Capítulo 13

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Louis estaba sentado en el suelo del cuarto de baño, con la espalda contra la puerta y la cabeza entre las rodillas. Dios, ¿qué había sido aquello? No sólo acababa de tener el mejor sexo de toda su vida, había habido un momento en que creyó que mataría al que intentara separarlo de ella. No podía dejar de pensar que tenía que serenarse, que tenía que recuperar el control.

—Seré idiota —se autocensuró Louis—. Estaba convencido de que si nos acostábamos todo se iba a normalizar, que yo volvería a ser yo, y mírame, aquí estoy, hablando solo y congelándome el culo con este suelo tan frío.

Se levantó, se refrescó por enésima vez la cara y volvió a la habitación dispuesto a quitarle importancia al asunto. Se repetía una y otra vez que no había para tanto, que toda aquella pasión acabaría apagándose un poco, que su corazón recuperaría su velocidad habitual. Se lo repitió unas diez veces mientras se acostaba en la cama y se acercaba al cuerpo dormido de Leila, y lo repitió una vez más cuando ella se acurrucó e inconscientemente se abrazó a él. Entonces, Louis se dio cuenta de que era feliz, y que si la dejaba escapar quizá jamás volvería a sentir todo eso por nadie. Cerró los ojos y dijo en voz baja:

— ¡Qué demonios!, lo voy a intentar.

Louis no durmió en toda la noche. La verdad era que lo aterrorizaba pensar que su perfecto y ordenado mundo iba a cambiar. Se veía capaz de controlar el sexo, pero la pasión y el amor eran otra cosa. Además, la única cosa que había aprendido con el divorcio de sus padres y con la muerte de su padre era que los sentimientos sin medida son destructivos, dañinos, y que él iba a luchar contra todo, incluso contra sí mismo, para no sentirlos. Sabía que no podría sobrevivir a ellos. Su padre lo había intentado y había acabado convirtiéndose en un alcohólico, solitario y muerto.

Leila se despertó y estaba sola. «A lo mejor lo he soñado todo», pensó. Pero no, vio que estaba en la cama de Louis y oyó la ducha. Se desperezó, todo era maravilloso. Seguro que debía de tener cara de idiota, no recordaba haberse sentido nunca tan contenta, tan feliz.

—Buenos días. —Louis la saludó desde la puerta de la habitación. Estaba recién duchado, llevaba sólo una toalla atada a la cintura y a Leila se le hizo la boca agua con sólo mirarlo.

—Buenos días —le sonrió ella—. ¿Qué hora es? No quiero ir a trabajar. Tendría que haber una ley que prohibiera levantarse después de haber hecho el amor con el hombre más maravilloso y sexy del mundo. ¿No estás de acuerdo? —Lo besó antes de que él pudiera contestar.

—No sé. —La abrazó y le susurró al oído—. ¿Esa ley incluiría no tener que contarle a tu jefe el motivo de no haber ido a trabajar el día de la reunión con los principales accionistas de la revista? Vamos, no me tientes. —Le dio un beso—. Ve a ducharte antes de que cambie de opinión.

—Está bien. —Antes de cerrar la puerta del baño, Leila dijo—: De pequeño también eras un aguafiestas.

Louis rió.

Fueron juntos a la revista, como venía siendo habitual desde la recuperación de Louis, pero ahora había detalles distintos; se tocaban, se miraban. Estuvieron hablando de tonterías. A Leila le habría gustado que Louis le dijera algo como «Anoche fue la mejor noche de mi vida», pero se conformó con los besos que le daba cada vez que se paraban en una esquina.

—Leila, princesa, ¿en qué piensas? Te he preguntado si te parece bien que mañana vayamos a casa de Sam y no me has contestado.

—Lo siento, la verdad es que no pensaba en nada.

Estaban parados en un semáforo, pues habían decidido ir a pie, y él bajó la cabeza para darle un beso. Nada complicado, fue sólo un leve contacto, pero la sonrisa que después lucía Louis le llegó al corazón.

Nadie como tú [l.t]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora