16.- "Una única despedida"

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Salí corriendo.

¿Cómo podía seguir ahí?

El propio Darío me había botado del refugio, cuando pensé que no lo permitiría.

Vale, había tomado la decisión de irme por mi cuenta. Pero había mantenido la esperanza de que alguien me detuviera, y me hiciera sentir parte de algo importante.

Pero no.

Me habían echado.

¡Solo quería aceptación, maldita sea!

Quería... que nadie me vea como una amenaza.

Pero ni siquiera Elián objetó cuando Darío habló.

Dolía. Dolía ser rechazada.

Mi choza, al estar apartada de las demás, no había sufrido daño alguno. Entré en ella, busque mis pertenencias, y las coloque en una mochila improvisada de tela.

Me quite las vendas de los brazos. No las necesitaba. ¡No necesitaba nada de esté lugar!

Solo quería irme, y regresar a los brazos de mi mamá.

Lágrimas rodaron por mis mejillas, haciéndome la tarea de empacar más difícil.

¿Por qué... me pasaba esto a mí?

Tomé la mochila de tela con fuerza. Debía hacerlo, debía irme.

Cambié mis shorts por unos pantalones largos, y me coloque una pollera sobre mi camiseta morada. Limpié mis lágrimas con la manga, y coloqué la mochila de tela sobre mi espalda.

Cuando regresé a casa, quemaría toda esta ropa.

Salí de la choza arrastrando los pies. Dejaba el libro que Darío me dió, no lo necesitaría. Pero, aunque empezaba a sentir completo resentimiento, tenía nostalgia.

Si mi mamá hubiera previsto esto, no me hubiera dicho que confíe en Darío, o que venga al refugio.

Tuve un apretón en el pecho. Apuesto a que mi mamá nunca pensó que me darían la espalda.

Caminé por donde habían menos personas. No quería recibir ningún tipo de miradas cuando cruzara la malla.

Llegar a ella no fue fácil, tuve que pasar por la enfermería. Sin embargo, ahora la entrada estaba abarrotada por personas que estaba segura nadie me notó.

Cuando finalmente llegue a la malla, me la quede viendo por más de tres minutos. Solo debía cruzar el límite y estaría fuera. No habría marcha atrás.

Mordí mi lengua para reprimir las ganas de correr de vuelta a mi choza.

—Morgan.

El rencor que pensé sentir hacía él se desvaneció en cuestión de segundos. Es más, me di cuenta de algo muy importante: No podía guardar rencor a nadie del refugio, ni a Darío, él solo lo hacía por el bien de los demás. Yo también había decidido irme por la misma razón. No quería que nadie salga herido mi culpa.

—Olvidaste esto. —su voz se escuchaba mucho más cerca, diría justo detrás de mí. Pero eso no me importó, porque a mi derecha apareció el mango de mi lanza. Lo tomé después de unos segundos. Elián... se había molestado en traérmelo—. Darío lo hace por...

—Lo sé. —lo interrumpí, aferrándome a mi lanza. Su voz ahora se oía más lejos. Volví a verlo sobre mi hombro y, por primera vez en mucho tiempo, sonreí—. También lo hago por esa razón.

Sujeté mi lanza hasta que mis nudillos se volvieron blancos, y empecé a correr lejos del refugio.

Cuando traspasé el límite de la malla, di una profunda respiración.

Aún podía olerlo.

El aroma a lavanda.

Dagon estaba cerca.

Pensar en él me hizo preguntarme si estaría satisfecho con mi exilio.

Me imaginé diferentes situaciones donde él celebraba no tener que cargar conmigo. 

Debía ponerlo feliz.

Intenté imaginar a Dagon sonriendo, pero fue demasiado raro que deseché esas imágenes de mi cabeza.

No calculé el tiempo que llevaba corriendo. Pero hace mucho había dejado atrás el refugio. Los árboles lucían más altos que la última vez, algunos arbustos tenían frutos rojos floreciendo. Me detuve un par de veces a comerlos, luego seguí mi trayecto a casa.

En algún punto volví a tomar una gran respiración.

Ya no podía oler el aroma a lavanda característico de Dagon.

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