›Capítulo tres

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Ariel miraba con curiosidad a su mejor amiga mientras ella hablaba sin freno alguno. Ya estaba cansada que le este repitiendo las mismas palabras de ayer. La pelinegra no era torpe, para nada y lo entendía todo desde la primera vez.

La morena se fastidió cuando se percató que su acompañante la estaba tirando al león. Así que para demostrar su disgustó le dio un leve zape en la nuca de la otra chica, pillándola por sorpresa.

—Pendeja —bramó Ariel sobándose el golpe—. ¡¿Por qué lo hiciste, joder!?.

—No estabas prestando nada de atención y pues te tocó, ni modo.

—Es que es fastidioso que me estés repitiendo lo mismo una y otra, y otra vez. —Intentó hacer énfasis golpeando sus manos—. Ya entendí que las acciones dicen más palabras y que debo de ser coqueta con él siendo sutil. Y me diste muchos otros consejos para llamar su atención sin ser demasiado tosca.

—De acuerdo, entonces hoy aplicaremos nuestra primera lección: él contacto físico. Tu demuestras tu amor con golpes, pero ahora serás más linda. Cuando estén sentados roza su pierna con tu rodilla, recarga tu cabeza sobre su hombro. Acércate más a él sin abrumar su espacio personal ¿de acuerdo?. —La miró fijamente hasta que la pelinegra asistió con la cabeza, así que la morena prosiguió hablando—: te lo demostraré con Daniel y quiero que imitas mi acción.

—Uy, odio con mi vida cuando te pones en fase de mandona, ¿podrías bajarle dos rayitas, por favor —pidió con amabilidad mientras ambas entrabas por la estrecha puerta del salón, una tras la otra.

Ambas se dirigieron hasta en la parte de atrás del salón. Ariel colocó su mochila en seguida del rubio y lo saludó con una tenue sonrisa.

—Hola cariño —saludó la morena a su novio, lanzando un beso al aire—. Hola gringo.

Hi colombiana —saludó Mike.

A pesar del tiempo, el australiano no se acostumbraba al apodo de Andrea, pero ya no le molesta como antes. Pero en su teoría, quizás si le muestra lo molesto que es, cambiando su nacionalidad deje de hacerlo, sin embargo estaba equivocada.

—Genial, soy una mexicana exótica que parece colombiana. —Sonrió mostrando sus dientes.

Mike soltó unas cuantas malas palabras en su lengua materna y se sentó indignado en su asiento. Ariel rió negando con la cabeza, imitó su acción y justo cuando iba a reconfortarlo, entró el maestro de Biología quien es demasiado estricto.

Todo el salón guardó silencio y saludaron a coro con mucha cordialidad al maestro. La clase era tediosa y aburrida. Ariel amaba y odiaba estar atrás ya que podía escurrirse por unos minutos en un profundo sueño, pero por esa misma razón el maestro los escogía para responder preguntas.

Ariel cerró sus ojos unos instantes mientras se recargaba en la palma de su mano que se apoyaba con ayuda de su codo sobre la mesa, y escuchaba lo que el maestro decía, algo sobre los músculos. Cuando el maestro se aclaró la garganta, la pelinegra supo con antelación que era el momento de las preguntas, por lo que abrió sus ojos de golpe y se enderezó sobre su lugar.

Dio una rápida mirada a su mejor amigo, él se encontraba recostado sobre la mesa dormido sin descaro alguno, inclusive tenía una tira de baba seca sobre su barbilla. Ariel pateó la rodilla de su amigo, pero él no estaba vivo.

El maestro tenía su mirada puesta en los de atrás y se fastidió bastante cuando notó una rubia cabellera acostada sobre el banco.

—¿Alguien podría por favor despertar al señor Williams? —exigió con una mirad que congelaba la sangre.

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