Capítulo 9

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Los recuerdos seguían sucediéndose, veía rostros a los que no podía poner nombre llamándome por distintos nombres o motes, todos me llamaban con cariño, me vi vestir de blanco y luego de negro, y me di cuenta que lo que todos decían era cierto, yo había sido un jinete de dragón, ¡¡¡el rey dragón tenía razón!!! Me quedé tumbada toda la noche tendida en el frío suelo intentando levantarme, cuando lo conseguí escondí las armas en un hueco en la pared, no quería que el amo ni ningún monje las descubriese. Me lavé como pude y tras ocultar el rastro de los varanos por los túneles volví a los brazos del original para que cuando se despertase no me echase en falta.

El enfado del original le costaron la vida a muchos monjes, nadie se explicaba cómo los varanos habían rescatado los huevos, los cadáveres se acumularon durante días en el salón del trono hasta que consiguieron quitarlos todos. Los días se sucedieron, todos y cada uno de ellos el rey dragón era traído en presencia del original donde se burlaba de él y le torturaba, todos los día vi a un rey erguido y orgulloso que nunca desfalleció ante las palabras ni la ira del amo. ¿Cómo podía soportarlo?, cuando llegaba a los calabazos las torturas seguían por parte de los monjes y al finalizar el día el curandero reparaba el cuerpo maltrecho del rey para el día siguiente. Pero su voz... nunca sonaba suplicante y a pesar de los golpes sonaba segura, confiada, incluso soberbia por momentos. Veía como el amo se quedaba rabioso por no poder someterlo, los monjes no podían ponerlo bajo su influjo tampoco, ya lo habían conseguido una vez y el rey dragón era capaz de pararlos ahora, como si fuese inmune a su toque insidioso. Otro día más y el rey fue devuelto a su celda para que le siguiesen torturando.

- Amo... - empecé a decir al original.

- ¿Vas a preguntarme por qué no lucho contra él otra vez?

- Se ha convertido en un mártir, todos saben que lo tenemos prisionero y se imaginan torturas y barbaries. Eso es lo que nos llaman ahora, torturadores, bárbaros... asesinos.

- ¿Crees que me importa lo que piense esa carroña de humanos?

- Pero pretendes que te adoren, amo, si no consigues su afecto ¡solo tendrás esclavos!! - le dije sin poder evitarlo.

- Esclavos es lo que quiero, jinete rojo, alimento para mis huestes, ¡ganado! Y nunca se ha permitido opinar a una vaca, ¿verdad? - se rió por el chiste - deja tus sermones que sabes que me cansan, dime cómo va ese maldito continente.

- Australia es nuestra, amo, como casi todo el Pacífico - dije cambiando de tema.

- Eres buena haciendo la guerra, mi hembra, nadie hubiese conseguido lo que tú has hecho, poner el mundo a mis pies. El rey dragón resiste todavía por ti, quizá mañana le demuestre que ya no le perteneces.

- Sí, mi amo - dije sumisa y le hice una reverencia para salir de la sala, sus palabras me detuvieron. Se había puesto en pie y miraba por la ventana el árido horizonte.

- Llevo miles de años moldeando este cuerpo, jinete rojo, al final comprendí que la era de los grandes originales había pasado y si quería sobrevivir debía menguar mi estatura, adaptarme a este mundo. Mi cuerpo petrificado no podía seguir existiendo y tomé la mejor de las decisiones. Aún no está terminado, no puedo procrear, lo sabes bien, pero lo haré. Pero he pasado demasiado tiempo inerte y el rey dragón es un gran combatiente, lleva siglos luchando mientras yo he yacido dentro de mi propio corazón a la espera que me liberases. - De repente lo entendí, el amo no luchaba contra el rey dragón porque le tenía miedo, ¡¡¡miedo a perder!!!.

- Pero amo, con vuestra fuerza, vuestros poderes... el rey dragón apenas sería un mosquito para espantarlo.

- Llevo siguiéndole demasiado tiempo para no confiarme, hembra. De todos los reyes que han tenido los dragones, él es uno de los más poderosos y tú le haces más poderoso y más peligroso.

Trilogía Jinete de Dragón: El Ocaso del Jinete (III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora