Discusiones

48 2 0
                                    

Había pasado un tiempo desde que Aimé se había escapado, específicamente tres semanas, durante las cuales nadie había podido salir de la manada y todo estaba sumamente controlado.
Habían pasado tres semanas, desde que Aimé salió, por última vez, al exterior. Esto la tenía frustrada, ya que, ella no era una chica a la que le gustara quedarse sentada en casa sin hacer nada. Por el contrario, ella disfrutaba el estar afuera y le encantaban las actividades al aire libre.
-Estoy cansada de estar encerrada, Scott. -le repitió ella, por tercera vez en el día, y eso que recién amanecía.- Hace semanas que no salgo.
- Lo sé. -le respondió él, cansado de repetirle lo mismo. Se acercó a ella y acarició su rostro. -Lo sé, ¿sí?...Comprendo, perfectamente, que no te guste y que quieras salir. Pero, entiéndeme a mí...Yo sólo quiero protegerte. -la desesperación en su voz era notoria, lo que produjo que ella se calmara, sólo un poco.
-Lo sé, pero me desespera esta situación. -lo abrazó, enterrando la cabeza en su tonificado pecho.
-Lo sé, créeme qué lo hago. -le acarició el rostro con tanta delicadeza, que parecía que se tratara de una pieza de cristal. -Pero, sabes que existe una amenaza y no puedo dejarte salir, sabiendo que es posible que algo te pase.
-Ya, comprendo Lobito, comprendo. -lo besó y, luego, sonrió. -¿Vamos a comer?, me muero de hambre.
-Vamos, Lunita. -le sonrió y le robó un pequeño beso.
Ambos bajaron y se dirigieron directamente a la cocina, en donde se sentaron, enfrentados, para comenzar a desayunar.
No habían pasado cinco minutos, cuando sintieron un fuerte estruendo, seguido de un lobo aullando.
-¡Mierda! -gritó Scott. -Sube, agarra un abrigo y baja. -la miró urgiéndola.- ¡Ve! -sus gritos eran cada vez más altos.
Aimé subió las escaleras corriendo, agarró un abrigo y salió del cuarto.
Bajó y se dirigió al despacho de Scott, donde sabía que él guardaba algunas armas, en caso de emergencia. Abrió una de los cajones del escritorio y sacó una daga y una pistola, cargada con balas de plata.
-Ya, vámonos. - la cara de sorpresa del chico era épica; si bien  no la había  visto, sus sentidos  sobrenaturales le permitían detectar cuando un peligro se le acercaba . 
-¿Es necesario que portes armas? - el rechazo hacia la idea era evidente  en su rostro. -  Estoy yo para protegerte.
- No sólo estoy yo, hay una manada que proteger. -Aimé  se enojaba cada vez más. Lo entendía, sí, pero también  entendía que no estaban solos. - Sé que tu intención  es protegerme, pero no soy lo único  que importa.
-Para mí y para toda la manada, sí. -le recordó  él. - No sólo  importa tú  opinión, no estás  sola. -cada vez gritaba más  alto, haciendo notar su enojo.
-Lo sé, te juro que lo sé. -se le acercó  viendo el estado en que se encontraba. -Pero no puedo evitar pensar en que no sólo  mi vida está  en juego. -aunque  su voz era calmada, estaba alterada. -Tu vida y la de toda la manada también  está  en riesgo y lo que intentan es un acto  suicida. Sé que sólo  quieren  protegerme, pero no pienso  permitir  que se arriesguen así.
-No nos entiendes, ¡no entiendes nada! -junto al grito vino un golpe, con tal fuerza que reventó  la mesa en donde impactó.
-No me voy a quedar de brazos cruzados, mientras te escucho decir cosas que no estás  pensando. -Sí, las palabras  le habían  dolido, pero ella no pensaba  sentarse a escuchar.
Salió  por la puerta principal  y se dirigió  al centro  de la plaza, donde se desarrollaba  una masacre...

Lo siento, en serio.
No voy a escribir las típicas  excusas, porque simplemente  era falta  de inspiración.

                                                                                                                                                                      Los amo, besos, BL.

La ReinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora