La manada debilitada

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Aimé había pasado todo el día en el reino vampírico y, ya más calmada, decidió que era hora de escuchar a Scott.
-Maxon. -lo llamó.- ¿Me llevas a la manada? -vio como él dejaba de reír, por lo que su hermano estaba diciendo, y la miró.
-¿ Te quieres ir? -su rostro estaba inexpresivo.
-Tengo qué... -se acercó a él y le acarició la mejilla. -Yo no vivo en este lugar, no puedo quedarme, este no es mi hogar. -la dulzura en su tono de voz, demostraba su profundo cariño hacia ese hogar.
-Pero, podría serlo. Podrías quedarte. -tomó su cintura y la acercó a él.- No tienes que volver ahí.
-Tengo que, ese es mi hogar. -lo abrazó, apoyando la cabeza en su pecho.-Vivo ahí y me gustaría escuchar lo que tiene para decir. -hablaba muy bajo, como si le rogara que entendiese.
-Te llevo, -Aimé se sentó correctamente, sonriendo.- con la condición de que vuelvas. -acarició la mejilla de la morocha, mientras una sonrisa de pura ternura, aparecía en su rostro.
-Lo prometo. -lo abrazó y ambos se levantaron.
-Vamos. -Aimé se despidió y ambos salieron del castillo.
Al cabo de pocos minutos, llegaron al comienzo del bosque. Allí, ella se subió sobre la espalda de Maxon, quien, inmediatamente, corrió en dirección a la manada.
La velocidad humana y la sobrenatural, son incomparables. Por lo que, minutos más tarde, se encontraban en la entrada de la manada.
-Chau. -Aimé se acercó y besó la mejilla del vampiro.
-Adiós. -él la abrazó y, luego, desapareció en el bosque.
Al entrar no se veía una sola persona, lo que le pareció muy extraño a la chica, que estaba acostumbrada a ver mucha gente caminando o simplemente sentada conversando.
Caminó directo a su hogar, donde al ingresar escuchó a una persona gritando, Scott.
-¡Búsquenla y encuéntrenla! -gritaba. Los gritos se oían lejos, por lo que Aimé supuso, que estaba en el despacho y corrió hacia allí. -¡La manada se debilita, yo me debilito! -tres golpes se escucharon en la puerta y él la abrió, al instante, encontrándose con la asustada cara de la morocha.
-¿Qué sucede? -lo abrazó y, al apoyar la cabeza en su pecho, logró escuchar los rápidos latidos de su corazón.
-¿Dónde estabas? -la apretó contra su cuerpo, que era el único lugar donde creía que estaba segura.
-¿Cómo es eso de que la manada se debilita? -le preguntó, ignorando su pregunta.
-Ven. -tomó su mano y la guió hasta un sofá, donde se sentó e hizo que ella se sentara sobre él. -La manada se debilita porque su Alpha se debilita y su Luna no está para equilibrar la situación. -le explicó, mirándola con ojos de reproche.
-¿Y por qué te debilitas? -tomó su rostro, con ambas manos, inspeccionándola en busca de heridas.
-Me debilito porque desapareciste y no sabía qué te había pasado. Me preocupé y debilité mi cuerpo, pensando que te habías ido, que me habías dejado. -ahora él tomó su cara, haciendo que lo mire a los ojos. -No vuelvas a hacer algo así. Nunca, en toda tu vida. -Aimé asintió y lo abrazó, sintiéndose culpable.
-No sabía que eso pasaba, perdón. -lo abrazó muy fuerte, deseando que no se enojara con ella.
-Está bien, Lunita, no pasa nada. -le subió el mentón y la besó.

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