Capítulo 18

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A la mañana siguiente, Leila se encontraba mucho peor. El médico ya le había advertido que le dolería todo el cuerpo, pero ella creyó que exageraba. Por desgracia, tenía razón. Louis se fue a trabajar, pero antes de salir de casa le hizo jurar que lo llamaría si necesitaba algo, cualquier cosa. Le dejó el teléfono al lado y a lo largo de toda la mañana la llamó unas cincuenta veces. Louis estaba tan poco concentrado en la revista, que por la tarde se rindió y se fue a casa con Leila.

—Desde aquí puedo trabajar igual de bien —contestó cuando ella le preguntó por qué había vuelto tan pronto—. Además, así te hago compañía.

A medida que pasaban las horas, Leila se encontraba cada vez mejor, y por la noche incluso fue capaz de sentarse a cenar con Louis.

—Ha llamado Nana. Primero no iba a contarle lo del accidente —confesó Louis—, ya sabes que se preocupa mucho por ti, pero no he podido aguantarme. Por tu culpa me estoy ablandando.

Louis sonrió, y Leila se dio cuenta de lo mucho que le gustaba verlo tan relajado.

— ¿Y qué te ha dicho Nana, señor tío duro?

—Ya te lo puedes imaginar. Primero me ha reñido por no haberla llamado inmediatamente, y luego me ha dicho que como mañana es miércoles y ella ya tenía previsto venir a Londres, llegará un poco antes para poder pasar un rato contigo. Me pregunto que tendrá que hacer Nana en Londres.

Claro, Leila se acordó entonces de que Nana tenía que darle las fotografías de Rupert para que se las entregase a Steve. Casi se le había olvidado.

—Leila, ¿te encuentras bien? Estás pálida. —Louis le pasó la mano por la frente.

—Sí, sólo estoy cansada —respondió ella un poco ausente—. Si mañana viene Nana podrás ir a trabajar.

— ¿Tan mal lo hago como enfermero que ya quieres librarte de mí?

—No, no seas tonto. Es que me siento culpable de que estés aquí todo el día conmigo mientras la lagartija de Clive anda por allí sin Sam

Louis se pasó las manos por el pelo y respondió:

—La verdad es que tienes razón. Mañana, cuando venga Nana, iré a la revista. Pero con una condición.

—La que quieras —respondió Leila. Si él no estaba, podría incluso llamar a Steve para que pasara a recoger las fotografías y le contara lo que había descubierto.

—Quiero que ahora mismo te vayas a la cama y descanses. —Él se levantó y le dio un beso—. ¿De acuerdo?

—Está bien. Pero que conste que la próxima vez que quieras que me pase dos días en la cama, tú tienes que quedarte conmigo.

—Princesa, cuando te recuperes, estaré encantado de hacerlo.

Leila se fue a dormir, y cuando se despertó, Nana estaba ya sentada junto a su cama, mirándola preocupada.

—Leila, tienes que cuidarte.

— ¿Y Louis? —preguntó Leila medio dormida.

—Se ha ido, pero antes me ha hecho jurar que lo llamaría si te pasaba cualquier cosa. —Nana sonrió—. Tengo que decirte que lamento mucho lo que te ha ocurrido, pero me encanta ver cómo mi nieto pierde la cabeza por ti.

Leila se sonrojó.

—Tengo que ducharme y ponerme algo más digno que este pijama de patitos.

—Mientras lo haces, yo te prepararé el desayuno —dijo Nana saliendo de la habitación.

Nadie como tú [l.t]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora