Capítulo 24

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DORC

Pericarion y yo habíamos aterrizado poco después de que lo hiciese el rey, habíamos subido hasta Alaska para ver cómo recuperar el continente Asiático tras los nuevos tratados que había establecido la reina con la hidra y los suyos. Entré en la sala y el jinete real vino a saludarme con su cariño habitual, la vi acercarse sonriente hacia mí, con sus ropajes negros, su cabello como siempre recogido en su intrincado peinado, la hoz pendiendo de su cinto dorado y la espada a la espalda. Me quedé parado en la entrada pensando si no era una hermosa aparición, yo había sufrido tanto por su ausencia... y luego había sufrido por su exilio todavía más. Mis jinetes no habían vuelto a ser los mismos sin ella y aquí estaba, tan hermosa como siempre, con aquellos labios carnosos tan tentadores en su dulce sonrisa.

- Maestro Dorc, Pericarion, los ancestros han sido bondadosos al traeros nuevamente ante nosotros - llegó a mi lado y me abrazó con cariño dándome un suave beso en la mejilla, luego hizo lo mismo con mi dragón.

- Me alegra que vuestra aventura acabase con tan buenos resultados - la vi estremecerse - ¿majestad?

- ¡Hombres serpientes! Maestro, había hombres serpientes... - me susurró, recordé la fobia que le tenía la reina a las serpientes y no pude menos que sonreír. Se colgó de mi brazo y anduvimos hasta el rey para saludarle, después de aquello vi que la reina no se soltaba de mi brazo y apoyé mi mano con cariño sobre las suyas y la dejé allí.

- El tratado se ha realizado, los humanos cederán parte de su territorio a la hidra - explicó Draco - a cambio, ellos liberarán a los abisales y recibirán como premio los huevos de los monjes.

- ¿Cómo sabemos que los abisales están prisioneros? La misma reina dijo que solo vio sometidos, aquellos a los que no consiguieron someter fueron asesinados. - preguntó uno de los consejeros.

- Pero si la hidra tiene razón, si hay abisales prisioneros y podemos liberarlos... reforzaría tanto nuestros ejércitos. - dijo la reina - Pero lo importante es que si devoran los huevos el original no podrá seguir despertando a sus huestes, él cuenta con su inmenso número de hijos para vencernos, sin esa ventaja nuestra probabilidades de victoria aumentarán exponencialmente.

- ¿Soy el único que se siente incómodo ante la idea de exterminar una raza entera? - dijo el joven Tarnan mirando a la reina, está se levantó furiosa.

- ¡Miles de millones, Tarnan! Eso es lo que duerme en las profundidades de la tierra. ¿Crees que podríamos enfrentarnos a eso???. ¡Los he visto! ¡maldita sea! Si llegasen a despertar todos nos ahogaríamos como en una marea. ¡¡Qué se pudran en el maldito infierno!!! - gritó fuera de sí. Volvió a sentarse con su respiración entrecortada y lágrimas en los ojos. Todos se quedaron callados ante la explosión de la joven y la miré con aprensión. El dolor y la culpabilidad seguían residiendo dentro de ella, quizá hubiese aprendido a vivir con ellos pero no había conseguido perdonarse a sí misma.

- Seguiremos adelante con el trato que hicimos con la hidra - dijo el rey. - Ahora bien, ¿cómo penetramos en Asia para empezar la invasión?

- Entremos por el mar de Filipinas - dijo Draco - entremos por la parte más obvia.

- ¿Acaso estáis loco, general? - dijo Pericarion a mi lado sin creérselo.

- No se esperarán un ataque tan frontal, será justamente donde sus defensas sean más débiles.

- Pero los nuestros también estarán expuestos. - volvió a insistir Pericarion.

Trilogía Jinete de Dragón: El Ocaso del Jinete (III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora