Capítulo 14

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Al sonar el despertador, Leila fue la primera en despertarse, abrió los ojos y tras comprobar que Louis seguía dormido, se levantó y se fue a la ducha. Luego preparó su bolsa para ir a casa de los Abbot. Estaba un poco nerviosa. Aparte de Nana, ellos eran lo más parecido a una familia para Louis, así que no quería causar mala impresión. Mientras escogía la ropa se le ocurrió que quizá Sam y su esposa supieran algo sobre la muerte del padre de Louis; tendría que encontrar el modo de hablar con ellos. Ya vestida, preparó el desayuno y fue a comprobar si él se había despertado.

—Louis, ¿estás despierto?

Vio que la cama estaba vacía y oyó correr el agua. Se estaba duchando. Por un instante, estuvo tentada de interrumpir su ducha igual que él había hecho el día anterior, pero descartó la idea. Quería que Louis confiara en ella, y el sexo, aunque era fantástico, sólo servía para que él ejerciera un control más fuerte sobre sus emociones. Tenía que encontrar el modo de que bajara la guardia y, la próxima vez que hicieran el amor, el señor Tomlinson no sería capaz de controlar nada. Ya se encargaría ella de eso.

Louis apareció en la cocina perfectamente duchado y con una bolsa de viaje en la mano. Vio que Leila estaba desayunando tostadas y leyendo un libro. Se la veía feliz, y a él le dio un vuelco el corazón.

— ¿Qué estás leyendo?

Leila acabó de masticar el bocado que aún tenía en la boca.

—El conde de Montecristo. ¿Lo has leído?

—No. Pero he visto la película.

—La película no está mal, pero el libro es genial. Yo lo he leído muchas veces, es uno de mis preferidos. Siempre que viajo, lo llevo conmigo. —Señaló el libro que ahora estaba encima de la mesa—. Me lo regaló mi abuelo.

Entonces Louis se dio cuenta de lo vieja que era la edición y de lo gastado que se veía el libro. Recordó que el abuelo de Niall y Leila era un señor serio y reservado, pero que quería a sus nietos con locura.

— ¿Tu abuelo?

—Sí. Supongo que heredé de él la pasión por los libros. Murió hace seis años. —Leila cambió de tema—. En fin, ¿a qué hora tenemos que irnos?

—No hay prisa. Hemos de estar allí a la hora de comer. —Se acercó a la mesa y cogió la novela—. ¿Me lo dejarás? —Antes de que ella pudiera contestar, él bajó la cabeza y le dio un beso.

—Claro —respondió Leila.

— ¿Sabes una cosa? —Dijo él mientras le colocaba un mechón de pelo detrás de la oreja—. Aún tengo Charlie y la fábrica de chocolate. Siempre lo he llevado conmigo; en la universidad, en mis trabajos. Ahora está guardado en el primer cajón de mi escritorio.

Ella se sonrojó al acordarse del día en que le regaló ese libro, y lo miró sorprendida. No esperaba que él lo hubiera guardado todos esos años. No sabía qué decir, así que optó por una salida fácil:

—Yo ya estoy lista. Cuando quieras podemos irnos.

Louis la miró, y vio en ella una determinación que no había visto antes. Algo estaba tramando, pero si Leila no se lo contaba, él, de momento, no iba a preguntárselo.

—Pues vamos.

En el coche, a él se le veía pensativo; conducía sin decir nada, no podía dejar de dar vueltas a cómo le estaba cambiando la vida.

—No pienses tanto —dijo Leila sin dejar de mirar el paisaje.

—No estoy pensando —contestó él enfurruñado.

Nadie como tú [l.t]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora