El golpe final

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Dicen que toda gran historia termina con un espectacular final, algo dramático y en grande. La mayoría suelen incluir muertes, sangre, un par de lágrimas del lector y mucho drama.
No sé si esta sea una gran historia, lo único que sé es que es que tiene que tener un cierre.
Me disculpo, si es que no cumplo con las expectativas, es lo que puedo dar. Es todo lo soy y lo que tengo.
En pocas palabras y con la intención de sintetizarlo, es la historia de cómo conocí a mi Luna. Una Luna que no sólo era mía, sino que era la Luna de las Lunas, la Gran Luna. Mi gran amor.
Existe la posibilidad de rechazar a tu Luna o Mate, en caso de que ambos decidan no formar una pareja, aunque es muy improbable que eso ocurra. Nunca pensé en rechazarla, supe desde el primer momento que era mía, lo sentía.
Los sabios dicen que, cuando caemos, buscamos algo a lo que aferrarnos para poder levantarnos y seguir.
Cuando un humano cae y no encuentra a qué aferrarse, espera y espera, a que ese algo aparezca... si eso no pasa, se convierte en un ángel caído y, como Lucifer... todo aquello que lo rodea, forma parte de su infierno.
La mayoría de los seres sobrenaturales y algunos simples mortales, somos los amos de nuestro infierno personal. No solemos demostrar lo que nos ocurre, es más fácil dañar nuestro interior que expulsar aquello que nos intoxica, que nos ahoga desde lo más profundo de nuestro ser...que no nos deja existir pacíficamente, que nos corta y nos transforma en seres oscuros, marginados por esta sociedad de humanos y no tan humanos, que consideran que poseen el derecho divino de poder juzgar al otro.

Las grandes batallas, muchas veces son con nosotros mismos y no, con un ente ajeno. En este caso, la batalla comenzó afuera, pero el golpe final, lo dio esa parte caída de nuestro ser que todos tenemos. Esa parte que ha caído, sin darnos cuenta o tal vez sí, cuando sentimos que no podemos más, cuando estamos solos, heridos, completamente desahuciados en un mundo en el que parece que a nadie le importa, en el que parece que es lo mismo morirte de hambre y morirte de vacío.
Esa parte, esa porción de ángel caído que todos tenemos, fue la que ese encargó de dar el último golpe, en una batalla ya inexistente... desde que la perdí a ella, a mi luna morena.

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Comenzó al día siguiente de la aparición del Rey de los Vampiros, en la madrugada. Maxon no se equivocó al decir que los guardias no servirían de nada, pero, Scott no lo escuchó.
Estaba tan enfurecido con él, con los vampiros...con el mundo, que no reparó en lo que estaba en juego. Quizás sí lo hizo, lo notó, pero su orgullo y cólera le nublaron el juicio.
La falta de control hace que, en muchas ocasiones, los seres tomemos decisiones poco acertadas. Esta ocasión, no fue una excepción a la regla y se cometió un error, que se pagaría con más dolor del imaginable.
Ni toda la sangre y las lágrimas derramadas, alcanzarían para igualar el dolor que trajo consigo esta única batalla. No era el dolor y desasosiego de una persona...no...era la ruptura irreparable de las manadas; el dolor de reinados...la caída angelical de un Rey y un Alpha.

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No fueron necesarios más de treinta minutos, para terminar con el juego. Las cartas habían sido echadas, la suerte no estaba en el partido y, lo único que se podía hacer, era luchar con garras y colmillos hasta el final.
El enemigo había dispuesto el campo de juego, de tal manera, que no había escapatoria y, tampoco, había forma de ganar. Tanto tierra como aire estaban controlados, era luchar como lunáticos o morir como cobardes.
El enemigo inteligente y astuto, no pretendía matar. Era demasiado elegante para ensuciarse las manos. Había un sólo objetivo, al que debían llegar totalmente limpios: la Gran Luna.

Las manadas no tuvieron tiempo para reaccionar, cuando fueron invadidos por decenas de lobos y vampiros que, sin herirlos encontraban la manera de inmobiliarios. A todos, menos al Rey y al Gran Alpha, a quienes capturaron y apresaron para que observaran la escena.

Las Lunas, que estaban escondidas, no habían seguido órdenes y, en un acto heróico, salieron a proteger a sus manadas. Pero, no recordaron que las batallas más grandes no las ganan los más fuertes. Las estrategias ganan guerras, nada ni nadie le puede ganar al ingenio y al conocimiento. Desafortunadamente, para ellos, el enemigo contaba con ambas: era muy ingenioso y los había estudiado el tiempo suficiente.
La magia se sumaba a estos dos factores. Los soldados, completamente inmovilizados, vieron la escena sin poder hacer nada al respecto... esa escena... esa que cambiaría sus vidas por completo.

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Al salir las lunas, sin tener en cuenta que algunas eran humanas, se encontraron con un escenario que escapaba de su capacidad de compresión.
Era algo surrealista, como si el tiempo hubiera sido detenido y, solo a ellas, no las afectaba.

La primera en notarlos fue Eluney, quien hizo que las demás lo hicieran también. Un grupo de hombres mantenía apresados a los Alphas y al Rey; frente a ellos y de espalda a ellas, un hombre joven, los miraba con una sonrisa espantosamente grande. Era como si no hubiera sonreido antes, como si no supiera hacerlo.

Al sentirlas, no tuvo más que levantar los ojos, y un pálido hombre movió las manos como director de orquesta, de arriba hacia abajo y de izquierda a derecha, para que las mujeres no pudieran moverse. Luego, acercándose un paso, hizo un círculo con su mano derecha y Aimé recobró la movilidad.
Los presentes, tanto naturales como sobrenaturales, no daban crédito a lo que habían presenciado. Un mago, frente a ellos, haciendo y deshaciendo a su antojo.
Las personas con sus habilidades eran muy difíciles de encontrar y, más aún, de que aceptaran trabajar con o para uno. Por ello, nadie creía que fuera posible.

-Veo que reconocen su naturaleza. -escucharon hablar al líder enemigo.- Son muy difíciles de encontrar y de convencer, como sabrán, pero son seres brillantes y reconocen el poder cuando lo ven.
-Entonces, debería aliarse con otras personas. - comentó la Gran Luna, con naturalidad.
-¿Con quién debería aliarme, entonces? -cuestionó el hombre, con más apariencia de un muerto que otra cosa.- ¿Con ustedes, que no pueden mantener aquello que más valor tiene a salvo? -le preguntó, con un tono inocente, señalándola.
-No dije que debería ser con nosotros. -redobló ella.- Sólo me parece poco inteligente, aliarse con un ser que lo único que posee es maldad. -y levantando la mano, para frenarlo, agregó. - Porque creo una deducción obvia, que si alguien hace algo tan arriesgado y posee el tiempo suficiente, como para observarnos tan bien, no tiene mucho que perder.

Luego de ese comentario, todo ocurrió con rapidez. Aimé quedó inconciente y cayó, pero antes de tocar el suelo, comenzó a levitar. Era como si un ente invisble la hubiera agarrado y la llevara hacia ellos.
-Sus ofensas y errores serán pagados con lo más preciado que poseen. -Les dijo el líder.- Pero, considero de mala educación irme sin dejarles nada. Mi nombre es Blake. -pronunció y, antes de que pudieran procesarlo, se alejó cargando a la Gran Luna hasta el comienzo del bosque en donde se volteó a mirarlos por última vez.- Pronto tendrán noticias mías, aunque no puedo asegurarles que de ella también. -Y con otra sonrisa espeluznante, desapareció entre la maleza y la arboleda, dejando atrás a dos gobernantes desesperados por alcanzarlo y, el comienzo, del desastre más atroz que podrían haber imaginado.

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