Capítulo 11

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Por la mañana, Leila se despertó más descansada; esa noche había dormido bien. Era bueno saber que entre ella y Louis las cosas iban a dejar de ser tan surrealistas. Cuando fue a la cocina a prepararse el desayuno vio que él aún no se había levantado, señal de que pensaba cumplir su palabra e iba a dejar de evitarla. Cuando llegó la hora de irse a trabajar, Louis seguía sin aparecer, y eso no era normal. Él era el espíritu de la puntualidad, así que Leila pensó que algo iba mal.

Se acercó a su habitación y pegó la oreja a la puerta. Nada.

— ¿Louis?

Nada.

—¿Louis, estás ahí? —Seguía sin oír nada. Tal vez se había ido. Pero no, no, sus gafas, su ordenador, sus llaves, todo seguía encima de la mesa—. Louis, voy a entrar. —Abrió la puerta.

La habitación estaba a oscuras y podía oír la respiración entrecortada de Louis, que aún estaba dormido. Se acercó y encendió la lámpara que había al lado de la cama, lo que provocó las quejas del durmiente.

— ¡La luz! —Él levantó el brazo para taparse los ojos.

—Louis, ¿te encuentras bien? —Le puso la mano en la frente—. ¡Estás ardiendo! —Le tocó también las mejillas y las tenía igual de calientes—. Voy a buscarte una aspirina. —Iba a levantarse, cuando Louis le cogió la mano.

—Leila, ¿qué haces aquí? Me gustan tanto tus ojos, parecen los de un duende.

—Sí, ya. Estás enfermo y no sabes lo que dices. Voy a buscarte las medicinas, ahora vuelvo.

Cuando Leila volvió con la aspirina y un vaso de zumo, el enfermo seguía igual.

—Vamos, Louis, tómate esto. ¿Te ayudo a incorporarte?

—No, ya puedo solo. Dame la aspirina, tengo que ducharme, la revista. —No pudo continuar, lo interrumpió un ataque de tos.

—Ni hablar, tú hoy te quedas aquí, estás enfermo. Tienes fiebre. Mírate, estás temblando. No me obligues a atarte a la cama. —Ella se sonrojó con las imágenes que esa frase originó en su mente. Suerte que él estaba ya otra vez acostado y no se dio cuenta—. Voy a salir a la farmacia a comprar más medicinas y unos zumos. Tienes que beber mucho líquido. Estás ardiendo.

Leila empezaba a estar muy preocupada.

—¿Leila?

— ¿Qué? —Ella seguía tocándole la frente, y lo miró angustiada.

—Los artículos, necesito repasar los artículos, la revista, nos roban los reportajes. —Hablaba entrecortado, entre ataque de tos y estornudos, como si le costara incluso respirar.

—No te preocupes por nada. Dime qué tengo que hacer, pero tú no te muevas de aquí. Dame un minuto, voy a buscar tu portátil.

Salió de la habitación, pensando que tenía que llamar a Jack y a su madre, ella sabría qué hacer. Cogió el ordenador y volvió a la habitación.

—Ya estoy aquí. ¿Qué hago?

—Abre los archivos de Word. Me duele mucho la cabeza. —Él se tapaba los ojos con el antebrazo.

—Me pide un código secreto. ¿Quieres entrarlo tú?

—No, el código es 13042007.

Leila tecleó el código sin pensar, pero cuando acabó, se dio cuenta de que era el día en que ella había llegado a Londres. ¡Louis tenía como código secreto el día en que ella había llegado a Londres! No podía ser, seguro que sólo era una casualidad.

Nadie como tú [l.t]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora