Prólogo

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Sueño. Eso era lo único que podía sentir en esos momentos. Mi hermano Sergio, un pequeño diablillo de 6 años, me tuvo despierta hasta la madrugada viendo esa maldita película. El problema no era verla de vez en cuando, al principio, incluso llegó a gustarme, me hacía gracia el muñeco de nieve parlante. Pero escuchar día tras día, una y otra vez desde hacía tres años, a esa maldita chica de pelo blanco cantar "Suéltalo", no era precisamente el mejor plan del mundo, sobre todo si me obligaban a hacerlo. Es que todo era demasiado sencillo, ¿nadie le dijo a esa chica que necesitaba amigos y ser sincera con ella misma? No, tenía que esperar a su maldito día de la coronación para matarlos a todos de frío. Había llegado a cogerle asco al personaje de Elsa, me parecía una falsa y, para colmo, su problema era culpa del resto del mundo, no de ella. Y su hermana era la guinda del pastel. No solo se enamoraba del malo porque era guapo, sino que también era idiota y cansina hasta el final. Anna me parecía una niñata ingenua y malcriada. Si Elsa tenía un punto a favor, en mi opinión, era que no compartía ese comportamiento insoportable.

Para colmo, el hecho de ver la película por septuagésima vez, no dormir, y empezar el nuevo curso me tenían de un humor de perros. Mi amiga Abi decía que eso lo tenía en la genética, por el hecho de ser pelirroja, pero eso era solo una teoría. Mi madre también lo era, y su paciencia siempre había sido legendaria. Sin embargo, me sacó una sonrisa, escuchar cosas estúpidas cuando estaba de mal humor me levantaba el ánimo, y ella lo sabía. De hecho, conocía todo de mí, porque, literalmente, no tenía ningún recuerdo que en el que ella no hubiese estado, y sabía que traía los nervios de punta cada vez que veía Frozen, el reino del hielo.

Era nuestro primer día en la universidad. No estábamos nerviosas, al contrario que mucha gente allí, porque nos teníamos la una a la otra. Las dos siempre habíamos sido muy diferentes; si a ella le gustaba el calor, a mí el frío, si a ella le gustaba el rosa, a mí el azul, y si yo odiaba esa maldita peli de dibujos, a ella le encantaba. Pero, en cuanto a estudios, las dos éramos como gotas de agua. No sabíamos cómo funcionaba todo aquello, así que nos esperábamos cualquier cosa. Sin embargo, fue algo muy normal. Los profesores entraban, decían de qué iba a ir la asignatura, y se iban. Simple y eficaz, ayudaba con mi mal humor.

El día pasó rápido. En conjunto, no creo que diésemos más de veinte minutos de clase. Algo menos usual es lo que pasó al terminar. Los que, al parecer, iban a ser nuestros compañeros de clase, propusieron que todos desayunásemos juntos para conocernos. Abi, tras mucho insistir, consiguió que yo me uniese a ellos. Odiaba realmente tener que conocer a gente por compromiso, pero mi amiga tenía razón. Íbamos a estar con ellos cuatro años o más, era una buena oportunidad para entablar amistad, o algo parecido. Abi sabía que yo no confiaba en nadie. Y, al oírlos hablar, me recordaban por qué. ¿En serio gente que ha llegado a la universidad puede tener conversaciones tan vacías de ideas? ¿Cómo podían ser tan superficiales? Siempre se me dio bien observar, y la gente que había allí se hablaba como si fuesen compañeros de clase de toda la vida. Oír a la mayoría chicos y a algunas chicas diciendo a quién de la clase se tirarían no me parecía una conversación apropiada para un primer contacto, y menos si el tema era mi mejor amiga. Sobre mi cadáver hablarían de ella como de un objeto de usar y tirar. Por supuesto, ella no se enteraba de nada, nunca se daba cuenta de lo que pasaba a su alrededor.

-Abi, nos vamos - dije cogiendo de su muñeca-.

-Pero...

Se levantó a regañadientes de la silla y tiré de ella hasta que nos alejamos bastante de aquel lugar. Ya sabía perfectamente con qué gente no iba a volver a sentarme jamás en mi vida. Abi, sin embargo, me miraba confundida, al parecer ella sí que lo estaba pasando bien.

- ¿Qué ha pasado allí dentro?

- Que hablaban obscenidades de ti y, o me iba, o los mataba. ¿Quieres que me acusen de loca asesina en mi primer día de clase?

-Oh... pues ni me había dado cuenta.

-Ni que lo jures - dije, aún con el ceño fruncido-.

- ¿Celosa? - preguntó con una sonrisa socarrona-.

-No. Pero no soporto ese tipo de comportamientos, lo sabes.

-Lo sé - contestó con una sonrisa, esta vez más dulce-.

-Que sepas que el hombre que quiera estar contigo tiene que pasar mi test.

-Con que pase el mío, es suficiente.

Al final, Abi me dejó en casa. Por suerte, ella ya tenía carné de conducir y me ahorraba como una hora de autobús para llegar a mi casa. Como de costumbre, mi hermano estaba viendo otra vez a cierta rubia con problemas climáticos en la gran tele del salón imitándola incluso en la vestimenta. Y maldita sea, justo entré cuando cantaba. ¿Quién diablos canta sola en medio de la montaña? De pronto, volvía a sentir el mal humor que cuando me fui, y eso que casi había olvidado que estaba enfadada. Tiré la mochila lejos, eso era suficiente para que mi padre se diera cuenta de que había llegado, pues, al ser él quien cuidaba a mi hermano pequeño tras recogerlo del colegio, estaba jugando con él a imitar la película. Era raro, me hacía gracia y me enfadaba a la vez.

-Hola, Liah, ¿qué tal el día?

-Mal. El día, antes de que empezara, ya era malo. Para empezar, es culpa de ella - señalé a la tele y mi padre sonrió, sabía a qué me refería- y luego resulta que tengo unos compañeros de clase que son unos babosos.

-No me digas que te han hecho algo - su expresión cambió drásticamente a una seria-.

-No, papá, relájate. Solo son comentarios que han hecho sobre Abi, pero no me han hecho gracia.

-Andad las dos con cuidado.

-Papá, esta cara de por sí es un escudo impenetrable, lo aleja todo.

-Eso es porque no sonríes mucho. Si no, te llevarías a los chicos de calle.

-Ya... casi que prefiero graduarme y esas cosas.

-Esa es mi chica - me revolvió el pelo -. Siéntate ahí con tu hermano, tengo que acabar de hacer de comer.

-Genial, septuagésima primera vez...

Frozen FireDonde viven las historias. Descúbrelo ahora