La eterna danza

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Él era como un diente de león, fresco, llamativo, despreocupado, y sin embargo no destacaba de entre las demás personas. Era como la mala hierba de la sociedad, esa que no desaparece nunca, que no podría llegar a nada más.
Ella era como la lavanda, era plácida y se dejaba agitar por el viento, tranquila y hermosa, todo el mundo esperaba que fuese la flor más alta e importante del jardín, aunque ella le tenía miedo a las alturas.
Ninguno de ellos sentía pertenecer al lugar que se les había asignado.

Un día el destino quiso que ella dirigiera su vista hacia las flores más bajas, y vio aquel diente de león, soñador y, aunque inteligente, poco valorado.
¿Como no fijarse en él, si parecía la flor más interesante de todas?
Ese mismo destino, al que de vez en cuando ganamos la mano, susurró al viento que levantase la vista de aquel joven diente de león y los hizo encontrarse a ambos en una eterna danza de color e ilusión.

Y es que ellos tenían esa habilidad de empatía y comprensión hacia los demás y, aunque no podían curarse a sí mismos, se curaron el uno al otro, y eso bastó para que ambos crecieran inclinandose entre sí, en aquella danza, que terminó uniendolos en un beso infinito.

𝑑𝑎𝑖𝑠𝑖𝑒𝑠' 𝑡ℎ𝑒𝑜𝑟𝑦Donde viven las historias. Descúbrelo ahora