – preguntó él cuando ya la noche estaba avanzada y la joven asintió. "Puedes quedarte siempre" hubiese deseado decirle, pero en lugar de decir las palabras, le tomó la mano. Janeul se llevó la mano de ella a los labios y besó donde estaba el anillo, luego la besó en la boca, suavemente y luego besó su cuello y fue bajando hasta toparse con la ropa, entonces pausadamente comenzó quitarle las prendas sin dejar de besarla.
Se amaron despacio, adentrándose en la pasión de a poco, familiarizándose con aquella intimidad como habían hecho en los demás aspectos de su relación.
Fueron perdiendo miedos y dudas, más seguros de comunicarse con sus cuerpos como hacían con palabras y miradas.
Al amanecer, Byul que había pasado un buen tiempo observando al hombre que dormía a su lado lo despertó.
-Janeul, ya amaneció- dijo y él entreabrió los ojos y la observó como si aún estuviese entre el sueño y la realidad- debes irte- susurró.
-No, hoy no, voy a quedarme – dijo despertando y la atrajo hacia él.
-¿Te quedarás?
- Sí, puedo quedarme y quiero hacerlo, quiero más tiempo nuestro, quiero seguir viéndote, quiero más Byul – dijo y la besó.
Esta vez el deseo se expandió como fuego y los envolvió.
Era la tarde cuando Janeul tuvo una idea. Ambos estaban holgazaneando en el jardín después de haberse dado un baño y comer.
-¿Qué te parece una aventura como cuando éramos chicos? – preguntó.
-¿A dónde iríamos? – le preguntó ella.
-Ven conmigo – la invitó extendiéndole la mano.
-¡Oh no! – dijo Byul cuando vio el enorme árbol delante de ella, estaba en uno de los rincones de aquel lugar, junto a una de las murallas traseras, debía ser muy viejo pues sus gruesas ramas se extendían más altas que el muro –la última vez que trepé un árbol contigo me lastimé un pie.
-Y te cargué hasta tu casa – recordó él con una sonrisa cálida, casi como si la invitara a mirar al pasado sin dolor.
- No es buena idea.
-¡Vamos , Byul, solías ser más valiente! –la molestó y ella no confesó que en esos días, con tal de estar con él, había hecho cosas que la asustaban. Quizás eso no había cambiado, aún era capaz de ignorar el peligro si se trataba de estar junto a él. Janeul comenzó a trepar y ella lo siguió. El joven se detuvo a esperarla y luego la ayudó a subir. Juntos se elevaron sobre el muro y encontraron una gruesa rama donde acomodarse para observar lo que sucedía más allá, en el exterior.
Byul tomó una gran bocanada de aire, de pronto volvía a sentirse libre.
Janeul la rodeó con sus brazos para que mantuvieran el equilibrio.
La Casa de cortesanas estaba bastante alejada de la ciudad, aún así podían observar la gente que transitaba por los caminos, quienes entraban y salían y el paisaje que se extendía a lo lejos, se quedaron allí hasta contemplar el atardecer.
Janeul la abrazó con más fuerza y apoyando la cabeza contra la espalda habló quedamente.
-Seamos felices, Byul, mientras estemos juntos disfrutemos ese instante. Soy el príncipe de ese mundo de allí afuera y seré el rey, pero yo, Janeul, el hombre, vivo cuando estoy contigo. Cumplo mis deberes el resto del tiempo, pero mis días son estos, cuando te tengo a mi lado. Son dos vidas, Byul, pero sólo hay una en la que estoy verdaderamente vivo.
-Seamos felices- respondió ella quedamente mientras una lágrima resbalaba por su cara.
Ambos trataron de mantener aquella promesa, y cada encuentro en los días venideros lo aprovecharon al máximo.
A veces Janeul llegaba temprano y se quedaba un par de días.
A veces pasaba semanas sin aparecer y Byul esperaba.
A veces se quedaba una noche y se perdían uno en brazos del otro.
A veces llegaba tan cansado que sólo dormía y se marchaba en la mañana, después de haberla visto brevemente.
Y extrañamente lograron ser felices, aprendieron a disfrutar cuando estaban juntos. Aquellas habitaciones y el jardín se habían vuelto su pequeño reino.
En algunas ocasiones, el príncipe llevaba textos e informes que debía estudiar y la muchacha le hacía silenciosa compañía leyendo poesía o pintando.
En otras ocasiones comían en el jardín mientras charlaban y reían. O buscaban como divertirse uno al otro.
Janeul había hecho una habilidosa demostración del uso de espada a pedido de ella y ella había intentado hacer una demostración de baile que había aprendido. Él se había reído mucho de sus torpes movimientos.
-Byul, me temo que el baile no es lo tuyo, ya detente – había pedido divertido y ella se había enfadado, pero un mes después cuando la chica volvió a hacer una demostración del baile que ahora eran movimientos elegantes y sensuales, lo había dejado sin palabras en un primer momento. Luego le había pedido encarecidamente que no bailara así delante de nadie más.
Y así fueron transcurriendo los días y las estaciones.
Una madrugada en los primeros días de invierno, los golpes en la puerta y los gritos de Janeul la despertaron. Salió asustada a abrirle y lo encontró sano y salvo sonriendo.
-Está nevando – le dijo como saludo y ella tardó en reaccionar después de despertarse tan bruscamente.
-¿Qué?
-Está nevando, Byul, la primera nevada y quería verla contigo. Rápido, ponte capa y abrigo – le dijo empujándola suavemente dentro de la habitación. Le buscó el calzado y la envolvió en una gruesa capa, luego la sacó afuera aún medio dormida. El aire frío la despejó y entonces vio los copos caer y extendió su mano para tocarlos, los vio aterrizar suavemente en su palma y sonrió.
-Es hermoso – dijo volviéndose a Janeul y él la levantó y la hizo girar mientras la oscura noche se veía teñida por la blancura de los copos cayendo. Byul abrió los brazos como si pudiera abrazar tanta belleza y guardarla, así como guardar ese instante ese amor.
Jugaron un rato bajo la nieve como niños, luego entraron a la habitación y él al urgió a volver a dormir y cobijarse bien bajo las mantas.
-¿Y tú?- preguntó.
-Debo irme.
-¿Sólo viniste por esto?
-Sí, vi que nevaba y deseé compartirlo contigo, pero no puedo quedarme – se explicó y ella se sintió conmovida de que cabalgase de madrugada sólo para tener ese momento.
-Cuídate, abrígate bien y ven pronto – le dijo. Janeul la besó y se marchó dejando la nieve prístina marcada con sus huellas como para que ella estuviese segura de que aquella visita no había sido un sueño.
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*Mañana tendré día ajetreado , así que adelanto la actualización. Espero les guste
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La mujer del rey
RomanceByul y Janeul se conocieron cuando niños y forjaron un vínculo que iba más allá de la amistad, pero él calló su verdadera identidad sin imaginar las repercusiones que tendría su silencio. Más de veinte años después, él es el rey y ella está en una...