Epílogo

782 60 19
                                    

Desperté gracias al acostumbrado y dulce contacto que Elsa me proporcionaba cada mañana, acto que repitió todos los días con total devoción desde que regresé. Era su manera silenciosa de decirme que me quería, al igual que con cada pequeño gesto. El que más me gustaba era su sonrisa cada vez que me miraba. Y a mí me llenaba de felicidad poder corresponderle sin tapujos. Al principio, ella se mantenía lejos de mí cuando había más gente, ya que, para que no me preocupara, me explicó que en su mundo ese tipo de relaciones en las que participaban dos personas del mismo sexo no estaban bien vistas. Sin embargo, todos los empleados sabían que nosotras estábamos juntas, y fueron Rona y Aric (el cual había crecido mucho), los que nos dijeron que, por favor, no fingiésemos y que le dábamos más importancia de la que realmente tenía. Al ser algo más común en mi mundo, no había que ocultarse en el lugar en el que yo solía vivir, aunque algunos no lo viesen bien y, para mí, era una petición normal, pero para Elsa supuso un cambio radical en su forma de pensar. Con ello, comenzó a trabajar en aquella estúpida ley que lo prohibía, al igual que años antes aseguró el bienestar de los trabajadores y la igualdad de condiciones para las mujeres.

Mientras que ella se encargaba de ese duro trabajo, Anna me ayudó a preparar una cita perfecta. Estuvo ayudándome a conocer todos los lugares del pueblo en profundidad, ya que Elsa, aunque había conseguido ser libre, no salió ni una sola vez esos cinco años exceptuando el momento en el que se fue de viaje. Después, me enseñó cómo funcionaba el igglaro, la moneda de Arendelle. La primera vez que oí ese nombre creí que me estaba insultando, así que le costó un poco más de lo normal hacerme entender que estaba equivocada. Por último, preparamos mi ropa, la cual era igual que siempre, pero un poco más elegante. Sin embargo, cuando llegó el día, no quería llevar eso. Lo sentía tan especial que quería que todo fuese diferente. Entonces, cuando me separé de Elsa, recorrí todos los pasillos en busca de Anna. Toqué a su habitación y, cuando entré, la vi manteniendo una pequeña batalla campal con su hija, porque, como siempre, se negaba a comer. Recordé a Sergio, esta vez con más nostalgia que tristeza, y me di cuenta de que Ellie llegaba a esa fase demasiado pronto.

-Hola, tía Liah – dijo la niña distraída, por lo que Anna consiguió meterle la cuchara en la boca-.

-Buenos días, bichito – respondí alegre-. Buenos días, Princesa.

- ¿Y esas formalidades? – preguntó fingidamente molesta-.

-Sé que te sacan de tus casillas.

-Y dime, ¿qué haces aquí? Tu cita con Elsa era hoy, ¿no?

-Es por eso, es que he decidido que quiero llevar un vestido – ella, evidentemente, se sorprendió-. Ya, ya lo sé, pero es que hoy es un día especial.

-Sin problema – se acercó a mí, aunque chocando con todo lo que tenía a su paso-. Toma, dale tú de comer, yo... yo tengo que buscarte algo, ya. ¿Cuál es tu talla? Qué pregunta más tonta, la misma que la mía. Si fuimos a comprar juntas y todo. ¿Qué querías? – preguntó, despistada-.

-Un vestido – respondí paciente-.

- ¡Oh, sí, eso! Dame unos minutos.

Entonces, se fue corriendo a su vestidor mientras que Ellie me miraba con cara de no querer comer, pero ella no sabía que yo ya tenía experiencia con eso. Al principio, lo intenté sin decirle nada para convencerla, pero ella solo movía la cabeza hacia todas las direcciones. Entonces, me di cuenta de lo flexible que era aquella niña, ya que no era normal su manera de esquivarme. Pero supe cuál era su punto débil, porque era algo casi genético. Le ofrecí un poco de chocolate si se lo terminaba todo, y surtió efecto. Sin duda, iba a ser una futura Reina a la que todos temerían por sus tratos comerciales.

Frozen FireDonde viven las historias. Descúbrelo ahora