10. - "Lágrimas"

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Traté de no mirar a Elián como si estuviera loco. Porque la verdad, parecía muy entusiasmado en presentarme a un roble. Un roble... con algunas hojas muy llamativas.

—No entiendo. —susurré anonadada. No podía ser posible que un árbol fuera padre, ¿verdad?

Tienes mucho que aprender.

Sacudí la cabeza y me concentre en Elián, él miraba al roble con una pequeña sonrisa.

—Esto es lo que pasa cuando alguien abusa de su don. —respondió encogiéndose de hombros—. Mi padre sobrepasó los límites para proteger esté lugar, y terminó por convertirse en... esto. Algo irónico, siempre decía que prefería hablar con árboles que con él.

Quedé en silencio. No sabía exactamente que responder, ni siquiera había terminado de entender sus palabras, incluso el tono medio divertido que usó al final me confundió. Definitivamente no podía tomar nada serio con él. Pero luego le dió unas palmaditas a una rama baja y sonrió, como si hiciera eso siempre. Ese simple gesto de afecto me dio a entender que no mentía, aunque aún tenía que pedirle más explicaciones. Pero primero...

—Uhm, bueno... Hola, señor padre de Elián. Soy Morgan, una amiga. Y... no sé qué más decir. Porque, bueno, nunca he hablado con un árbol antes, es... raro. —abrí los ojos con sorpresa—. ¡No estoy llamándolo raro! Es sólo... sólo... —baje la cabeza maldiciendome interiormente, no podía si quiera terminar la frase, era totalmente patética.

Llevaba como en la sexta maldición cuando escuché la fuerte risa de Elián. Levanté un poco la cabeza y ahí estaba él, riéndose a carcajada limpia mientras se sobaba el estómago.

—¡Por el amor a Shango! ¡E-explotaré!

Frunci el ceño, si antes me costaba entenderlo ahora era peor.

Se ríe de ti, niña.

Toqué mi cabeza al mismo tiempo que Elián paraba un poco sus carcajadas. Siempre sentía que mis pensamientos eran compartidos con alguien que no era yo, y eso me asustaba.

—Eh, ¿estás bien? Pareces algo... conmocionada, ¿te afectó tanto hablar con un árbol?

Por unos momentos quise golpearlo por referirse de esa manera a su padre. Pero sentí una leve punzada en la cabeza que se fue haciendo más fuerte.

—Estoy bien. Creó... creó que iré a caminar. Tengo que despejar algunas cosas...

Le sonreí a medias y empecé a correr en la dirección que creí me llevaría hacía las chozas, necesitaba urgentemente hablar con Darío. Él podría saber lo que me pasaba, y el por qué.

Sentía que a medida que avanzaba, algo se desgarraba en mi cerebro, eso me hizo parar de golpe. No lo soportaba. Mordí mi lengua y agarré mi cabeza con ambas manos. Creí que así el dolor sería menos, pero algo me hizo soltar un quejido. No... no lo iba a soportar.

Ese es el punto.

¡BASTA!

No me había dado cuenta de que había cerrado los ojos, cuando los abrí me sentí un poco mejor, sólo un poco. La cabeza aún dolía, pero era un dolor manejable comparado al punzante de unos momentos. Ahora tenía que hallar a Darío.

Tomé un profundo respiro y seguí corriendo. Perdí la cuenta de las ramas que esquivé o de los troncos sueltos que casi hicieron que caiga. Quería llegar con Darío, pero al parecer me había perdido, otra vez.

Dejé de correr a medida que me daba cuenta de mi situación. ¿Hacía dónde estaba corriendo?

—¡Maldición!

Por instinto me escondí tras un árbol al oír su voz. Me encontró, ahora definitivamente estaba muerta.

Asomé un poco la cabeza y descubrí a Dagon muchos metros más allá haciendo trizas un árbol. Un sentimiento de indignación recorrió mi ser al ver como él destrozaba aquel árbol. No me hubiera importado antes, pero Elián me había presentado a un bonito roble que resultó ser su padre. No podía evitar pensar que Dagon estaba insultando la memoria del padre de Elián, aunque sabía que no era así.

El nerviosismo aumento, ¿qué haría ahora?

Estaba segura de que si intentaba avanzar Dagon me vería y se acordaría de la piedra que le lance, y si volvía por donde había venido volvería a perderme.

Maldición, no me quedaba de otra...

Lentamente salí detrás del árbol y me dirigí hacía Dagon con cautela. Él parecía tan absordo en desmantelar el pequeño arbolito que ni siquiera se dió cuenta de mi presencia, hasta que un pequeña exclamación salió de mis labios.

¿Por qué había sido tan tonta al hacer ruido? Pues porque al acercarme más había notado algo en sus ojos, lágrimas. Dagon... estaba llorando.

—¿Qué haces aquí? —preguntó lentamente dándome la espalda.

—Yo... me perdí. —no sabía la expresión que tenía en este momento, pero quería confirmar lo que vieron mis ojos. Por lo que mientras Dagon seguía tieso como una tabla, me coloqué frente a él. Y sí, había un rastro de lágrimas sobre sus pálidas mejillas que no se molestaba en ocultar.

Dagon no dijo nada, sólo se mantuvo quieto mirando fijamente otro lado mientras me debatía entre limpiar sus lágrimas o no. Quería hacerlo, pero no estaba segura de cuál sería tu reacción. No quería ser apuñalada tan joven.

Suspiré, estaba sorprendida. La primera impresión que tuve de Dagon fue la de un emo gruñón para nada amigable, ni en mis más locas pesadillas había podido imaginar que lo vería llorando a lágrima viva mientras destrozaba un árbol. Y eso me conmovió, ver sus lágrimas me hicieron dar cuenta de que a pesar de ser un malhumorado, también tenía fuertes sentimientos que lo impulsaban a llorar cuando no sabía que hacer con ellos.

Levanté la mirada, había tomado una decisión.

—¿Qué...? —se quedó callado.

Comencé a pasar la manga de mi suéter sobre su mejilla lentamente, su piel era suave a pesar de tener un tono medio enfermizo.

Temí que me apartará de golpe con una daga, pero no fue así. Se quedó completamente quieto mientras terminaba de limpiar sus lágrimas, incluso después de eso no habló, sólo se me quedó mirando fijamente como si intentará buscar algo. Al parecer estaba tan concentrado en eso que no se dió cuenta de que estaba secándole las lágrimas, porque cuando iba a retirar mi mano, se la quedó viendo al igual que la otra vez, con perplejidad.

—¿Por qué pones esa expresión? —pregunté intentando ganar algo de tiempo. Éste era un buen momento para huir, pero su mano detuvo la mía justo cuando creí que empezaría a lanzarme comentarios mordases.

—Tú... tú de verdad puedes tocarme.

Ahí estaba otra vez esa incómoda corriente de nervios. No sabía muy bien si se debía a su repentina cercanía, o a que tomó mi mano entre las suyas examinándola como si fuera algún espécimen extraño

—¿P-por qué no debería poder tocarte?

Dejo ir mi mano de golpe, y su expresión volvió a cubrirse por esa máscara de cruda frialdad con la que solía mirarme.

—Normalmente nadie puede tocar a un espíritu, princesa.

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