Capítulo 4

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—Louis, ¿estás despierto? —Leila ya sabía que sí. Llevaba más de dos horas intentando dormir y estaba convencida de que su compañero de cuarto también sufría de insomnio, pues no paraba de moverse ni de refunfuñar.

Él tardó unos segundos en responder, como si dudara entre decir la verdad o fingir que no la había oído.

—Sí, estoy despierto —contestó al fin con un suspiro— ¿Tú tampoco puedes dormir? —Estiró el brazo para encender una luz, pero Leila le detuvo.

—No, no enciendas la lámpara.

Louis volvió a meter el brazo bajo las mantas y se apoyó en un costado para mirar a Leila. Por la ventana de la habitación se colaba la luz de la luna y la de las farolas que había en la calle, así que podía ver la silueta de ella y distinguir el brillo de sus ojos negros.

—Hacía años que no dormía con alguien —empezó Louis, pero antes de que pudiera continuar, las risas de Leila lo detuvieron— No te rías... ya sabes a qué me refiero.

—Sí, claro. —Ella hizo un esfuerzo por dejar de reírse— Tranquilo, no voy a poner en entredicho tu virilidad. Ya me imagino que no tienes problemas en ese sentido.

Hubo un silencio, y finalmente Louis añadió:

—Quizá tenga más de los que te imaginas.

—¿A qué te refieres? —preguntó Leila colocándose también de costado para poder verlo, aunque en la oscuridad él fuera sólo una sombra.

—No sé, supongo que estoy cansado de que las relaciones que tengo, a pesar de que las mujeres sean distintas, sean todas iguales. No sé, a veces me gustaría saber que hay alguien especial para mí. No es que quiera casarme, ni nada por el estilo..., me gusta mi vida tal como está. —Tomó aire— Es sólo que me gustaría saber que esa persona existe. Bueno, no me hagas caso. Vamos a dormir.

Louis se volvió hacia el otro lado, dándole la espalda.

—Seguro que existe.

Leila pensó que él no la había oído, y cuando iba a intentar dormirse por enésima vez, Louis habló de nuevo:

— ¿De verdad lo crees? Recuerdo que de pequeño veía a tus padres besarse y me preguntaba por qué los míos no lo hacían. Luego lo entendí. Los míos no se querían, pero aun así habían tenido un hijo, y se pasaban los días amargándose mutuamente la existencia hasta que se divorciaron. Mi madre, bueno, si es que puedo llamarla así, volvió a casarse en seguida, y se olvidó de mi padre y de mí. Si ni siquiera ella fue capaz de quedarse conmigo y quererme sin condiciones, es difícil de imaginar que pueda encontrar a alguien que lo haga. Así pues, creo que es mejor no buscar a nadie; de este modo me ahorro el mal trago y puedo seguir disfrutando de mi vida tal como está. —Se frotó los ojos— No sé por qué te cuento estas cosas.

—Estoy segura de que existe alguien especial para ti, alguien que te querrá pase lo que pase, y que será incapaz de olvidarte. —Para intentar calmar los latidos de su corazón, optó por cambiar de tema— ¿Te acuerdas de cuando cumpliste diecisiete años?

—Sí, claro. Me regalaste Charlie y la fábrica de chocolate. Aún lo guardo. ¿Por qué?

— ¿Sólo te acuerdas de eso?—Leila dio gracias por la oscuridad que ocultaba el sonrojo que seguro que ahora cubría sus mejillas.

—No. También me acuerdo de que te besé. —Louis se volvió de nuevo hacia ella.

—Fuiste el primer chico que me besó. —Notó cómo él sonreía— Nunca lo he olvidado, fue muy especial. Tuvo todo lo que se supone que tiene que tener un primer beso. Louis, estoy convencida de que conocerás a alguien que hará que todos los besos sean perfectos, que logrará que tu vida sea especial... Sólo espero que, cuando lo hagas, te des cuenta y sepas conservarla.

Nadie como tú [l.t]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora