›Capítulo dieciséis

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Ariel suspiró cansada en frente de la casa de su mejor amiga Andrea, también a su lado se encontraba Mike. Ella acercó su brazo a la puerta blanca principal y tocó tres veces. Unos instantes después la puerta fue abierta por Andrea, quien se encontraba más alegre y entusiasmada de lo normal.

—¿Por qué estás tan feliz tú, mujer? —cuestionó Ariel mientras se adentraba a la casa, seguida del rubio.

—¡Es que no sabes quien ha llegado! —gritó, dejando sordos a sus amigos por unos instantes.

—No sé güey, dime quién llegó —pidió desesperada mientras ampliaba su sonrisa.

—¡Carlos, llegó Carlos! —exclamó la morocha mientras dio un par de brinquitos al aire.

En ese instante apareció por las escaleras un hombre más robusto que Mike, pero no más alto. Tenía una deslumbrante sonrisa en su cara. Mostrando lo feliz que se encontraba, bajó de dos en dos las escaleras y cuando llegó a lado de la castaña, ella salió de su estado de estático y se lanzó a los brazos del moreno. Carlos la rodeó de la cintura y la alzó en el aire. Las piernas de Ariel estaban colgando en el aire y soltó una carcajada.

Mike abrió sus ojos azules sorprendido y sintió como si alguien hubiera apretado su corazón. Andrea dibujó una sonrisa maliciosa al ver la reacción de su amigo y maquineó un plan malévolo en su mente en poco pasos. Esta era la oportunidad perfecta para regresarle la misma moneda al rubio.

—Se ven baste lindos, ¿eh? —murmuró Andrea a lado del rubio con un tono burlesco.

Mike automáticamente cerró sus manos en puños y frunció su ceño, apenas y pudo asistir con la cabeza de mala gana.

Andrea asistió satisfecha con el resultado.

Cuando finalmente Carlos decidió soltar a su amiga, Mike pudo soltar el aire que estaba conteniendo en los pulmones Pero seguía manteniendo su mirada oscura ante aquel chico que no había soltado a la castaña. Ariel estaba muy ajena a el comportamiento de su amigo australiano, pues estaba enfocada en Carlos. Tenía como un año que no miraba al chico que consideraba su mejor amigo de toda la infancia.

—Mike, él es mi mejor amigo de toda la vida; Carlos y es primo de Andy. Hace casi dos años se había mudado a Guadalajara y no lo había visto —explicó Ariel mirando con un semblante muy entusiasmado—, y él es mi mejor amigo australiano. Vino a Monterrey de intercambio, desde que inició el ciclo escolar hemos sido muy unidos —concluye mirando al moreno e ignorando al rubio—. ¡Me cagas porque casi nunca me respondes mis mensajes! —gritó fingiendo molesta, y luego le brindó un golpe en su hombre.

¡Por el amor de Dios, él era su mejor amigo!. No ese, ese... chico. Era él, él, ¿por qué no la dejaba en paz y se iba con su prima?.

—Tengo algo muy importante que decirte, por favor —chilló emocionado, así que tomó la mano de su amiga y la estiró hacia la cocina.

Ahí estaba la mamá de Andrea que preparaba un sándwich para ella misma y le ofreció uno a Ariel cuando la vio. Ella no quiso nada y sonrió de oreja a oreja. La señora se retiró de la cocina y se dirigió hacia su habitación.

Andrea miró como Mike tomaba un ligero bocado de aire, intentando regular su euforia que sentía que lo estaba carcomiendo por dentro. La morena amplió su sonrisa todavía más, parecía una caricatura en ese instante.

—¿No sabías que iba a venir mi primo? —preguntó burlona, el rubio negó con la cabeza—, por eso vinieron, se hace carne asada por él, para darle una bienvenida mexicana como se lo merece.

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