Cuando él regresó, llegó cargado de regalos, pero no trajo ni joyas ni costosos objetos, cada cosa tenía una pequeña historia o significaba algo importante. Le dio a Byul aromáticas hojas de té, una pintura de un artista local, un caracol de la playa, dulces tradicionales de aquel país. Y por cada obsequio le describió minuciosamente cómo lo había obtenido.
Al terminar sus relatos, la joven comprendió que, aunque quizás no pudiera llevarla al mundo exterior, estaba decidido a traerle el mundo hasta ella.
Y supo también que estaba tan arraigada en el corazón de Janeul como él en el suyo.
Durante los años siguientes de cada viaje que lo mantuvo alejado de ella, regresó con regalos e historias que fueron llenando la habitación.
Años que pasaron entre ausencias y encuentros, años en que Byul combatió la desesperanza con momentos de felicidad.
Años en que Janeul combatió la impotencia con amor.
Byul había plantado unos pequeños durazneros en su jardín y Janeul había protestado que era inútil pues la sacaría de allí antes que pudieran florecer. Tres años después, los árboles habían crecido bastante y ambos comenzaban a creer que llegaría el día en que los verían dar flores y frutos.
Y aunque ellos pensaran que nada había cambiado, los cambios son como ríos subterráneos que van creciendo y creciendo bajo la superficie, escondidos, hasta que salen al exterior y arrasan con todo. De esa forma, su rutina estaba a punto de cambiar, sin que ninguno lo intuyera.
Fue poco después de que Byul cumpliera veintidós años, estaba arreglando el jardín cuando lo vio llegar y supo que algo malo había sucedido.
Estaba con sus ropas reales, y se quedó viéndola a unos metros de distancia sin animarse a avanzar. Llevaba un par de semanas sin verlo , sonrió al notar su presencia , pero la expresión de él hizo que su sonrisa se desvaneciera.
Janeul avanzó lentamente, la saludó con un roce ligero de los labios que no alcanzó a ser un beso y la tomó por los hombros
-Entremos – dijo.
-¿Qué pasa?
- Hablemos dentro- dijo él y apenas ingresaron se sentó en el suelo sobre unos almohadones casi como si no tuviera fuerzas para hacer otra cosa.
-Janeul, me estás asustando, ¿qué sucedió? - preguntó Byul sentándose frente a él. La miró a los ojos y su mirada parecía estar llena de dolor.
-Voy a casarme. Su nombre es Aína, tiene mi edad y es una princesa pariente del marido de mi hermana mayor, el matrimonio se anunciará hoy y se celebrará en un mes. La conoceré ese día- dijo con voz monótona- No puedo evitarlo .
Byul soltó un jadeo como si acabaran de golpearla.
-Byul...- dijo e intentó tocarla pero la joven retrocedió evitando su toque. Sus ojos se habían llenado de lágrimas, sabía que ese día llegaría, que él se casaría y tendría hijos con alguien que no era ella, pero al mismo tiempo lo había soslayado como si nunca fuera a suceder. Su pequeño mundo ,construido entre esas paredes, acababa de ser invadido por la realidad, él sería esposo de otra. Sabía que él no podía evitarlo, que no podía ir contra de los designios de su padre ni de los deberes que debía cumplir como príncipe heredero, en gran medida debido a ella, pero aún así se sentía herida y lo resentía.
-Byul...- insistió él y ella lo miró finalmente.
-¿Volverás?- preguntó la joven, y fue como años atrás cuando se había visto confinada a aquel lugar.
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La mujer del rey
RomanceByul y Janeul se conocieron cuando niños y forjaron un vínculo que iba más allá de la amistad, pero él calló su verdadera identidad sin imaginar las repercusiones que tendría su silencio. Más de veinte años después, él es el rey y ella está en una...