El smöy (11)

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CAPITULO 11

Cuando llegamos a mi casa, Blas me ayudó a subir a mi apartamento. Él me intentó sujetar varias veces y todas ellas yo me negué pero debido a mi malestar parecía un pato mareado delante suya. No me gustaba nada hacer el ridículo delante de él, la verdad es que nunca me había importado, era como un hermano, me daba igual lo que pensara, pero ahora, ahora no. Ahora todo lo que él pensara, dijera o hiciera con respecto a mi me importaba. Por eso, a pesar de tambalearme a cada paso intenté subir las escaleras para llegar a mi habitación lo más erguida que pude. Él se quedó al pie de la escalera vigilándome para que no me cayese, pero en el cuarto o quinto escalón no aguanté más mi peso y me deje caer hacia atrás. No es que quisiera romperme la crisma, ¿vale? No soy tan masoquista, pero no podía más. Era caerme para delante o para atrás y no tuve tiempo para elegir la dirección de mi caída. Y como no, él me cogió. Me sujetó en sus brazos y de repente me había entrado frío, me estaba helando y lo demostraba tiritando. Él me dio un beso en la frente para comprobar la temperatura.

-Tienes fiebre, y estas tiritando.

-No es nada, déjame en el suelo y subo yo sola a mi habitación.

-De eso nada -pensé que me lo diría con una sonrisa pero su gesto era serio, como si estuviera enfadado-.

Me agarró más fuerte y yo me acurruqué en su pecho. Tenía mucho frío y ni siquiera su calidez lo deshacía. Llegamos a la puerta de mi habitación y él la abrió de espaldas para evitar que yo me diera con el marco de la puerta en la cabeza. Me dejó en la cama y él se sentó a mi lado, levanté la vista para mirarle a los ojos. Se le veía preocupado y serio.

-¿Estás enfadado?

-¿Qué? ¿Enfadado por qué?

-No se, te veo tan serio y a lo mejor es por algo que he hecho.

-Ains mi inglesita -sonrió y se inclinó hacia mi rostro mientras me acariciaba el fequillo-, ¿qué vas a hacer tú mal? Si eres perfecta.

Vale, ¡esto ya no puede seguir así! Entre lo roja que estoy por la fiebre y lo roja que me está poniendo este. Uf, ¡¡¡¡no es normal quererle tanto y no poder decírselo!!!! Porque no se me habrá escapado ya, ¿no? Espera, ¡mierda! Se lo dije antes en el taxi. ¡Asco de dolor de barriga, de fiebre y asco de control inexistente de mis actos!

-Estoy cansada Blas.

-Oh, está bien -se apartó de mi-. Luego en unas horas me pasaré a verte, ¿vale?

Se levantó de la cama pero yo le sujeté un brazo.

-Espera, -él se giró para mirarme- quédate.

-¿Cómo? ¿A dormir?

-Por favor -le supliqué-.

-Pe-pero...

-Por favor -susurré suplicándole de nuevo-.

-Está bien.

Me metí entre las sábanas y me pegué al bordillo de la cama dejándole espacio para que él se acostara detrás. Él no se quitó ni siquiera los zapatos y tampoco entró en la cama, simplemente se recostó sobre las mantas, en vez de taparse. Lo notaba distante, como tímido o algo así, alargué mi brazo para coger su mano y la posé sobre mi cintura. Él la dejo muerta, como si le diera cosa sujetarme, me daba la impresión de que estaba nervioso, mi personaje, nervioso, ¿dónde se había visto eso? Me hice la dormida y me giré hacia él, quedando acurrucada en su pecho.

Poco después, cuando por fin pareció convencerle mi actuación, me pasó la mano por la espalda y me pegó más a él, subió su barbilla y la apoyó sobre mi cabeza. Pude notar como sonreía y más tarde se dormía, entonces le seguí y me dormí yo también.

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